Hace casi 14 años, en el año 2000, un expediente criminal de 68 mil páginas, contenidas en 174 tomos y mil 993 declaraciones, fue formalmente cerrado. Se trató de la investigación oficial del asesinato del candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio Murrieta, cometido el 23 de marzo de 1994 en una barriada de Tijuana llamada Lomas Taurinas. La conclusión final: hubo un solo homicida, Mario Aburto, a quien se condenó a 45 años de cárcel.
Así se le dio carpetazo a un magnicidio cuyo último antecedente fue el asesinato de Álvaro Obregón, perpetrado 66 años atrás en el restaurante “La Bombilla”, en San Ángel, por el fanático religioso José de León Toral. Curiosamente, los analistas ven en el asesinato de Obregón el abrupto freno a sus intenciones reeleccionistas por parte de Plutarco Elías Calles, en tanto que en la muerte de Colosio, advierten la acción criminal de un poderoso grupo de interés opuesto a la prolongación sexenal del proyecto salinista a través de Luis Donaldo.
Ernesto Zedillo llegó al poder por imposición de ese grupo de interés, no del PRI, “un aparato monstruoso”* en el que nunca creyó. Se lavó las manos sobre el asesinato de Colosio, a despecho de la afirmación pública de Miguel Montes, primer fiscal investigador del crimen, en el sentido de que el asesinato había sido cometido por Aburto con la ayuda de por lo menos seis cómplices (cuatro de ellos detenidos y liberados después, dos más desconocidos y prófugos hasta la fecha). No quiso Zedillo saber nada del por qué modificaron en cuestión de días el escenario del crimen.
El diario español El País publicó el 5 de abril de 1994, un informe desde la Ciudad de México del reconocido periodista gaditano Fernando Orgambides, sobre la existencia de un complot organizado, cuyas ramificaciones comenzaban “de momento” (a menos de dos semanas del magnicidio) en el comité local del PRI de Tijuana. “Mario Aburto, el joven que el pasado 23 de marzo asesinó en Tijuana a Luis Donaldo Colosio […], no estaba solo ni lo que hizo fue la obra individual de un loco”, enfatizó Orgambides.
Lo cierto es que, del execrable homicidio de Luis Donaldo Colosio emanaron entonces con más ímpetu los efluvios pestilentes de un sistema podrido, criminal, corrupto y corruptor, que impuso su ley del silencio, como la omertá de las mafias sicilianas, a una sociedad incrédula, ninguneada, ofendida, lastimada.
Cada 23 de marzo, el discurso oficial sobre la efeméride luctuosa suele citar diez palabras de Luis Donaldo pronunciadas el 6 de marzo de 1994 (diecisiete días antes de que lo asesinaran) en ocasión del aniversario del PRI: “Veo un México con hambre y con sed de justicia…”
De ese mismo discurso, eluden las voces oficiales la convocatoria de Colosio a dejar atrás viejas prácticas electorales: concesiones al margen de los votos y votos al margen de la ley; el retroceso a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces; democracia sin su perversión: la demagogia; un presidencialismo sujeto estrictamente a los límites constitucionales de su origen republicano y democrático…
La voz, en suma, de un Luis Donaldo Colosio avergonzado de un sistema político y una estructura de poder que sigue allí, haciendo de las suyas, a 20 años del proditorio asesinato de Lomas Taurinas.
* En conversación con el autor de estas líneas en noviembre de 1993, en sus nuevas oficinas del PRI, al ser nombrado coordinador general de la campaña electoral de Colosio.