“Ahora me dejen tranquilo. Ahora se acostumbren sin mí. Yo voy a cerrar los ojos […] He vivido tanto que un día tendrán que olvidarme por fuerza, borrándome de la pizarra: mi corazón fue interminable”, escribía en el poema “Pido silencio”, Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda.
Pero su deseo no se cumplió, no lo dejaron tranquilo, no consiguió el silencio que añoraba porque hasta su casa de Isla Negra llegó el eco de los cañonazos que el general golpista Augusto Pinochet ordenó disparar contra el palacio de La Moneda en Santiago de Chile.
Ahí, en La Moneda, el presidente Salvador Allende (amigo íntimo de Neruda y quién ganó las elecciones chilenas después de que el poeta le cediera su candidatura), llamó a Pinochet “!General rastrero!”. Protegido con un casco militar, Allende defendió el palacio contra los tanques y el bombardeo de los aviones: “pagaré con mi vida la lealtad del pueblo”, dijo el presidente antes de suicidarse.
“Y una mañana todo estaba ardiendo, y una mañana las hogueras salían de la tierra devorando seres […] Generales traidores: mirad mi casa muerta”, debe haber pensado Neruda recordando los famosos versos de “España en el corazón”, que escribió durante la guerra civil del país ibérico. Después de ese 11 de septiembre de 1973, Pablo Neruda se moría de cáncer, de rabia y de tristeza.
En el 2011 Manuel Araya, quien fuera chofer del poeta, declaró haber sido testigo de que a Neruda le aplicaron el 23 de septiembre una inyección en la clínica Santa María, en Santiago de Chile. Araya aseguró que el motivo de la muerte del Premio Nobel de literatura no fue el cáncer de próstata que padecía, sino que había sido envenenado por órdenes de Pinochet.
“Después del 11 de septiembre, el poeta iba a exiliarse a México junto a su esposa Matilde. El plan era derrocar al tirano desde el extranjero en menos de tres meses. Le iba a pedir ayuda al mundo para echar a Pinochet. Pero antes de que tomara el avión, aprovechando que estaba ingresado en una clínica, le pusieron una inyección letal en el estómago”, explicó Manuel Araya.
Ante estas revelaciones, y casi 40 años después de su muerte, se inició una investigación sobre el probable asesinato de Pablo Neruda, a quien el escritor Gabriel García Márquez llamó: “El más grande de todos los poetas del siglo XX en cualquier idioma”. La familia de Neruda y el Partido Comunista Chileno promovieron la exhumación de los restos del autor de Confieso que he vivido, y sus huesos vieron otra vez la luz.
Después de trabajar dos años en el proceso, Mario Carroza, el mismo juez que avaló que el Presidente Salvador Allende se había suicidado en La Moneda, dijo que por las complejidades y contradicciones del caso, era trascendental que se exhumaran los restos del poeta para arrojar luz a la investigación sobre su muerte.
No era esta la primera vez que la osamenta de Neruda se removía de su “residencia en la tierra”. Fue enterrado en el Cementerio General chileno hasta que sus restos y los de su inseparable Matilde fueron llevados a su casa de Isla Negra, como el poeta lo había pedido en vida: “Compañeros, enterradme en Isla Negra, frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras y de olas que mis ojos perdidos no volverán a ver”.
El abogado del caso, Eduardo Contreras, ha dicho que el poeta fue envenenado con dipirona. Para Contreras resulta claro que: “Neruda era un objetivo para Pinochet. Junto al Presidente Salvador Allende y al cantante Víctor Jara, eran símbolos del recién derrocado gobierno socialista”. Por eso, Augusto Pinochet no podía permitir que Pablo Neruda llegara a México, lugar en el que Gonzalo Martínez Corbalá, embajador en Chile, le había ofrecido asilo.
Corbalá fue una de las últimas personas que vio a Neruda con vida. En una entrevista concedida al periódico español El País, el 27 de abril de 2013, Gonzalo Martínez, embajador de México en Chile cuando ocurrió el golpe de Estado, narra que fue a la casa del poeta a convencerlo de aceptar la invitación que le hacía el gobierno mexicano de asilarse en este país y escapar así de la persecución sin tregua que había impuesto el régimen de Pinochet sobre él.
Pablo Neruda aceptó la propuesta del embajador, quien acordó que saldrían el día 22 de septiembre, pero el poeta repentinamente canceló y pospuso el viaje. Corbalá recuerda aún fielmente las palabras del autor de Canto general: “Mejor nos vamos el lunes. Pero para el lunes Pablo ya estaba muerto”.
Según información difundida por el diario La Tercera, en la investigación se ha confirmado que cuando Pablo Neruda murió, padecía un avanzado cáncer de próstata. “Pero eso para nada descarta la intervención de terceros en su fallecimiento”, asegura el juez Mario Carroza. “Aún falta que lleguen los exámenes que se mandaron a hacer a la Universidad de Carolina del Norte, pruebas que no tienen plazo definido”, subrayó el magistrado.
Independientemente de las causas de la muerte de Pablo Neruda (investigación ante la que mucha gente añora una justicia histórica para el Nobel), él, como el inmenso poeta que era, siempre supo que su nombre no perecería con su cuerpo, por eso sentenció: “Porque pido silencio no crean que voy a morirme, me pasa todo lo contrario, sucede que voy a vivirme […] Déjenme sólo con el día. Pido permiso para nacer”.