El 28 de junio de 1963, la Editorial Sudamericana publicó una novela que es considerada una obra maestra de la literatura universal; una “antinovela” que juega con el lector, con los personajes, con los límites entre la realidad y la fantasía, incluso con el mismo autor.
Un libro que es muchos libros, donde caben tantas interpretaciones como las que proponga la imaginación de quien se atreve a adentrarse en sus páginas, donde no hay lugar para los lectores ingenuos y pasivos. El título: Rayuela; el autor: Julio Cortázar.
“Nací en Bruselas, en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo; por consiguiente asténico, tendencias intelectuales; mi planeta es Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde). Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia; a mi padre lo incorporaron a una misión comercial cerca de la legación argentina en Bélgica […] Me tocó nacer en los días de la ocupación de Bruselas por los alemanes a comienzos de la primera Guerra Mundial”; decía de sí mismo el escritor Belga-Argentino-Francés, Julio Florencio Cortázar.
A 50 años de su publicación y a casi 100 del nacimiento de Cortázar, Rayuela sigue impactando lectores y levantando polémica, pero sobre todo, continúa siendo el eco de las carcajadas de un niño gigante que jugó a ser escritor dibujando con gises de colores una rayuela en el piso. A esta obra, al igual que como le ocurría a su autor, parece que los años no le pasan factura.
El Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, recuerda así su primer encuentro con el creador de Historias de Cronopios y de Famas. “Aquella noche de 1958 me sentaron junto a un muchacho muy alto y delgado, de cabellos cortísimos, lampiño, de grandes manos que movía al hablar […] cambiamos experiencias y proyectos, como dos jovencitos que hacen su vela de armas literarias. Sólo al despedirme me enteré –pasmado– que era el autor de Bestiario y de tantos textos leídos en la revista de Borges y de Victoria Ocampo, Sur, el admirable traductor de las obras completas de Poe que yo había devorado […] parecía mi contemporáneo y, en realidad, era veintidós años mayor que yo”.
Cortázar es uno de los autores más destacados dentro del llamado Boom latinoamericano –un fenómeno literario y editorial que surgió entre los años 1960 y 1970. Autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, entre otros, fueron englobados dentro de este movimiento–. Según el periódico español El Mundo, Rayuela es una de las mejores novelas en español del siglo XX, pero, como siempre, estas etiquetas no son suficientes para definir la obra Julio Cortázar.
Al principio, el experto narrador argentino no alcanzaba a vislumbrar del todo los interminables caminos de su Rayuela: “Quiero escribir otra (novela), más ambiciosa que será, me temo, bastante ilegible; quiero decir que no será de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos. Pero todavía no veo con suficiente precisión el punto de arranque, el momento de arranque; siempre es lo más difícil para mí”. Le escribía Cortázar a su amigo Jean Barnabé, el 17 de diciembre de 1985.
Después de cinco años de escribir pausadamente y de redactar el final con una efervescencia inusitada, Julio Cortázar terminó por fin de crear una obra que sería, sin duda, la más grande y ambiciosa de toda su carrera; un libro que, según contaba el propio novelista argentino, se habría tirado de cabeza al Sena de no haberlo escrito.
Andrés Amorós define de esta manera exacta y telegráfica la trama de Rayuela: “En la primera parte –Del lado de allá– (París) Horacio Oliveira vive con la Maga, rodeado de amigos que forman un club. Muere Rocamadour, el hijo de la Maga, y Horacio, después de varías crisis, se separa de ella. En la segunda parte –Del lado de acá–, Horacio ha vuelto a Buenos Aires: vive con su antigua novia […] en realidad, se pasa la vida con sus amigos Traveler y Talita, trabaja con ellos en un circo, primero, y luego en un manicomio. En Talita cree ver de nuevo a la Maga y eso le conduce a otra crisis”.
Pero la publicación de la novela sería solo el principio de una vorágine.“El efecto Rayuela cuando apareció, en 1963, en el mundo de la lengua española, fue sísmico[…] Gracias a Rayuela aprendimos que escribir era una manera genial de divertirse, que era posible explorar los secretos del mundo y del lenguaje”, reflexiona Vargas Llosa.
Julio Cortázar nunca se ganó el Nobel de Literatura, pertenece a un grupo de escritores como Borges, Kafka, Rulfo, etc., que al no haber recibido el premio desenmascaran el falso prestigio del mismo.
Sin embargo, desde el día en que los restos de Cortázar fueron depositados en una tumba coronada por tres pequeñas estatuas de “Cronopios” en el cementerio de Montparnasse, sus eternos y agradecidos lectores colocan en su lápida boletos del metro, dibujos de una rayuela, poemas y cuentos que vienen a ofrecerle al “Maestro argentino”.
Ese es, después de tantos años, el verdadero homenaje para Julio Cortázar, lo que atestigua que Rayuela está viva y tiene alma, lo que hace que cada nuevo lector de esta novela de cinco décadas encuentre a la Maga aún sin saber que la estaba buscando por las calles de París, mientras Horacio Oliveira se detiene en los aparadores a mirar viejos discos de jazz.