En las últimas semanas, el bullying es el tema que ha encabezado todos los medios de comunicación por la lamentable muerte de Héctor Alejandro Méndez Ramírez, menor de 12 años, que falleció en un aula escolar a manos de otros niños el pasado 20 de mayo en Ciudad Victoria, Tamaulipas. En consecuencia, supuestamente, los agresores están en custodia y bajo vigilancia las instituciones escolares.
Es lamentable que la comunidad olvide tan rápido sucesos trascendentes como la muerte de este menor, y cómo nos hemos acostumbrado a ser una sociedad por demás reactiva en vez de preventiva.
De acuerdo con algunos estudios, alrededor del 70 por ciento de los estudiantes en educación básica han participado en acciones de bullying, ya sea como agresores, víctimas u observadores pasivos o activos (quienes graban con sus celulares y lo suben a las redes sociales).
Este fenómeno se ha extendido con las nuevas tecnologías móviles, porque la agresión y la humillación se asocian a la exhibición de los acontecimientos en las redes sociales y ello hace que la víctima se vea sometida a un escarnio generalizado, aún ante desconocidos.
Además, la violencia que exhiben la mayoría de los programas de televisión para niños y jóvenes se asocia a la imagen de éxito (efímero), pero muy ostentoso de los delincuentes y narcotraficantes. Todo ello se presenta principalmente en los sectores en donde ocurre una condición de ignorancia y pobreza.
Estos acontecimientos se padecen en la mayoría de los estados del país, tanto en las zonas rurales e indígenas, como en los barrios urbanos marginales y en la clase media baja y alta, pues en todos ellos se ha concentrado la inseguridad, la descomposición familiar y la acumulación de carencias culturales y materiales.
Otro aspecto, es la precariedad laboral de los jóvenes y sus familias, factor que influye en la reproducción de la violencia dentro y fuera de la escuela. Simplemente el desempleo juvenil es el más alto entre los grupos demográficos. Aún con estudios de bachillerato o universitarios, la tasa desocupacional de este sector llegó al nueve por ciento, lo que golpea sobre todo a la clase media y baja.
Asimismo, México presenta la tasa de pobreza infantil más alta entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), en donde uno de cada cuatro vive en esa condición.
Finalmente, el bullying ocurre porque la Secretaría de Educación Pública (SEP), las autoridades educativas y los maestros no cuentan, ni promueven, elementos educativos de prevención para afrontarlo, no existen cursos transversales de proyectos de vida, sexualidad y conciencia ciudadana, que ataquen frontalmente dicho acoso.
No se trata de un fenómeno aislado, ocurre por la relación de múltiples factores y se agudiza cuando el contexto del país, como está ocurriendo, lo justifica, lo promueve y tolera. Las causalidades de este entramado se originan en la familia, en los medios de comunicación (particularmente la televisión), el uso indiscriminado y sin vigilancia de Internet (el acoso está directamente asociado al anonimato que se genera vía celular e Internet).
La SEP debe estar consciente de que está impulsando una política que fomenta la desigualdad, inequidad y violencia. Además, desde hace un año ha provocado un conflicto magisterial sin resolverse, que ha agudizado las condiciones de atraso en el sistema, sobre todo en algunos estados del país. Lo cual ha fertilizado la descomposición de la escuela y su autonomía pedagógica y educativa.
Esta situación ha puesto a los maestros en contra de los padres y de los padres en contra de los maestros, criminaliza a los jóvenes y reprime a los maestros que no tienen capacidad para enfrentar la aguda problemática infantil y juvenil, y aún se ven rebasados en el ritmo al que deben adecuar sus conocimientos en la vida moderna. No es la SEP la que mejor está representando la idea de una escuela armónica, solidaria y equitativa, sino todo lo contrario.