El serval es un felino jaspeado del norte de África, que en italiano recibe el nombre de Gattopardo. El nombre de este bello gato salvaje inspiró al escritor palermitano Giuseppe Tomasi di Lampedusa para titular así lo que fue su única novela: Il Gattopardo, escrita entre 1954 y 1957, aunque fue publicada póstumamente en 1958. En 1959 mereció el Premio Strega y cuatro años después, en 1963, el talento del milanés Luchino Visconti convirtió la obra en una espléndida película con tres no menos célebres figuras estelares: Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale.
Pero la fama del gato jaspeado también hizo historia por otro motivo. Personaje central de la novela es don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina (figura inspirada en Giulio IV di Lampedusa, bisabuelo del autor de la novela), miembro de una familia aristocrática cuyo escudo de armas es un Gattopardo (por eso el título de la obra).
Don Fabrizzio tiene un sobrino llamado Tancredi Falconeri, quien aunque milita en las filas de emancipador Giuseppe Garibaldi, también está muy interesado en la política y coquetea con la burguesía. En un diálogo con el preocupado tío Fabrizzio, Tancredo Falconeri le dice en italiano: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”, que se traduce para la posteridad: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Como buen siciliano, don Fabrizzio se tranquiliza al ver que su aguzado sobrino no será reducido de su posición aristocrática a la temida insignificancia política y social. Y en ella muchos analistas advierten también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora para poder conservar su influencia y su poder.
Hay que considerar que si bien la novela recoge un episodio memorable en la historia de Italia (los años 60 del siglo XIX), en el que brilla la figura del gran luchador por la libertad y la independencia Giuseppe Garibaldi, otro elemento abona a la celebridad de El Gatopardo, novela y película de por medio: el hecho de que ambas emergen en una época crucial para el avance de las democracias en Europa y particularmente en América Latina (la novela de Lampedusa en 1958 y la película de Visconti en 1963, respectivamente).
De ahí que en las ciencias políticas de la segunda mitad del siglo XX y en lo que va del XXI, la frase de “cambiar todo para que nada cambie”, el gatopardismo lampedusiano, se aplique al político, “reformista o revolucionario”, dicen muchos analistas que cede o reforma una parte de las estructuras para conservar el todo sin que nada cambie.
El Gatopardo, en suma, relata cómo la aristocracia del Reino de las Dos Sicilias es expulsada del poder político y en su lugar se instaura la monarquía parlamentaria y liberal del Reino de Italia. Sin embargo, este cambio no modificó las estructuras de poder: la burguesía leal a la Casa de Saboya solamente reemplazó a los aristócratas como nueva élite que acaparó para sí todo el poder político; inclusive recurrió al fraude electoral con una simulación democrática.
Es posible que las líneas anteriores provoquen sonrisas y murmullos cáusticos entre los tres o cuatro lectores de esta sección. Pero más allá de aquello de que todo parecido con la realidad… es cierto, reflexionemos sobre la conclusión del escritor y filósofo argentino José Pablo Feimann sobre el tema:
“Para que exista el gatopardismo tiene que existir una clase social de reemplazo, que intente superar a la hegemónica; una clase social a la que el gatopardista intente controlar por medio de concesiones. Hoy, esa clase social no existe. La historia está en manos de los dueños del mercado, que se dividen entre halcones y palomas. Los pobres, los marginados, dependen de la bondad de las palomas. Dependen, como Blanche DuBois, de ‘la bondad de los extraños”.*
*Frase de Blanche DuBois, personaje de la célebre obra de teatro “Un tranvía llamado deseo”, del dramaturgo Tennessee Williams (1947), ganadora del Pulitzer en 1948.