Como historiadora y nieta de Francisco Villa, ¿qué visión tiene de este personaje? La visión que como historiadora tengo de Francisco Villa, es muy positiva. He pasado años leyendo y revisando la inmensa bibliografía que se ha producido en torno a la Revolución, Villa y el villismo, y puedo concluir que mucha de la historiografía, sobre todo en determinada época, está encausada a rebajar al personaje, a fomentar su leyenda negra y a culparlo de la escisión revolucionaria. No obstante, Villa es un personaje fuera de serie, un hombre que puede servir de ejemplo a muchos jóvenes que como él nacieron en un medio adverso, con todo en contra.
El único e inmenso capital que tuvo Doroteo Arango fue su férrea voluntad de trascender. No tuvo la oportunidad de acceder a una educación formal y convirtió su deseo de aprender en una obsesión. Fue autodidacta y es posible advertir el cambio que se va dando paulatinamente en su personalidad, no es el mismo hombre –intelectualmente hablando- en 1910, cuando se suma a la revolución maderista, que el que deja las armas en 1920, o cuando manifiesta su deseo de llegar a ser gobernador del estado de Durango, pocos años después. La obsesión de la que hablo, lo llevó a construir escuelas, a proteger a los niños y a patrocinar económicamente orfanatos.
También puso todo su empeño en luchar en contra del alcoholismo, pues lo consideraba según palabras suyas: “un vicio detestable, una lacra que envilece a los hombres”, y un despilfarro de dinero sustraído del ingreso del hogar. Estaba convencido de los efectos negativos de la bebida en el ámbito familiar, y obviamente entre los revolucionarios, por eso para sus tropas estaba prohibido, bajo pena de muerte, emborracharse. Un corresponsal francés enviado a cubrir la batalla de Zacatecas –de la cual se acaba de conmemorar su centenario-, escribió que lo primero que hizo Villa, luego de su entrada triunfal a la capital zacatecana, fue ordenar el cierre de todas las cantinas y castigar el saqueo. Tres soldados villistas fueron fusilados por no respetar esta última orden.
Durante la breve gubernatura del jefe de la División del Norte en Chihuahua, también cerró cantinas y mandó destruir todas las bebidas alcohólicas que estuvieran almacenadas. Hay fotografías en las que puede verse a hombres destruyendo barriles cuyo contenido corría libremente por las calles.
Hay muchas cosas positivas que hizo Pancho Villa y que en una entrevista como ésta me sería imposible detallar, pero fue un hombre atento a las necesidades sociales e hizo mucho por resolverlas. Mi cruzada como historiadora y nieta es dar a conocer todo lo bueno que hizo. Fue un hombre fiel a sus principios, nunca fue traidor ni malagradecido y siempre actuó en consecuencia para quienes sí lo fueron.
Esta es una pregunta muy recurrente. Pues yo diría que sí, pero en distinto orden: primero cuatrero, porque como él mismo lo narra en sus memorias, se vio obligado a unirse a la gavilla de Ignacio Parra -un conocido bandido que operaba en la sierra de Durango y Sinaloa y que alguna vez unió sus fuerzas con las de Heraclio Bernal-, a quien sirvió como abigeo.
Después fue revolucionario, y aquí quiero detenerme un poco para aclarar lo siguiente: Villa nunca se planteó tomar el poder político y asumir la presidencia. Al jefe de la División del Norte siempre se le ha criticado su regionalismo y la carencia de un plan político-social a nivel nacional. Quienes sostienen estos argumentos y perdón que use este ejemplo, le piden “peras al olmo”. Obviamente era un hombre regionalista y en la Revolución mexicana sobran los ejemplos, Pascual Orozco y Toribio Ortega en Chihuahua; Emiliano Zapata en Morelos; Calixto Contreras en Durango; los hermanos Figueroa en Guerrero, etcétera. La palabra “revolución” contiene en sí misma muchas revoluciones.
Los movimientos armados que dieron cauce a la lucha eran regionales y buscaban resolver los problemas que tenían en cada una de sus localidades. Todos ellos vieron en Francisco I. Madero al hombre que podría dar solución a sus demandas, aunque después se decepcionaran de él.
Algunos de los alzados en armas produjeron planes políticos en los que plantearon sus principales requerimientos y reclamos, lo que no ocurrió en el caso de Villa. Sin embargo durante la época en que dominó en Chihuahua, encargó una serie de estudios que dieron por resultado leyes y decretos, así como ensayos y artículos que precisaron las causas y los efectos de la problemática estatal, sus necesidades y posibles soluciones. Entre las primeras destacan la “Ley sobre expropiación por causa de utilidad pública”; “Reformas a la Ley de aparcería rural”; “Ley para el revalúo de la propiedad rústica”; “Ley agraria del estado de Chihuahua” y “Ley sobre protección del patrimonio familiar”.
Si bien todos estos estudios son importantes, sobresalen los dos últimos. El proyecto de ley agraria pretendía sintetizar la preocupación general por expropiar únicamente tierras improductivas, toda vez que las productivas no deberían dividirse. Se pretendía fraccionar las grandes extensiones de tierra, fueran de particulares o del gobierno, siempre y cuando permanecieran sin cultivar. Se subrayaba el hecho de que la Revolución no había prometido regalar tierras; lo prometido había sido reparar las injusticias del régimen conservador y no cometer otras, cualquiera que fuera el pretexto invocado.
Como he dicho, Villa sabía bien por qué estaba luchando y lo expresó de diversas maneras en distintos momentos: peleaba por la justicia y la igualdad, peleaba para lograr que no hubiera gran riqueza ni gran pobreza, y en este deseo se inscribe el último aspecto de la pregunta con que inició este apartado: antes, durante y después de la Revolución, el general hizo evidente la razón por la cual se le comparó con el héroe inglés.
Aunque la analogía con Robin Hood no es exacta, sí ayudó económicamente a los más necesitados, por ejemplo, le puso un taller de sastrería a un viejecito y auxilió a viudas y huérfanos de soldados de la División del Norte. Considero que, además de estas aportaciones, deben valorarse las oportunidades que dio a niños y jóvenes desamparados para aprender un oficio que les permitiera vivir con dignidad.
Desde luego estoy convencida de que Pancho Villa no ambicionaba el poder, él mismo lo repitió innumerables veces. ¿En qué se basaba? Simplemente en su escasa preparación, reconocía sus limitaciones. Siempre sostuvo que un hombre ignorante, en la presidencia, le haría un irreparable mal a la nación. Inclusive dejó consignado en sus memorias: “No tengo ambición de mando ni afán de poderío. La intriga política, la farsa diplomática y el complicado engranaje administrativo, no son mi fuerte”. Aunque años después, en 1921, expresó el deseo de gobernar su estado natal. Era ya otra época, diez años de lucha le habían dado madurez y muchos conocimientos respecto de como resolver diversos problemas sociales que no acababan de remontar.
Sólo su acta de nacimiento y su fe de bautismo, documentos que testimonian el hombre que fue. En realidad ese nombre le duró poco y, aunque hay versiones contradictorias, nunca sabremos a ciencia cierta las verdaderas razones por las que adoptó el nombre con el que es conocido universalmente.
Encuentro una gran diferencia ideológica entre Villa y Zapata. Por ejemplo, el proyecto de ley agraria villista se declaraba enemigo del régimen comunal por considerar que carecía del estímulo fundamental de la propiedad privada. Estimaba que no habría el mismo entusiasmo en labrar la tierra que fuera de todos en general y de ninguno en particular. No obstante, no se oponía a la explotación de la tierra organizada por colonias, pues el trabajo en gran escala podía permitir el empleo de maquinaria común.
Para los norteños, la solución a los problemas agrarios radicaba en el fraccionamiento de los latifundios improductivos y la creación de gran número de pequeñas propiedades, con extensión suficiente para soportar el costo de una buena explotación agrícola. Se aspiraba a una unidad que mereciera el nombre de rancho y a conquistar la libertad del propietario en plenitud.
Los zapatistas, por su parte, manifestaron sus intenciones de expropiar la tercera parte de las grandes propiedades para formar ejidos, colonias y el establecimiento de fundos legales para pueblos y campos de sembradura que ayudaran a mejorar la falta de prosperidad de los mexicanos.
Ambos, Pancho Villa y Emiliano Zapata, lideraban ejércitos populares y eso, de entrada, los hermanó en la lucha. Quizá por eso, no obstante haber sido derrotado el primero en los campos de Celaya, por Álvaro Obregón, y el segundo arteramente asesinado -como resultado del complot fraguado entre Jesús Guajardo y Pablo González con la aprobación de Venustiano Carranza-, siguen estando presentes y son enarbolados como bandera de luchas sociales.
Existen distintas versiones que intentan explicar ese hecho que, debo decir, le ha valido a Villa el reconocimiento de los mexicanos como el vengador de todos los agravios que nos han infligido los estadounidenses. Se lee como “una de cal por las que van de arena”. Entre las interpretaciones que existen sobre aquel hecho, ocurrido el 9 de marzo de 1916, está el deseo de castigar a un comerciante que lo defraudó al quedarse con el dinero que se le había entregado para surtir un pedido de armas; o la venganza en contra de Estados Unidos por el reconocimiento que su presidente otorgó a Carranza como gobierno de facto; también la creencia de Villa en la existencia de un pacto, entre Venustiano Carranza y Woodrow Wilson que ponía en riesgo la soberanía nacional; y finalmente, un complot de los alemanes para evitar el ingreso del vecino país del norte a la Primera Guerra Mundial.
Cualquiera que haya sido el motivo, la respuesta de Estados Unidos fue el envío de una expedición punitiva, cuya misión era atrapar a Villa, vivo o muerto. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. Prácticamente la expedición permaneció en nuestro país durante diez meses y estuvo confinada al estado de Chihuahua. Durante ese tiempo Villa permaneció oculto en la cueva de Coscomate, curándose una herida de bala que le dañó una pierna y le dejó una ligera secuela de cojera.
Estoy convencida de que Villa no se hubiera levantado en armas en contra Álvaro Obregón. Hubo muchos rumores en ese sentido, pero tengo la impresión de que ese “run run” tenía que ver con que ya se estaba fraguando el complot para asesinar al ex jefe de la División del Norte. De hecho es posible rastrear las trampas que se le fueron poniendo en el camino y de las cuales salió airoso.
Villa estaba cansado de tantos años de guerra, de ese constante ir y venir, sin un hogar estable, sin poder disfrutar de sus hijos ni atender su educación, en ese sentido estaba agotado. Sus energías estaban encaminadas a levantar de la ruina a Canutillo, hacer de ella una próspera finca y un hogar estable para la crianza de sus hijos.
Obviamente yo no tengo ninguna anécdota personal sobre Villa, cuando mi abuelo murió, mi padre tenía 9 años de edad, y solía recordar a su padre como un hombre enérgico, terminante, que no admitía errores y sin embargo amoroso. Cuidaba que estudiaran y aprendieran a nadar y a montar. Tres cosas consideradas sumamente útiles por el general: el estudio les proporcionaría educación y aprendizaje en cuestiones tan importantes como derechos y obligaciones, mientras que las dos últimas podían ser la diferencia entre la vida y la muerte, como tantas veces lo pudo constatar por sí mismo.