Dice el IFE en un diagnóstico sobre la situación actual de la mujer en México, con datos del Consejo Nacional de Población, que el año pasado las mexicanas llegaron a 60.2 millones, es decir, el 51% de los 117.6 millones de habitantes que a fines de ese año habría en el país. Cuando termine esta década la cifra se incrementará en 4.6 millones, y para el año 2050 llegará a 77.8 millones (52% de la población total).
La mujer enfrenta cotidianamente los mismos graves problemas del varón, como pobreza, corrupción y violencia. Pero más allá de las frías estadísticas, todavía la mujer mexicana debe lidiar con más: desigualdad, deficientes servicios de salud y discriminación, lacras añejas para las cuales los gobiernos de nuestro país han prometido mucho y nada han resuelto.
Las mujeres separadas, divorciadas o viudas, señala el informe del IFE, tienen cada vez mayor presencia en la jefatura del hogar al sobrepasar las dos terceras partes de los hogares en México. Además, cada vez hay mayor presencia de la mujer en niveles educativos superiores, lo que implica el desafío no sólo de mejorar la calidad de la educación que recibe sino de asegurarle empleo al término de sus estudios.
Persiste la mentalidad del macho mexicano, fuente de muchos males en materia de equidad de género, pero también la de un sistema político que hace décadas venera a la mujer al tiempo que la excluye de la vida pública del país. Hace falta transformar esas mentalidades con la valiosa participación de la mujer.
No es cuestión (como alude el breve poema de Rosario Castellanos, que publicamos en esta edición de El Ciudadano), de sentar a varones y mujeres ante un tablero de ajedrez, y esperar a ver quién da el último zarpazo…para aniquilar al otro. De lo que se trata es de franquear barreras, hacer de la convivencia una causa habitual de géneros, de construir, transformar y de reformar juntos el albergue común, que es México, con objetivos comunes.