(SEGUNDA PARTE)
En la edición anterior de El Ciudadano, se presentó la primera parte de este reportaje sobre la migración trasnacional en México. Ahora presentamos la parte final y conclusiones de ese trabajo.
Las religiosas que manejan la Casa del migrante ‘El Samaritano’ en Bojay, Hidalgo, según me cuenta la hermana Rosa, se han ido ganando poco a poco la confianza y buena voluntad de la comunidad en la que se ubican. Con las autoridades municipales han acordado, por ejemplo, que la policía se dé sus rondines por el lugar para vigilar que todo está en orden. Rosa dice que sí existe buena voluntad de las autoridades, pero que no es un trabajo fácil, y que requiere de mucho sentido humano.
En cuanto a los vecinos del albergue, refiere que “es normal que vean mucha gente que viene de fuera y sientan cierto temor. Por un lado es comprensible. Pero también ellos se han abierto y se han solidarizado con nosotros. Ha sido un trabajo muy lento, no surgió de un día para otro”. ‒¿Cuál cree que debería de ser la posición de México en cuanto a los migrantes, dar paso libre, regularizarlos de alguna manera? ‒le pregunto. ‒Simplemente que cumplan el Capítulo I de la Constitución que dice que nuestro gobierno está a favor de los derechos humanos. Que cumplan simplemente lo que implica derechos humanos. Le comento que a los de la caravana del viacrucis migrante les dieron permiso de estancia en el país por 30 días.
La mayoria tarda mas de 30 dias en pasar el territorio ‒me contesta. ‒A un turista normalmente le dan 90 días. ¿Será que tienen preferencia porque tienen dinero para invertir? Los migrantes también invierten aquí, comprando, durmiendo en hoteles a veces, sus cinco pesos invierten en el país. Lo mejor sería darles paso para que lleguen lo más rápido posible a donde tengan que llegar. Y en caso de que no crucen (la frontera con los Estados Unidos), que tengan la libertad de hacer algún trabajo en México, pero reconocido, no un trabajo esclavo. Hoy mismo se dio el caso. A un chico le pidieron que lavara un carro, le pagaron 20 pesos. En un lavacarros lo mínimo son 60 pesos, pero por ser migrante indocumentado, le pagan 20.
Le pregunto sobre este fenómeno reciente de viajar con niños pequeños.
‒Yo creo que cuando los papás deciden salir con los niños es porque la cosa está muy complicada en su país y deciden arriesgarse. Viajar con niños es muy diferente, dan otro ambiente, ellos viven su mundo, para ellos es una aventura.
‒Pero también son más vulnerables‒ le comento a Rosa.
‒Claro que son. Extremadamente vulnerables. Pero aquí la fe juega un papel fundamental en los papás, que creen que con la ayuda de Dios van a llegar. Y mientras haya fe hay más posibilidades de cuidar también a los hijos y de exponerlos menos a peligros.
Ya pasan de las cuatro de la tarde cuando regresan Diana y Víctor con un pollo rostizado para que comamos nosotros y las hermanas Rosa y Aurora. Despejamos la mesa de la cocina y nos estamos sentando cuando entra José Manuel, el joven líder del grupo de garífunas hondureños, diciendo que tiene a una persona inconsciente. Diana se levanta como un resorte. Los demás la seguimos. Se trata de una adolescente. Está acostada sobre una de las camas. Su grupo la rodea.
Al parecer la chica ha tenido un ataque de epilepsia. Sus signos vitales están bien, pero no está consciente. Hacemos espacio dentro de la ropería para extender un catre. Un par de hombres la trasladan con todo y colchoneta. Algunas mujeres de su grupo se quedan cuidándola y “curándola” según sus costumbres, con rezos, imposición de manos y palabras mágicas. Más tarde Víctor me explica que la joven es menor de edad y viaja con una amiga de su familia a quien se la han encargado. No son raros los casos de adolescentes migrantes que viajan solos o acompañados por alguien que conocieron en el camino, me dice Víctor.
Diana y Rosa se han ido a Tula a buscar medicamentos para la epilepsia. Regresamos a la cocina para, ahora sí, sentarnos a comer. Estoy a la mitad del primer taco cuando suena el silbato de un tren que se acerca. No es el primero del día, pasa uno cada dos horas, aproximadamente; pero este viene del sur. Los migrantes empacan rápidamente sus cosas en las maletas y mochilas, yo dejo el taco, tomo la cámara y salgo.
Aunque no hay tren a la vista, los migrantes más experimentados ya están junto a las vías. Uno de ellos apoya la palma de la mano sobre el riel para sentir la vibración. Confirma que está cerca. Los primeros vagones son cisternas negras de productos químicos que no sirven para viajar. Detrás vienen los vagones tolva, con una plataforma de rejilla encima a la cual la gente se puede amarrar por las noches para no caerse. Además, ese tipo de vagones tienen en cada extremo un pequeño descanso bajo la tolva donde caben varias personas. Son lugares de lujo, protegidos del sol y del choque directo del viento. En la parte central del descanso hay una pequeña cavidad en el ángulo que forman el contenedor y la plataforma, donde pueden entrar un par de personas acostadas. Ahí, según me dicen, han llegado a parir mujeres migrantes con el tren en marcha.
Sobre el tren vienen unas pocas personas que nos saludan al pasar. La marcha se ralentiza y algunos trotan juno a las vías, atrápan el peldaño de una escalerilla y se cuelgan para subir. Luego el tren para, retrocede, vuelve a parar y avanza otra vez, está haciendo maniobras de enganche y desenganche de vagones.
Los garífunas caminan para alcanzar los vagones buenos. La chica desmayada no podrá seguir al grupo, deberá quedarse con la mujer que la acompaña hasta que se haya recuperado. Mientras el tren continúa moviéndose adelante y atrás, los adultos alzan a los niños y se los pasan a los que ya están arriba. Las madres no suben hasta que ven a sus niño a salvo sobre el tren. Su mayor angustia es que el convoy acelere y las separe de sus hijos.
Finalmente el tren acelera la marcha y se aleja rumbo al norte. Algunos del grupo garífuna no han logrado subir, pero ninguna familia ha sido separada. Sin embargo, el ferrocarril se detiene un kilómetro más adelante y comienza a dar marcha atrás. El maquinista le indica a los que aún no habían subido que ese tren llega hasta ahí. Todos los migrantes, incluidos los que venían en el tren, vuelven al albergue.
Después de comer, el trabajo se redobla. La chica que ha tenido el ataque ya se encuentra mejor. Hay que preparar y servir la cena y acomodar a los recién llegados. Normalmente no se permite a la gente dormir dentro del albergue, pero los niños lo cambian todo. Y si se deja pernoctar a los garífunas, se tiene que admitir que todos los demás pasen la noche bajo techo.
Lo primero es darle una barrida a la casa antes de que se acomoden. Al igual que en la mañana, sale una gran cantidad de tierra al pasar la escoba. Las hermanas van dando las indicaciones para que nadie se quede sin un espacio donde dormir. Diana atiende a uno de los recién llegados que tiene una espina profundamente enterrada en el empeine. La actividad se prolonga hasta pasadas las nueve de la noche.
Son más de 80 personas, pero la gente coopera y obedece las instrucciones de las hermanas. Ellas nunca duermen ahí. Al irnos, se cierra la puerta. Los migrantes pueden salir si quieren, pero nadie puede entrar. Se quedan con la consigna, repetida una y otra vez por las hermanas de no abrir la puerta por ningún motivo.
De regreso en la carretera, le pregunto a Víctor sobre la importancia de este tipo de albergues.
‒Funcionan como un espacio muy importante en toda la ruta migratoria trasnacional ‒me contesta, ‒ son literalmente los únicos espacios de apoyo, ayuda, asistencia y orientación que existen en el país para ellos.
‒¿Y cuáles crees que son las cuestiones humanitarias más críticas del fenómeno de los migrantes? ‒le pregunto.
‒Uno es la salvaguarda de los derechos de las persona migrantes y de los defensores de los migrantes, es uno de los puntos más complicados: concientizar sobre el proceso y las dinámicas migratorias como un hecho consumado, algo que vamos a estar enfrentando durante muchos años. Se necesita una regulación mucho más clara con sentido humanitario, estamos enfrentando un problema social que no es solamente mexicano, es regional, que afecta a Centroamérica, México y Estados Unidos. Es una realidad que no podemos ocultar y hay una situación de ayuda humanitaria urgente. Estamos hablando de miles de personas que necesitan asistencia jurídica, social, alimentaria, de transporte, que viajan en condiciones paupérrimas, que optan por subirse al tren como única forma de poder cruzar el país. Debe quedar claro que la migración no es un hecho aislado, es algo que tenemos que afrontar y entender con una política de Estado clara, con visión de derechos humanos, que tiene que garantizar la integridad de las personas.
‒¿A qué nivel se tiene hacer esto: federal, estatal, municipal…?
‒Hay una política federal con respecto a la migración que obliga a todos los actores, federal, estatal y municipal, pero que no garantiza la seguridad de los migrantes. En los hechos, falta contundencia para garantizar la seguridad, políticas de retorno, políticas de inserción laboral, inserción cultural para jóvenes deportados de Estados Unidos, políticas contra la separación familiar, es decir, hay una serie de elementos que no están siendo atendidos por el gobierno.
‒¿Porque no existen las leyes o porque no está habiendo voluntad para atenderlos?
‒Me parece que no hay una infraestructura gubernamental clara que lleve a cabo objetivos que sí están previstos incluso como parte del Plan Nacional de Desarrollo. El apoyo aparente al viacrucis migrante con transporte y el permiso especial por 30 días, no significa que sea una política de Estado. Fue una respuesta a la presión social y política de los migrantes, organizados junto con defensores de derechos humanos. Por otro lado, poco tiempo después nos encontramos con que hay dos redadas del Instituto Nacional de Migración donde se captura prácticamente a 500 personas que exigían lo mismo que la otra caravana.
‒¿Un doble discurso?
‒Me parece que lo que el gobierno quiso dar a entender es que no se iban a permitir caravanas de ese tipo; que lo permitió una sola vez porque no podía parar el proceso. Pero no puedes hacer casos especiales, o es una política de Estado o no sirve.
Víctor y Diana han salido por comida para nosotros, mientras los espero, la hermana Rosa me hace una seña para que me acerque a platicar con ella. Está sentada en una mesa redonda y rodeada de niños que hacen dibujos en hojas de papel.
Me cuenta que iniciaron este trabajo en el 2012. “Decidimos apoyar a los migrantes que pasan aquí por la diócesis. Hablamos con el obispo y con el párroco de esta región y ahí empezamos la Casa del Migrante. No teníamos absolutamente nada. Fueron seis parroquias que se comprometieron a ayudarnos a llevar adelante esto. Semanalmente Semanalmente viene gente de una parroquia a apoyarnos, también recaudan víveres, ropas, en la medida de lo que pueden. La ayuda que damos es alimento, ropa, baño y un poquito de descanso.”
La ayuda que reciben es voluntaria, de perosnas que apoyan. “No sé si te has fijado, ha venido gente a dar cosas esta mañana. Otras veces ha venido gente del D.F., del Toluca, de Puebla, que han pasado por aquí, nos ven, se solidarizan, preguntan qué necesitamos y traen.”
“El primer mes no registrábamos a nadie, simplemente atendíamos y dormían aquí. Después vimos la necesidad de registrarlos en vista de que se llevaron presos a algunos muchachos porque estaban pidiendo dinero en la calle. Fueron mis compañeras a reclamar en el municipio, pero no sabíamos los nombres ni de dónde eran, sólo que habían estado aquí.”
“El registro es mínimo: el nombre, el país, el lugar de donde es, la edad y la documentación que llevan. Nada más. Es un registro exclusivamente de la casa, nadie más tiene acceso.”
Sobre el hecho de que haya tantos niños me dice que no sabe la razón: “Lo que nos dijeron ayer, es que los niños necesitan atención básica que en sus países no están pudiendo darles. De Semana Santa para acá se ha dado el fenómeno de que pasan muchísimas mujeres y niños. Eso no era común. Antes la mayoría eran hombres.”
–¿Cuáles son los problemas más frecuentes que usted ve con los migrantes? –le pregunto.
–Aquí dentro es la cuestión de salud, los golpes, deshidratación muy fuerte, golpes en los pies, heridas. Gracias a Dios tenemos la ayuda de Médicos sin Frontera tres veces a la semana. Cuando no están ellos vienen otras personas, médicos que nos echan la mano.
–¿Por qué sale toda esta gente de su país de origen?
–Falta de recursos, la violencia generalizada, violencia que no es sólo de que los amenazan o los matan, sino la violencia en el propio sistema. La falta del trabajo ¿a qué lleva? Al hambre, a la falta de atención. Son violencias institucionalizadas.
–¿Usted cree que tienen conciencia de lo que implica el viaje y a lo que se arriesgan?
–Mira, yo no sé si tienen conciencia o no. Pero tienen un sueño de una vida digna, de darle mejores condiciones de vida a los hijos. Y es un sueño que, por más violencia que haya, no se los van a quitar. Unos muchachos decían: podrán romper nuestro cuerpo con golpes, pero nuestro sueño jamás. Eso es lo que les mueve.