Cuando el 17 de julio de 1928 Álvaro Obregón, “el general invencible”, vencedor de Huerta, Villa, Zapata y Carranza, fue asesinado en el restaurante La Bombilla, en San Ángel, mientras celebraba jubiloso su reelección presidencial, vox populi propagó una pregunta pícara: “¿Quién mató a Obregón?” Y vox pópuli se respondía, también pícaramente: “¡Sssht! ¡Cállessse!”
La Revolución Mexicana había empezado a ser traicionada, a frustrarse; la sangre de sus actores, asesinados, habría de fertilizar lo que vendría después: un partido político hegemónico, engendrado y controlado por Plutarco Elías Calles, que habría de estar en el poder siete décadas ininterrumpidas, con un régimen autoritario, apoyado en el miedo, las mentiras, la adulación y aun la liquidación de disidentes.
La degeneración burocrática (aquí parafraseo a León Trotsky) necesitaba un árbitro supremo, inviolable, y lo creó, lo divinizó, lo hizo infalible. Nació una casta dispuesta a todo para defenderlo, defenderse y conservar el poder. Cárdenas fue una excepción: se deshizo de Plutarco Elías Calles, el jefe máximo, pero la élite burguesa ya había echado raíces perdurables.
Desde entonces, en el trayecto han quedado abandonados principios e ideales. La incipiente preocupación por lo social, que había sobrevivido al fragor de la lucha revolucionaria, y que incluso se manifestó en el Congreso Constituyente de Querétaro en 1917, fue diluyéndose al paso de los años.
Peor todavía: en la segunda década del siglo XXI, más que una revolución inconclusa parece una revolución pendiente, porque los males que le dieron origen siguen vigentes. Los 30 años de dictadura porfirista se duplicaron y algo más, se convirtieron en 70 años de régimen hegemónico, cuyos rebrotes perduran. Los avances logrados, incuestionables, fueron desvirtuados por la ambición de poder, la corrupción, el enriquecimiento ilícito, la inseguridad y la impunidad.
De tal modo se ha dado este malhadado tránsito, que la Constitución actual, llena de parches y postulados incumplidos o violados, es apenas un remedo del legado que dejó la primera revolución social del siglo XX. Hoy se habla de la urgencia de replantear políticas públicas en materia de educación, salud, infraestructura y comunicaciones, que fueron exitosas durante el gobierno del General Cárdenas. De preservar lo que es propiedad de la nación sobre intereses extranjeros. De volver sobre los saldos pendientes con 52 millones de personas sumidas en la pobreza: desarrollo urbano, protección ambiental, equidad de género, empleo, buenos salarios, calidad educativa, transparencia y eficiencia en el manejo de los recursos públicos, rendición de cuentas… Y que devuelvan “La marcha de Zacatecas” y el “Huapango” de Moncayo.