@ZuleymaHuidobro
La tendencia histórica de mujeres candidatas a puestos de elección popular en México continúa a la alza.
Desde la apertura de la primera presidencia municipal femenina en 1938, hasta la llegada de las primeras senadoras en 1964, pasando por la primera diputada federal en 1954, la directriz de crecimiento ha sido constante y evidente: las mujeres ocupan cada vez mayores espacios de poder en nuestro país.
Este aumento es consecuencia directa de los cambios y adecuaciones que se vienen generando en las reglas del juego electoral promovidas por la transición democrática. Las inusitadas adiciones realizadas al Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) relativas a las cuotas de género, son el reflejo de ello.
No obstante, y a pesar del paulatino empoderamiento de la mujer en distintos órdenes y niveles de gobierno, la composición y entramado de las fuerzas políticas mexicanas tienden a mantener la misma dinámica tradicional que estimula la acción y ejercicio del poder en manos de los hombres. En este sentido, el crecimiento numérico de la mujer en espacios institucionales de poder, parece ser ilusorio frente a una realidad política que la desborda.
Por lo mismo, el análisis cuantificable debe dar paso al examen cualitativo, si no queremos ser presa del discurso canónico que únicamente soslaya la evidencia del poder en México.
Las obligaciones expresadas en el COFIPE hacia los partidos políticos, reflejan parte de los ajustes institucionales surgidos de la transición democrática en el país. Sin embargo, el entramado legal solo establece una determinación procedimental que no necesariamente converge con la realidad del poder en México: mas allá de los buenos deseos y narrativas ficticias de nuestro sistema político, el hecho contundente radica en la exclusión femenina de los espacios decisorios fundamentales.
Es decir, nuestro sistema de partidos, sus prácticas y organización, participan de un desarrollo ideológico que pondera la igualdad de género en los procesos comiciales, pero a la vez, establece dinámicas y subterfugios reglamentarios para evadir este objetivo.
No es desconocido: los estudios que se han realizado a los tres partidos de mayor fuerza electoral en nuestro país muestran una clara tendencia a postular mujeres deliberadamente en distritos débiles para el partido, lo que lleva a la derrota electoral a las mujeres. También se ha observado la simulación de elecciones primarias para evadir la cuota de género, el recorte de los recursos de campaña y el trato discriminatorio en los medios.
Eso explica la aceptación de los partidos políticos a la imposición de cuotas, pero también evidencia los mecanismos informales para evadir la responsabilidad. Es por ello que el número de candidatas no converge con el número de triunfos electorales: las correlaciones de fuerza reales al interior de las organizaciones partidistas desbordan la capacidad de convocatoria de las mujeres elegibles y la posibilidad de un uso eficiente de insumos.
Los cambios históricos en las instituciones no se dan de un día para otro. Requieren del concurso del tiempo para poder trasgredir las inercias originales de su formación. La transición política mexicana ha demostrado muchas insuficiencias y contradicciones democráticas precisamente por la dificultad fáctica de transformar de raíz las conductas aprendidas y los diseños ambientales.
Tener el control de la información, de los mecanismos de adscripción, de expulsión, de los recursos humanos, financieros y reglamentarios, determinan la supremacía en el control del poder.
Resulta relevante el continuo acceso de mujeres a espacios de poder, pero no debemos olvidar que los entramados culturales son de alta resistencia. Lo discursivo permea, pero los intereses y la lógica de poder es irrebatible.
Nos corresponde estar atentos y mantener el equilibrio en la delicada línea que separa lo legal de lo real. De cualquier manera, debemos estimar que la cuota de género solo es un instrumento nivelador del sistema político y no un destino de nuestra arquitectura político electoral.
La cerrazón de las prácticas permanece, pero las cualidades y capacidades de la mujer en el ejercicio del poder, deberán ser refrendadas con su trabajo. Solo de esa manera lograremos que la democracia sea parte de nuestra cotidianidad y no una arquitectura instrumental forzada. El tiempo lo dirá.