150 años de mover al mundo

Guillermo Revilla

Guillermo Revilla

VIAJE POR DEBAJO DE LA TIERRA

En las grandes urbes del mundo, uno de los temas prioritarios siempre ha sido la movilidad, tanto de sus habitantes como de los miles que llegan a ellas diariamente para trabajar o realizar múltiples actividades. Una de las soluciones que ha resultado más efectiva por su capacidad de movilización masiva, su rapidez, su seguridad, y por un tema que hoy es especialmente relevante: su compatibilidad con los esfuerzos en pro de la sustentabilidad, es el metro.

Este medio de transporte funcionó por primera vez en Londres, el 9 de enero de 1863, cuando la Revolución Industrial y todos sus avances científicos y tecnológicos ya habían surgido y cambiaban aceleradamente la fisonomía del poderoso imperio inglés y, más tarde, del resto de Europa y el mundo entero. Las locomotoras de vapor, uno de los avances fundamentales que surgieron en esos años, recorrían un tramo de seis kilómetros, dando servicio a unas 40,000 personas al día.

Este 2013, el metro cumple 150 años, se encuentra extendido en más de 160 ciudades alrededor del mundo, y moviliza a varios millones de personas diariamente, miles de millones cada año. Algunas de las ventajas que lo han posicionado como el medio de transporte urbano masivo por excelencia son la frecuencia casi continua de sus trenes y los tramos cortos que estos recorren entre cada estación, haciéndolo además de manera rápida, pues el metro no comparte su vía de circulación con otro medio de transporte, como lo hacen, por ejemplo, los autobuses y los taxis. Es por esto que nuevas soluciones de movilidad motorizadas, como el Metrobús, optan por el confinamiento de carriles.

En México, el metro apareció más de un siglo después de que el Tube inglés comenzara a operar. El 4 de septiembre de 1969, un tren naranja hizo el primer recorrido del Sistema de Transporte Colectivo Metro, entre las estaciones Insurgentes y Zaragoza. Entre otros motivos, esta aparición tardía se debió al enorme reto de ingeniería que representaba construir un medio subterráneo de transporte en el suelo arcilloso, propenso a hundimientos, sobre el que se sustenta gran parte de la Ciudad de México.

Este reto fue sorteado con una genial solución de la ingeniería civil mexicana: el cajón con muros Milán. A diferencia del túnel convencional de forma circular (por el cual el metro inglés es conocido como Tube), en México se utilizaron tramos rectangulares unidos por juntas de neopreno. Estos tramos son una especie de cajas que fueron introducidas en el subsuelo calculando que el peso de las estructuras fuera exactamente igual al de la tierra retirada, de modo que el suelo arenoso no se comprimiera ni expandiera, evitando así el riesgo de hundimientos. Por otro lado, las juntas de neopreno hacen que el túnel rectangular sea articulado y flexible, y pueda así adaptarse a movimientos del terreno. Es por esto que el metro capitalino ha sido tan poco afectado por los temblores.

La llegada del metro a México no fue solo una proyección a la modernidad, sino que también

arrojó luz sobre su pasado. Durante las excavaciones para construir la red de transporte subterráneo, fueron descubiertos muchos vestigios prehispánicos, desde vasijas, incensarios y pequeñas esculturas, hasta monolitos y basamentos como la pirámide de Pino Suárez.

En la actualidad, el metro mexicano se encuentra entre los más importantes del orbe: es el más grande de América Latina, el segundo del continente (solamente detrás del de Nueva York), y el sexto del mundo.

Con su siglo y medio de vida, este medio de transporte es fundamental para el funcionamiento de las grandes urbes del mundo: es parte integral del rostro, la cultura y la identidad de ciudades tan emblemáticas como París y Moscú.

El éxito de este medio de transporte está más que probado; las recientes ampliaciones que han registrado los sistemas de metro en capitales como la francesa y la mexicana, demuestran que está más vivo que nunca.