Por sorprendente que sea (no hay datos precisos, pues las fuentes varían), se calcula que en México hay alrededor de 65 etnias que hablan otras tantas lenguas, más sus variantes lingüísticas, que pueden llegar a más de un centenar.
La Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) calcula que la población indígena mexicana rebasa los 12 millones de personas. Encontramos entre ellos nahoas, mayas, zapotecos, mixtecos, otomíes, totonacas, tzotziles, tzeltales, mazahuas, huastecos, choles, purépechas, chinantecos, seris, etcétera.
Cada amanecer, las familias de esas etnias se enfrentan a la adversidad: miseria, hambre, marginación, abandono. Forman parte de los 60 millones de pobres que tiene México.
Por otra parte, con 13 variables que van del último grado de estudios del jefe de familia a la existencia de lavadora de ropa, cafetera o videocasetera en el hogar, la Asociación Mexicana de Agencias de Investigación y Opinión Pública A.C. (AMAI), ha establecido que en nuestro país se registran 6 niveles socioeconómicos, cada uno de ellos con diferentes ingresos y hábitos de consumo.
Desde la categoría A/B o “Clase Alta”, en donde el perfil del jefe de familia está formado por individuos con un nivel educativo de licenciatura o mayor. Viven en residencias o departamentos de lujo con todas las comodidades, hasta la E, la clase más baja: jefes de familia con un nivel educativo máximo de primaria, rentan viviendas en el mejor de los casos, o viven hacinados con esposa e hijos en barracas periféricas de las grandes urbes o en recónditos y remotos rincones serranos.
Emparedados entre estos extremos están los mexicanos ubicados en las clases media alta, media y media baja.
En este vasto escenario se mueven secretarios de Estado, legisladores, burócratas, aseadores de calzado, obreros, mineros, pescadores, pequeños empresarios, magnates de la construcción, comerciantes; profesionistas egresados de universidades públicas, del Tec o de Harvard; agricultores asfixiados por los precios que imponen los bodegueros de la Central de Abastos; policías mal pagados, estudiantes, enfermeras, médicos, limpiadores de parabrisas, meseros, cocineras, amas de casa, maestros rurales, plomeros, carpinteros, católicos, protestantes, mormones, tianguistas.
También personeros del crimen: pistoleros a sueldo, secuestradores, ladrones, asaltantes callejeros, extorsionadores…
Y un segmento minoritario aunque muy superior en la escala social: las diez familias más poderosas del país, controladoras del 10% del producto interno bruto (PIB) nacional, según datos difundidos por el hoy popularísimo sitio web WikiLeaks. El grupo, ya se sabe, lo encabeza Carlos Slim Helú, todavía el hombre más adinerado del planeta, con más de 60 mil millones de dólares en su haber, equivalentes al 6% del producto interno bruto mexicano.
Este es el verdadero tejido social de nuestro querido México. ¿Cómo unir sus hilos, como encauzar sus intereses, cómo lograr que este rostro multiforme sea nuestro paradigma en torno a esa causa común que llamamos proyecto nacional?