En algunos corrillos le llamaban el Rey Midas, porque decían, volvía oro todo lo que tocaba. Profesor Normalista, Licenciado en Derecho y Contador Público, posgraduado en Derecho Fiscal, José Luis Lobato Campos, supo hacer exitosas las empresas en las que participó, tanto en el sector público como en la iniciativa privada. En el Instituto de Pensiones del Estado de Veracruz logró conseguir rendimientos y créditos para los trabajadores. Como Secretario de Educación, diseñó exitosos programas de capacitación magisterial y ambiciosos proyectos culturales que pusieron a Veracruz en el escenario nacional durante la exitosa gestión de gobierno de Dante Delgado.
En el sector privado, sus empresas florecieron porque no dejó nunca que prevaleciera el interés mercantil sobre la arista humana. Guiaba el destino de sus negocios, no como un administrador de riqueza, sino como un generoso paterfamilias. No hay entre quienes fueron sus trabajadores, alguien a quien no ayudara de una u otra forma. Si todos entendiéramos como él, que cuando se cuida ante todo el recurso humano, lo material florece por añadidura, tendríamos mejores empresas, mejores instituciones, y en definitiva, la satisfacción del deber cumplido.
Quizá por su formación docente, el Maestro José Luis Lobato Campos –Maestro así, con mayúscula, de esos que quedan ya muy pocos en la cosa pública– entendió a la política como una oportunidad de servicio y al ejercicio público como la más alta forma del magisterio. Como Pablo el apóstol, educado a los pies de Gamaliel, yo tuve el honor de ser durante los últimos ocho años, alumno suyo. Aunque lo conocía desde el año de 2003 –cuando comencé mi andadura política en Convergencia en Veracruz–, fue en el 2006, recién electo Senador de la República, cuando me dio la oportunidad de aprender de su vastísima experiencia.
Su trabajo legislativo fue de gran visión en la LX Legislatura: promovió la eliminación del ominoso impuesto a la tenencia vehicular; propuso la más importante reforma realizada hasta hoy al llamado buró de crédito. Fue un vehemente defensor de los derechos de los contribuyentes en la burda reforma fiscal que implementó el IETU; de los derechos de los ciudadanos en la reforma político-electoral que con la connivencia de los partidos tradicionales, se aprobó en 2007 y de los derechos de los trabajadores en la reforma al ISSSTE.
En comisiones y en el pleno explicó por qué la reforma a la Ley del ISSSTE no beneficiaría a los trabajadores, propuso un sistema de créditos para los trabajadores (con recursos del SAR) que le daría a las Afores administradas por el Estado, rendimientos superiores, que habrían de traducirse en un retiro digno para los trabajadores. Elaboró personalmente complejas corridas financieras que demostraban los rendimientos que podrían obtenerse y el negro futuro que tendrían en 30 años los trabajadores del Estado, de aprobarse la propuesta enviada por el Ejecutivo Federal. Recuerdo que un senador del PAN se le acercó y trató de entender –sin éxito– las corridas financieras del Senador Lobato. “¿Te parece si te mando un subsecretario de Hacienda para que se lo expliques?”, preguntó el panista. “¡Claro, hombre!”, le contestó don José Luis, “Pero mira, no me mandes uno, mándame dos: el de ingresos y el de egresos. Y mándame también al Secretario, porque esto tiene que ver con todos ellos, y así como son tus cuates, no le van a entender”. No alardeaba. Panistas y priístas escucharon pero no entendieron. Y tampoco es que quisieran entender.
Todo hombre es a la vez muchos hombres, o para decirlo con Pessoa, viven en nosotros, innumerables otros. En su faceta de Maestro, empresario, político, hombre de Estado, don José Luis Lobato Campos fue siempre el mismo, estuvo siempre dispuesto a tender una mano, un consejo, una sonrisa. Jamás ofendió ni faltó al respeto a quienes estaban a su alrededor; cuando llamaba la atención por algún error u omisión en el trabajo, lo hacía siempre con tacto, como un padre amoroso. Tenía un gran compromiso con México y un enorme cariño hacia el proyecto de Movimiento Ciudadano, que construyó durante muchos años con su entrañable amigo, Dante Delgado.
José Martí dijo que los hombres grandes no necesitan de grandes palabras para ser elogiados. Quiero quedarme con la estampa sencilla de un hombre decente, amable, dispuesto siempre a hacer el bien y a enseñar lo que sabía, que era mucho. Sus palabras y sus acciones viven entre nosotros. En muchos como en mí, la deuda hacia él es impagable. ¡Gracias Maestro! ¡De corazón, muchas gracias!