Hace décadas que el campo mexicano y quienes en él y de él viven, esperan solución eficiente a sus problemas: pobreza extrema, crédito caro y exiguo, marginación, falta de oportunidades y hambruna, no obstante que el discurso oficial presume que nuestro país es el decimotercer productor de alimentos en el mundo “y tenemos amplios espacios de fortaleza, tanto en nuestros litorales como en tierras que son fértiles” (Enrique Peña Nieto, 20 de agosto de 2014).
La “profunda reforma” anunciada para el campo, presenta como panacea la nueva Financiera Nacional de Desarrollo Agropecuario, Rural, Forestal y Pesquero, con 44 mil millones de pesos en sus arcas, que elimina de un plumazo a la Financiera Rural.
La historia de estos bancos (eso son en realidad, por más que se les cambie el nombre), empezó hace 88 años, cuando en 1926 se creó el Banco Nacional de Crédito Agrícola, S. A. y nueve bancos regionales, con los mismos objetivos publicitados hoy: impulsar el crédito rural a sociedades cooperativas agrícolas y, posteriormente, a productores individuales.
En 1935 se creó el Banco Nacional de Crédito Ejidal S. A. de C. V. Treinta años después, en 1965, Gustavo Díaz Ordaz creó con bombo y platillo el Banco Nacional Agropecuario S. A. de C. V. “para coordinar a los bancos ya existentes”. Una década después, en 1975, con la fusión de los bancos Agrícola, Ejidal y Agropecuario, nació el Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), integrado por un banco central y 12 bancos regionales “para simplificar la política crediticia”.
En el 2002, Vicente Fox liquidó el sistema Banrural debido al “desequilibrio financiero del banco ocasionado por su alto gasto operativo”. Al año siguiente, 2003, inició actividades la Financiera Rural, que ahora es difunta ante la nueva financiera creada por Enrique Peña Nieto.
Como se ve, por bancos e instituciones crediticias (que en numerosos casos se convirtieron en nidos de corrupción y fraudes impunes), no ha parado el poder público. Ni por discursos tampoco.
El caso es que el campo y quienes en él y de él viven, no están mejor, ni siquiera igual que hace 88 años, sino peor. Y esa es una vergüenza nacional para un país con grandes riquezas pero víctima de la corrupción y de gobiernos ineficaces.
Pero ahí vienen más foros, diálogos, encuentros y coloquios para “descubrir” la amarga realidad en la que sobreviven diariamente casi 30 millones de compatriotas.