El 29 de octubre de 2014, se cumplen 103 años de la muerte de Joseph Pulitzer, uno de los más grandes periodistas de la historia, quien promovió siempre un periodismo de investigación y de denuncia. Esto lo enfrentó a la corrupción y a las mafias del poder. ¿Le parece que el periodismo actual mantiene estos ideales por los que Pulitzer luchó?
Nada es totalmente blanco y negro, y menos en las procelosas aguas del periodismo. Pulitzer fue un gran innovador, un periodista de raza y el creador de una forma práctica, de autoexamen constante y evaluación de los propios criterios y métodos para enseñar periodismo que sigue estando vigente. Pero también fue, junto con su competidor William Randolph Hearst, el gran creador del sensacionalismo en los periódicos. Hearst fue más lejos, con menos escrúpulos, pero el diario de Pulitzer, el New York World, caía frecuentemente en lo que hoy definiríamos como amarillismo. Con esto vendía millones de ejemplares cada día, y usaba las grandes ganancias para promover, también, un periodismo de calidad, enfrentado al poder. Útil, necesario. Es importante recordar esto, porque si definimos el pasado como impoluto o perfecto, nos deprimiremos siempre: a ese estándar es casi imposible llegar. Dentro de sus limitaciones y su afán de lucro, poder e influencia, Pulitzer fomentó un periodismo independiente del poder que hoy está ausente en casi todos los medios. Ese legado suyo se mantiene en su Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia y en los Premios Pulitzer que cada año escoge. En la carrera por esos premios, en los trabajos finalistas, que se pueden leer on-line, vemos que el periodismo valiente, independiente, de investigación está muy vivo. Existe, es vibrante, pero no es el que predomina hoy.
Se dijo en los años treinta que ante el avance de la radio, el periódico moriría. Cuando apareció la televisión en los cincuenta, que la radio pasaría a mejor vida. Cuando vino Internet, que desaparecerían pronto los tres. Y ahí siguen. Hay un campo para el periodismo impreso, que ya no es el de contar rápido y con alcance global las noticias, porque en eso nadie le gana a Internet. Tampoco el llevar al público al lugar de los hechos, porque eso se ve en televisión, y ahora en YouTube. Pero los medios impresos, creo que más las revistas y semanarios que los diarios, tendrán siempre un papel si cumplen con una tarea que pueden hacer mejor que ninguno: explicar, ayudar a pensar, convencer, y también contar historias de una forma atractiva, creativa, como hace lo que en Europa llamamos periodismo narrativo, en EEUU periodismo literario y en Latinoamérica crónica.
…como cualquiera que te recomienda tomar tal pastilla es un médico en potencia, y cualquiera que te recomienda una inversión en bolsa, un economista en potencia, ¿no te parece? Siempre la gente fue capaz de contar a sus amigos las noticias; el cambio es que ahora lo puede hacer con llegada a millones que no conocen, cosa que antes sólo podíamos hacer los periodistas. Ahora los periodistas no tenemos el monopolio de los medios de difusión de información, y por eso tenemos que demostrar que sabemos, que estamos seguros de lo que decimos y que podemos contarlo con todas las herramientas multimedia que dominemos, mejor que ninguno. Con nosotros el lector sabe que está ante una noticia contrastada y bien explicada. Seguiremos siendo útiles y necesarios sólo si nuestro público reconoce y aprecia estar ante un profesional inteligente, no una persona cualquiera con un celular inteligente.
Son héroes, sin peros ni agregados. Héroes. No suelo usar esta expresión, pero en el caso de los periodistas mexicanos que se meten a contar lo que pasa, lo que de verdad importa, la podredumbre del sistema, el crimen organizado, las mafias y la corrupción, arriesgan su vida y muchas veces uno se pregunta, efectivamente, por qué lo hacen. Y no puedo dejar de pensar que esta profesión es para los mejores una misión, un sacerdocio si se acepta la metáfora. Estos periodistas valientes tienen el deber de contar bien: es una tragedia que después de jugarse la vida para conseguir información, la cuenten de forma que no llegue con claridad y potencia al público. Y también tienen que tener protección de las autoridades, credibilidad y el apoyo decidido y activo de los ciudadanos.
Tomándolo como una cuestión de Estado. Sin periodistas independientes no hay democracia, y punto. Si México aspira a seguir construyendo una democracia donde todos tengan derechos e impere la ley y la justicia, que aspire a la libertad y la igualdad, tiene que garantizar a los periodistas el derecho a hacer su trabajo. Lo cual incluye, por supuesto, garantizar su vida y su integridad, y castigar con la máxima severidad a los que atentan contra ellos, en primer lugar a los funcionarios y representantes públicos. Pero debe quedar claro que los periodistas no son más dignos de protección que otros ciudadanos por sí mismos, sino por la función, esencial, difícil y peligrosa, que cumplen en la sociedad.
Es la mía. No puedo decir que son menos otros que organizan movimientos ciudadanos, crean organizaciones no gubernamentales, tratan de participar en política, peticionan o exigen a las autoridades, o hacen cine o poesía. No soy tan pretencioso. Lo que yo hago es por pasión, por estar convencido de que efectivamente se puede crear conciencia y porque soy un negado para otras cosas, como las artes. Pero cada uno desde su lugar y con sus talentos puede participar y contribuir a mejorar la sociedad. Ya que mencionaste que soy un ex combatiente de Malvinas, hay todavía entre los diez mil ex combatientes, que ya tenemos más de 50 años, muchos que están muy mal psíquica, física o económicamente. Ya se suicidaron más ex combatientes en estos 32 años que todos los que murieron en las islas. Eso es una tragedia. El periodismo narrativo puede contar sus historias y recordar a mi sociedad, la argentina, el drama de los que fuimos enviados a pelear sin haberlo decidido, sin armas ni ropa adecuadas y sin preparación, y que al volver fuimos olvidados. Porque yo salí del pozo y no tengo secuelas (por lo menos hasta ahora), tengo la obligación de recordarle a mis compatriotas sobre los males de las guerras. Para los que miran televisión una guerra termina con la rendición y el alto el fuego, pero para los que estuvimos ahí, no termina nunca. Este trabajo conjunto de ayuda, apoyo, reconocimiento, tiene muchas aristas, y la del periodista que escribe sobre ello es sólo una, necesaria, pero no la más importante.
¿Cuánto espacio tenemos? Se han escrito muchos y muy buenos libros sobre este movimiento, que con ese nombre nació en Estados Unidos en la década de 1960 como un rechazo y en oposición al periodismo acartonado, formulaico, de fuentes oficiales y desprovisto de vida y verdad, que era lo que hacían los diarios en esa época. Tom Wolfe, su aglutinador, Truman Capote, Hunter Thompson, Gay Talese, Joan Didion y Norman Mailer son sus nombres más conocidos. Realizaron investigación periodística a fondo, muchas veces haciendo una inmersión en los lugares, los grupos humanos y los sucesos que se parece más a la observación participante de los antropólogos que a lo que se solía hacer en periodismo, y lo plasmaron en un estilo literario, creativo. Cada uno a su manera, hicieron “literatura de no ficción”, y por eso muchos de sus libros siguen siendo vigentes, aún años después de que los personajes y hechos sobre los que escribieron pasaran a la historia. Ahora estamos viviendo una nueva eclosión del género, que Robert Boynton bautizó como “nuevo nuevo periodismo”. Es una continuación del otro, pero con más complejidad en el armazón del aparato narrativo, más conciencia del papel del propio narrador y un diálogo más fluido con las ciencias sociales. Es un terreno muy fértil, que en América Latina tiene grandes referentes. Sólo cito unos pocos: de la generación de los “nuevos periodistas”, Elena Poniatowska, Tomás Eloy Martínez, Gabriel García Márquez. Y en la de los “nuevos nuevos periodistas”, Juan Villoro, Martín Caparrós, Alberto Salcedo Ramos.
La teoría es que hay una división, un cortafuego, entre las páginas de opinión y las de información. Los editoriales y los textos de los columnistas habituales suelen reflejar esa línea, que es tanto ideológica como de valores, temas y tomas de posición sobre los grandes temas. Al menos en la teoría, digo, los grandes diarios de Estados Unidos afirman que en sus páginas de información, los periodistas tienen la libertad para seguir su criterio profesional y sus estándares éticos para contar lo que ven, para reflejar las conclusiones que sacaron después de analizar los hechos y hablar con representantes de todas las partes implicadas. En muchos países eso parece ser un reino de fantasía que no existe, pero si no lo buscamos, seguro que no va a existir. Como dijo Eduardo Galeano sobre la utopía, es como un horizonte hacia el que tenemos que caminar, sabiendo que no llegaremos nunca, porque se aleja mientras caminamos. Pero si no tenemos esa voluntad y exigencia, no nos moveremos ni sabremos hacia dónde ir. Tener estándares éticos infranqueables, lo que se llama “líneas rojas” en el mundo anglosajón, es lo que nos hace profesionales y no técnicos. Si firmamos las noticias con nuestros nombres, ponemos el prestigio y hasta el honor de nosotros y de nuestro apellido, que es nuestra familia y nuestro “linaje”, a responder por la veracidad y justicia de lo que publicamos. No es poca cosa. ¿Qué tenemos más importante que nuestro prestigio y buen nombre? Es duro, pero creo que si nos obligan a publicar y firmar mentiras, tenemos que pelear, y si perdemos, renunciar. Si todos lo hiciéramos otro gallo cantaría. Si los lectores saben que mi diario todo lo verá siempre favorable o desfavorable al gobierno, por ejemplo, ¿para qué nos van a comprar? Entonces sí que los diarios estarán muertos.
Hay un tipo de ombudsman, que tiene origen escandinavo y se usa en muchos diarios prestigiosos, como el Washington Post, El Tiempo de Colombia o El País y La Vanguardia en España, que no regula sino que escucha, investiga, pregunta y recomienda. Ese ombudsman interno de medios que quieren tener un “defensor de los lectores” es muy útil y recomendable. Un órgano externo, sobre todo si es elegido por el congreso y responde a intereses políticos, es peligroso. Debe ser una sociedad muy democrática y abierta, y poner este tema en manos de gente intachable y muy respetada. Pero si no, el control de un órgano público corre el riesgo de promover la censura o la autocensura. Los medios deben cumplir las leyes, y estas leyes deben ser claras, justas y estar actualizadas. Con este marco legal, quienes se sientan ofendidos o injuriados, deben ir a los tribunales. Claro, los juicios tienen que ser con garantías… ¡y mucho más rápidos de lo que son ahora en muchos de nuestros países!
No hemos llegado a ese extremo, por suerte y todavía. En parte creo que es bueno que se haya producido una gran atomización de mensajes, discursos y noticias por Internet y las redes sociales. La prensa hoy son millones de voces, y lo bueno es que ha rebajado el poder y la influencia de unos pocos. Pero creo que los adjetivos de Pulitzer se referían a esos pocos. Creo que el cinismo, la demagogia y el convertirse en mercenario son tentaciones y peligros de los que mandan, dominan, controlan e influyen, y los que aspiran a estar en este lugar. El gran peligro del pueblo es el de seguir o resignarse a obedecer a los demagogos y los mercenarios. El no creer que podemos cambiar las cosas es la mejor receta para que no cambien nunca. La prensa no está en un buen momento, pero yo no la definiría colectivamente como cínica, mercenaria y demagógica. Por suerte, hay medios, muchos, y periodistas independientes que escapan a esa definición, y es parte de la tarea de una ciudadanía educada y democrática el elegir quiénes queremos que nos informen, y hasta escuchar distintas voces para sacar nuestras propias conclusiones. El peligro sigue, pero quiero terminar con una nota de esperanza. No todo está perdido, ni para el periodismo ni para nuestros pueblos. Pero depende de lo que hagamos cada día.