Entrevista con Leonardo Enrique Zurita Morales, constructor de robots
La Guerra Nacional de Robots son combates donde el objetivo es deshabilitar al otro robot, hacer que deje de moverse. Se trata de robots a control remoto que usan sierras o lanzallamas, armas de contacto. La Unidad Profesional Interdisciplinaria en Ingeniería y Tecnologías Avanzadas (UPIITA) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) organiza la Guerra, donde participan muchas universidades de varios estados. Hay distintas categorías de acuerdo al peso del robot. Mi equipo y yo fuimos el primer lugar en nuestra categoría, que es la principal, de 120 libras.
Al entrar a la Vocacional 7, escuché que había un club de robótica, pero nunca lo busqué. Cuando iba en cuarto semestre, en una de las gacetas que hay en los pasillos, leí que iba a haber un evento de robótica en Zacatenco. Fui solo, ese mismo día en la tarde. Vi el evento y ahí fue cuando me decidí y pensé: “a ver si algún día puedo estar del otro lado”.
Regresé a la escuela la siguiente semana, y me puse a buscar el club de robótica. Ahí había chavos de otras carreras (en la Voca 7 se imparten seis carreras), y yo ya llevaba un semestre de electricidad. Le íbamos aplicando al robot los conocimientos de los distintos talleres, y lo que no sabíamos lo íbamos preguntando por las redes sociales, a otros chavos de otras escuelas.
Como la Voca 7 es la única que hace robots de combate a nivel medio superior, siempre nos toca competir contra universidades, contra estudiantes de octavo o noveno semestre de ingeniería, o hasta con egresados, pero incluso a ellos les pudimos ganar unas cuantas veces, y eso fue lo que nos dio auge, nivel. ¡Yo tenía 16 años cuando les pudimos ganar! Fue gracias a la Guerra Nacional que la Dirección de Escuelas Media-Superior del IPN nos pagó el viaje a la “olimpiada robótica” en San Francisco, en abril, a donde fueron muchos países. Nosotros éramos como 50 alumnos de varias escuelas, todos de educación superior, yo era el único de preparatoria.
Tiene que tener un arma para deshabilitar al otro robot, un aspa, un rodillo, algo que le pegue para que se le desconecte un cable por dentro. A lo largo de todas las competencias voy obteniendo experiencia, por ejemplo, de qué arma es más efectiva. Antes lo dibujaba en papel, ahora lo voy dibujando en la computadora.
Somos varios en el equipo: yo cursé la carrera de electricidad, así que me dedico a la electrónica; otro chavo se dedica a hacer la mecánica. Para eso usamos un torno, una máquina para fabricar piezas que él sabe usar. Cuando hacemos eso, le paso las cosas, soy su ayudante. Pero después, cuando ya está hecha la estructura, me lo da a mí y yo hago la electrónica: soldo los cables, calculo la batería, la corriente que va a pasar por el cable, porque si no se te incendia el robot. Una vez mi compañero me dijo: “yo hago el cuerpo y tú le das la vida al robot”.
Al principio nuestros diseños eran de lámina, con cinta de aislar, todo feo. Pero conforme hemos ido avanzando, le hemos metido nuevos materiales. Antes íbamos a donde venden latas y todo eso, y conseguíamos placas de fierro viejo, todas oxidadas, y nuestros robots estaban llenos de óxido; ahora vamos a una fábrica de aluminio, compramos una tira nueva y la cortamos en partes.
Hace unos años, con que se moviera el robot ya era ganancia; pero va subiendo el nivel con cada competencia. Hay un reglamento: por ejemplo, tienes que tener un foco de advertencia de que está encendido el robot, y un switch de apagado. Yo encendía mi robot con una llave, ahí está el ingenio. Nunca un juez había visto que un robot lo encendieran como un carro. Hay veces, cuando se declara un empate, que se determina al ganador por esos detalles, por esas cosas que estén fuera de lo normal, porque cualquiera de los participantes puede hacer una caja que se mueva y ya, de inmediato se ve cuánta dedicación le metiste.
De los de 12 libras, uno chiquito, bien hecho (pues si quieres ganar hay que invertirle), unos 8 mil pesos. En el grande con el que ganamos hace un año nos gastamos como 7 mil pesos, pero estaba hecho de fierro viejo, y tenía un motor de combustión interna que era de una motosierra y se lo adaptamos. Ahora le metimos más dinero todavía, y nos echamos como 27 mil pesos para las últimas competencias. Además, yo empecé a pedir piezas en el extranjero, en China o en Estados Unidos, porque en México encuentras cosas, pero ya no lo necesario para ganar.
Nosotros tenemos que pagarlo todo. La escuela, si bien nos va, nos paga las inscripciones al concurso y el transporte, todo lo demás es por nuestra parte, porque es una actividad extra, ya que robótica no está en el organigrama de la escuela. Si ganamos, sí nos llevan a otros lados y nos pagan el viaje y la estancia, pero fabricar el robot es por nuestra parte.
En parte, de las becas que tenía por mi promedio; en parte, del apoyo de nuestras familias.
Por ahora, quisiera acabar los cuatro años de carrera, y más adelante, me gustaría ir a Alemania, porque es donde tienen la mejor electrónica. De hecho el motor que usé en el robot de 12 libras era un motor alemán. He platicado con varios profesores que me recomiendan que me vaya para allá, porque hay muchas fábricas y empresas que se dedican a eso. Quisiera ir a Alemania para aprender las tecnologías que tienen ahí.
Ellos están mejor preparados. Por ejemplo, a mí me costó mucho trabajo comprar la pila para mi robot, me costó mil 500, la mandé traer de Hong Kong. Los brasileños tenían en su mesa de trabajo como 500 baterías, y usaban 16 en sus robots, en cada combate, y yo nada más una. Traían, además, mucha maquinaria, así que creo que su escuela les debe dar más facilidad de dinero. Sin embargo, lo que hace México, aunque sea menos, está bien hecho, está a la altura, porque se les pudo ganar.