Gilberto González, diseñador industrial
Parte del éxito de Evollin es que ha sido un proyecto con discurso. Es un diseño que está muy arraigado en la biología y la historia natural en general. Ollin significa “cambio eterno”, y la evolución es su mecánica de funcionamiento, de ahí su nombre. Es una analogía de cómo se comportan los productos en el mercado, sobre todo en el de los juguetes, que es muy cambiante. El juguete no es muy distinto a un animal: tiene que adaptarse, tiene recursos, competidores, depredadores, debe ubicarse en un nicho. Los productos que más se adaptan son los que tienen una vida útil más prolongada, porque hoy en el mundo del juguete hay una situación muy fuerte de obsolescencia programada, los niños se están aburriendo de los juguetes cada vez más rápido.
Lo que pasa es que los niños son esponjas de información. Hubo un estudio curioso de que un niño hoy en día tiene más información con un iPad que un agente de la CIA en los 70. ¿Qué haces con un niño tan hiperactivo, que todo lo procesa? Es difícil satisfacer a un intelecto joven tan inquieto y tan maduro en ciertas cuestiones. Los niños se están volviendo sofisticados, entonces el juguete también debe volverse sofisticado.
Buscando una solución que satisficiera al niño. Evollin es el resultado de investigación y diseño estratégico, que es plantearte muy bien tus objetivos antes de empezar a diseñar, trazar la ruta crítica, la estrategia para lograrlos. Todo se sustenta desde un proceso de investigación y de innovación aplicada. Si partes del objeto, de diseñar una plancha para el cabello o una silla, ya desde ahí te sesgas: aunque te inventes mil cosas, vas a acabar siempre en una plancha o en una silla.
El juego. El problema principal es que tenemos los niños con más juguetes en la historia de la humanidad, pero también los que menos juegan con esos juguetes, los superan muy rápido. ¿Cómo compites con la enorme inercia que traen los juegos electrónicos? El iPad para un niño es la panacea porque es algo que le provee un reto, es algo inacabado, simplemente es una interfaz y el niño puede hacer lo que quiera a través de ella. ¿Cómo lograr esa complejidad de información y de libertad configurativa desde un juguete?
A partir de la investigación, encontramos que el juguete debe ser como un actor, porque el niño, en su dinámica, no juega, es más bien un director de cine: tiene una trama, un clímax, y no puede manejar más de diez personajes: en promedio tiene entre ocho y doce. En las obras de Shakespeare es así, él no tenía mucho empacho en meter personajes, porque sabía que los iba a matar para tener siempre un grupo manejable. El niño es igual.
Es una mezcla de piezas flexibles y rígidas que permite a los niños construir distintas criaturas, cada una más compleja que la anterior. Primero está lo que llamamos la célula madre, una figura muy abstracta, una especie de insecto, que es la forma del cuerpo que se repite en todos los demás animales. Ya que empezaste con tu célula base, puedes formar un grupo de creaturas predefinidas. El instructivo te dice cómo empezar, pero después ya no hay instructivo. Lo más complejo sería llegar al primer cuerpo, y después son cambios más sencillos de extremidades, cabezas, remates de cola. El punto es que el niño pueda llegar a decir: “ya lo entendí, voy a hacer lo que se me dé la gana, voy a romper las reglas porque este es mi mundo y así es como evolucionan los animales en mi mundo”.
Porque siento que le debo mucho al juego como diseñador industrial. Las cosas que me llevaron a decidir ser diseñador tienen mucho que ver con mis experiencias de juego de niño, que realmente no eran juegos per se, sino que yo era el típico niño que desarmaba todo y lo volvía a armar, combinaba juguetes, tuve un contacto muy rico con objetos. Entonces pensé: realmente tu primer contacto con el mundo como ser humano, incluso antes de ser completamente consciente, es a través del juguete.
La centralización del juguete es brutal: el 60 por ciento de los juguetes se diseñan en Estados Unidos y otro 15 por ciento en Inglaterra. Si lo interpretas como un objeto cultural, es decir, el juguete como un embajador de tu cultura, es una forma pasiva de invasión.
Parte de la propuesta es hacer un juguete mexicano que compita con estos monstruos. Cada vez es menor la venta de juguetes nacionales en volumen, aunque en ingresos ha ido subiendo porque ya los artesanos están haciendo pocas piezas pero muy detalladas. El problema es que el juguete mexicano se está volviendo un objeto más contemplativo, de ornato, y en consecuencia, se está perdiendo el juguete -valga la redundancia- para jugar.
Hay países que sacan más científicos en un año de los que saca México en una década. Con Evollin no se trata de dar datos duros sobre ciencia, sino presentársela a los niños en una forma que les sea representativa y atractiva y que ellos mismos empiecen a generar el conocimiento por puro interés. El conocimiento es un recurso renovable, es desarrollo económico sustentable. Es importante fomentar un interés en los niños, volcar más gente hacia la actividad científica. Es una inversión, apostarle al futuro.
Es lo que llamamos en la escuela “la forma en que pagas tus impuestos”. Si el Estado te pagó la educación, haz algo que sea relevante, pertinente y socialmente coherente.
Me lo han preguntado bastante. De hecho sí planeo salir, pero justamente en este peregrinaje de aprender. Realmente yo amo a México. Uno de repente tiene esta desilusión con el país, porque no hay apoyo, porque parece un escenario devastado y muy lúgubre, pero de repente están estos pequeños destellos en que se ganó un concurso y eso sirvió para generar muchas más cosas. Ahorita es un momento decisivo para que esto no sea golondrina de un verano y quede ahí archivado. Planeo salir, me gustaría, pero definitivamente regresaría.