En algunos jardines públicos de Veracruz (sin duda en mi Tierra Blanca natal, en el parque Zamora y la Plaza de Armas del Puerto, con mayúscula, decía mi querido amigo periodista Enrique Loubet, q.e.p.d.), al igual que en Tlacotalpan y creo que también en Alvarado, se vivían todas las tardes (¿se viven aún?), instantes mágicos dignos de ser recordados, sobre todo en estos días.
Se trataba de algo más que la vivificante y prodigiosa algarabía causada por el arribo de centenares de pájaros a los nidales nocturnos de los parques: tordos de resplandecientes plumajes, zanates azabachinos, pichos y pijules de pico mocho.
Era que, con la llegada del crepúsculo, mientras buscaban acomodo en las ramas de almendros, truenos, casuarinas y laureles, los pájaros producían tal estridencia que hacían imposible toda conversación entre los contertulios del parque. Por ejemplo, la siempre importantísima plática entre un aseador de calzado y su cliente.
Para tan inoportunos momentos, el bolero solía tener a su lado una lata vacía de chiles (jalapeños, por supuesto). Cuando el estrépito de los pajarracos era ensordecedor, el aseador de calzado tomaba la lata con una sola mano, en habilísimo movimiento la volteaba contra el piso y la azotaba con fuerza.
El estampido se escuchaba a tres o cuatro calles de distancia. El cañón alemán Bertha de la I Guerra Mundial se quedaría corto.
Sobrevenía entonces el instante mágico: en una fracción de segundo todos los pájaros se quedaban callados. Se sentía fluir el silencio entre ramas, hojas y horquetas de los árboles del parque.
En el ABC (léase argot) de los políticos veracruzanos, todavía se le llama “tronar la lata” a esta ornitológica medida que logra mágico y disciplinado silencio entre pájaros ruidosos para que permitan hablar.
El martes 26 de febrero pasado, Enrique Peña Nieto le tronó la lata al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, al autorizar la aprehensión de su lideresa vitalicia, Elba Esther Gordillo. Los pájaros del parque ocupado por el SNTE oyeron el estampido de la lata mágica y guardaron prudente silencio.
Pero hubo pájaros cuyos nidales están en las ramas de otros parques… que ni se enteraron.