Para la especie humana es indignante que en pleno siglo XXI se atestigüen los horrores de la guerra entre Israel y Palestina. Nada más absurdo que la guerra, porque lo que pone en riesgo no sólo es un sistema político y económico, sino la propia viabilidad de la especie sobre la faz de la tierra.
En cierta ocasión -cuando ya se había apaciguado la cruzada mediática-, el gobernador del estado le preguntó al edil, si ya había resuelto el problema de la escasez de agua, y el socarrón político le contestó: “No, señor gobernador, pero ya me arreglé con la prensa”.
Al momento de escribir estas líneas, en Palestina había mil 185 muertos y ocho mil 900 heridos desde el inicio de la intervención israelí en Gaza, el 8 de julio del año en curso; sin embargo, nosotros tenemos nuestra propia Palestina en casa.
Desde el 2006 nuestro saldo nacional es de más de 120 mil muertos, 30 mil desaparecidos y 20 mil desplazados en todo el país, producto de la guerra fratricida contra la delincuencia organizada. Y en nuestra “franja de la Tierra Caliente” las cosas no son mejores. Producto de la violencia, hay más de cinco mil niños huérfanos, más de tres mil muertos y dos mil desplazados, entre los que se destacan más de 400 familias de esta región michoacana, que ya se encuentran en la ciudad de Tijuana, en la casa para menores migrantes, lejos de los horrores de esta guerra. Las cifras son de nuestra propia Palestina.
A la par, hay una inconformidad generalizada y entendible de activistas michoacanos, que están en contra de lo que ocurre en Medio Oriente, lo que es humanamente loable. Pero cabe recordar que nuestra reflexión y acción debe de ir más allá y “más acá”: a nuestra realidad, a un Michoacán lleno de riquezas humanas, culturales, geográficas y que hoy, sin una explicación sensata, vive la peor crisis de su historia reciente, con una imparable ola de violencia que según las cifras oficiales del Sistema Nacional de Seguridad Pública, se dispararon en un 41 por ciento en el último semestre.
La complejidad del conflicto michoacano no se gestó en semanas o meses; tiene también raíces profundas en el siglo XX, es el producto del deterioro social, las autoridades federales descuidaron u olvidaron factores medulares para la convivencia al implementar una estrategia, desde el 4 de diciembre del 2006, basada en la aglomeración de policías federales y militares en las comunidades, sin resultado alguno.
El éxodo de michoacanos hacia otros estados o incluso países, no tiene un registro oficial, pero es sensible en las comunidades, en las familias, que viven situaciones de violencia e inseguridad.
En municipios como Buenavista, Tepalcatepec, Coalcomán, Chinicuila, Aquila, Aguililla, se han reportado éxodos de familias que buscan refugio; sus propios alcaldes, como Luis Torres, Guillermo Valencia y Jesús Cruz Valencia, fueron obligados a abandonar sus comunidades ante la amenaza del crimen organizado. Sí, mostremos indignación por los horrores de la guerra en el Medio Oriente, pero también alcemos la voz y el alma ante lo que hoy padecen nuestros hermanos en la cercana Tierra Caliente, en esta Palestina michoacana.