Las 6 de la tarde en punto en la Ciudad de México. Convocantes y convocados empezamos poco a poco a reunirnos. Del otro lado de la calle hay más granaderos que gente congregada; pero sabemos que llegarán más, el enojo es grande; digamos que para ese momento somos pocos, pero convencidos.
El cielo gris anuncia la cercanía de la lluvia. La cita: La Columna de la Independencia, monumento convertido en testigo de la historia de una metrópoli lastimada; también de un país inseguro, sin oportunidades, con muchos pobres y pocos ricos. Un Ángel que desde las alturas ha visto desfilar gobiernos intolerantes, ilegítimos, corruptos y represores, para infortunio de los mexicanos.
He asistido con frecuencia a marchas por temas y causas diversas que tienen que ver con mis convicciones personales; nunca me han pagado por hacerlo ni he recibido una torta a cambio. Allí, entre la gente indignada y convencida, es cuando te das cuenta de que hay de motivos a motivos para reunirse, marchar y protestar.
En esta ocasión noté algo que no había pasado antes: no había organizadores. No había partidos políticos, no había SME, no había SNTE; eran ciudadanos organizados a través de las redes sociales, convocados por grupos y colectivos enterados de que en las leyes secundarias de telecomunicación había apartados que abrían las puertas a la censura en Internet, redes sociales incluidas.
Me conmovió ver a jóvenes recién salidos de la oficina, todavía de traje; a señores de edad que gritaban: “¡Fuera Peña, fuera el PRI!, ¡no a la censura!, ¡el pueblo informado, jamás manipulado!”; todo ello ya bajo las primeras gotas de lluvia y el ruido de las bocinas con el que los automovilistas mostraban su empatía. En agradecimiento recibían a cambio una consigna: “¡Ciudadano consciente, se une al contingente!”
A una pareja de mediana edad con dos pequeños hijos les pregunté por qué estaban allí. “Porque estamos hartos de que nos quieran ver la cara de pendejos”, respondieron. “Somos padres y queremos hijos informados, que cuestionen, no zombies de Televisa y Peña Nieto”.
A pesar de las especulaciones de que probablemente el asunto de Internet era un distractor de las intenciones verdaderas del Ejecutivo Federal, y no obstante que el mismo día algunos medios informaron que los párrafos censores se habían eliminado, me sentí muy orgullosa de la gente, de su convicción y de sus ganas de que todo cambie. Pensé por un instante que sí, que en efecto algo puede cambiar y que cada vez es más evidente el poder del ciudadano organizado.
En cada nueva causa que orilla la gente a salir a las calles, a protestar, a manifestarse, veo a una sociedad más enojada, menos apática, más convencida de que es momento de decir ya basta, ya no más; un manotazo desafiante a un Ejecutivo Federal que, en las prisas, todo lo atropella; a un reformismo en el que asoman claras señales de autoritarismo, represión y regresión.
Cada vez que al gobierno federal le da por enviar iniciativas para “reformar”, le sale una raya más al tigre. Insensibles a lo social, a lo que realmente importa, no se dan cuenta, o prefieren ignorar, que su actitud es más provocación que ánimo por mejorar. ¿Acaso no advierten que cada día se acercan más a lo que el vox populi llama “el callejón de los trancazos”?