Una joven compañía teatral neozelandesa, equipada con sendos sombreros de charro, muy tradicionales en su país, proponen a los asistentes a la recién estrenada Velaria del Centro Universitario de Teatro, un juego harto popular en su tierra: la lotería, que por aquellas latitudes juegan hasta los koalas.
El espectador recibe en la portada de su programa de mano la tarjeta correspondiente con nueve figuras que deberá completar para ganar un premio. ¡A jugar!
Una a una, van apareciendo las figuras acompañando a las diversas historias que componen esta fragmentaria puesta en escena. Historias que podrían ser verdad, pero son mentira; historias que son mentira, pero gritan, como un puño, la verdad.
Esta obra pone en juego diversas vivencias de México englobadas en una visión extranjera de “lo mexicano”. El director catalán Ernesto Collado, responsable del espectáculo, eligió como material de trabajo una serie de estereotipos y clichés de la mexicanidad: citas de personajes como María Félix o Cantinflas, canciones tradicionales como “El rey” o “Llorona”, la lucha libre y sus enmascarados, la misma lotería.
Sin embargo, la forma en que están trabajados estos materiales, amén de reflejar lo que ve un extranjero de nosotros (y, también, lo que nosotros vemos de nosotros mismos), pone al descubierto el mecanismo perverso de cómo se constituye eso que se llama “México”: a base de discriminar, de violentar, de hacer callar.
La puesta no intenta desentrañar las causas ni las consecuencias de los grandes temas nacionales: narcotráfico, migración, violencia fronteriza, fanatismo religioso, machismo, discriminación por preferencia sexual, etc., no son más que, si acaso, telón de fondo de historias pequeñas, de esas que tenemos todos, donde lo que importa ni siquiera es lo que es, sino lo que uno cree que es, recuerda que es, quiere que sea.
Así, escuchamos las historias de un homosexual que no quiere ser médico ni abogado, sino chica Almodóvar; de unajoven cuya familia endogámica quiere deshacerse de la prima con cola de puerco; de un presunto santo que, muy a su pesar, se salvó milagrosamente del “VIT” (Virus de Inmuno Transparencia); de un feminicida serial cuyas víctimas murieron sexualmente satisfechas; de una negra de irresistible chocho que enloquecía a los hombres, entre otras.
Durante la hora en que transcurre el ameno espectáculo, el público experimenta en el estómago el claroscuro que es nuestro (a pesar de todo) entrañable país. A momentos de hilaridad que hacen reír a vientre suelto, siguen crudos golpes de realidad que se sienten en la boca del estómago y enmudecen al respetable.
Presidiendo la lotería que no juegan neozelandeses, sino doce actores mexicanos quienes ponen en juego su verdad a través de la “mentira” de la ficción escénica, se encuentra una discreta dama vestida de rojo, cargando una florida guadaña. Al final, corazón que tiemblas cual gelatina, no olvidemos que morir en México también es una colorida fiesta: “pero qué rico es caer, ¡ay mamá!”.