Tenemos los gobernantes que nos merecemos. Podemos discrepar de esta afirmación -en lo personal, me tardé en comprenderlo-, pero lo cierto es que estamos donde estamos por nuestro desinterés, por nuestra apatía, por no querer abandonar nuestras comodidades o porque suponemos que estamos muy ocupados. ¿Para qué, si siempre es lo mismo? Y así nos dejamos convencer, engañar y manipular por un sistema que nos ha despojado paulatinamente de los beneficios de una vasta riqueza nacional.
Toda protesta tiene mi reconocimiento y admiración. Por ejemplo: el Consejo Nacional de Huelga, Yo soy #132, Javier Sicilia y la defensa de las víctimas, la defensa de los pueblos indígenas por el EZLN o la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, el Frente de Pueblos por la Defensa de la Tierra en San Salvador Atenco, Wirikuta, entre muchos otros. Pero no es suficiente. Según el CONEVAL, el 80.22% de la población de México es pobre o vulnerable, esto es, enfrenta alguna carencia social o tiene problemas de ingresos. Peor aún: 27.4 millones de mexicanos no tienen acceso a la alimentación, sin contar el déficit en educación y salud pública. Frustra saber que solo el 19.8% de la población de un país que presumió tanto tiempo de sus riquezas naturales, no es pobre ni vulnerable.
Nos jalaron al barranco y nos dejamos llevar. Malos manejos, malversación de fondos y corrupción se convirtieron en lugar común en tres décadas. Todo se malbarató, dizque para fomentar el desarrollo de la iniciativa privada. Descapitalizado, el gobierno dejó de invertir en infraestructura carretera, educativa, hospitalaria, de transporte, comunicaciones o programas sociales.
Carlos Salinas de Gortari firmó un Tratado de Libre Comercio entre desiguales, que puso a México en desventaja por su menor nivel de desarrollo; globalizó la economía, pero provocó el déficit creciente de la balanza comercial y sobreendeudamiento. Desmanteló el ejido, retiró apoyos a la producción agropecuaria y aumentó la importación de alimentos.
Ernesto Zedillo “rescató” aerolíneas, ingenios azucareros, carreteras y bancos (FOBAPROA). Entre 1995 y 2003, esos “rescates” costaron al pueblo 555 mil 332.3 millones de pesos solo por pago de intereses, cifra similar entonces al monto de las reservas internacionales del país. Eso fue dinero, el saldo de sangre fue peor: matanzas impunes en Aguas Blancas (Guerrero) y Acteal (Chiapas).
El gobierno de Vicente Fox no tuvo rumbo. Fomentó la corrupción y crecieron la desigualdad y la pobreza social. El combate al narcotráfico de Felipe Calderón dejó más de 70 mil muertos y 25 mil desaparecidos. Además, Calderón pretendió privatizar Pemex. El resto lo sabemos: aumentó impuestos, precios de gasolinas, desempleo y pobreza, y disminuyó el poder adquisitivo. Peña Nieto revive el intento de privatizar Pemex, maquillado con presuntas reformas a modo para los bancos y para que el PRI conserve el poder. En contraste, hay un sub ejercicio de 44 mil millones de pesos para programas sociales y tenemos una reforma educativa deficiente e impugnada.
Urge recuperar nuestro bienestar y a la Nación, que es nuestro hogar. No más desánimo, desesperanza, frustración y enojo. Podemos transformar nuestro país con pequeñas acciones y un cambio de actitud. Ayudemos a resolver los problemas de nuestra colonia, participemos en la organización vecinal; seamos solidarios con quien lo necesita.
Seamos socialmente responsables, cooperemos en vez de competir. Vigilemos el manejo responsable y honrado de los recursos públicos; pidamos cuentas a nuestros diputados. Se trata, sí, de hacer un esfuerzo, pero también de ir logrando pequeños cambios, de alterar la causa para modificar el efecto y de crear conciencia. La diferencia, créelo, puede ser sustancial.