Esta es nuestra oportunidad: la oportunidad de las y los jóvenes. Durante décadas, generaciones pasadas lucharon por sus derechos, pero sus voces fueron apagadas con violencia. México ya no es el mismo, porque hoy tenemos la misma fuerza de aquellos estudiantes de 1968, pero con la diferencia de estar más unidos y de conformar un ejército de cientos de miles y miles, y miles…
Muchos dicen que estamos viviendo una crisis política, y si bien es cierto, a mí me gusta verla como una puerta abierta para transformar al país, porque no hay mal que por bien no venga, y este bien viene desde el corazón y la voluntad de las juventudes.
Estamos en el momento propicio: en tiempo y forma. Los medios de comunicación están orillados a transparentarse ante la presencia del Internet; ése monstruo que refleja las demandas, los pensamientos y los anhelos de una sociedad diversa y multicultural. Nos encontramos en las condiciones necesarias para el cambio, pues vivimos bajo el hartazgo de ser gobernados por “personajes intocables” que cometen injusticias y violaciones a nuestros derechos, que son ineficientes y que alcanzan altos niveles de corrupción cada vez más evidentes: todo esto genera un caos que alienta el nacimiento de un orden que sólo dependerá de los ciudadanos que actuemos de manera organizada y en fraternidad.
El gobierno teme a las juventudes, se incomoda ante nuestra revolución de ideas; porque sabe que en cada uno de nosotros vive un motor de conciencias que despierta las ganas de construir el México que merecemos y que tanto deseamos desde hace mucho tiempo. Porque hoy, si tocan a uno, nos tocan a todos; porque tu causa es mi causa y la causa de todos, se llama justicia.
De manera desafortunada el 2014 será recordado por ser el año más negro de la historia reciente de nuestro país, pues quienes lo habitamos (así como millones de personas en todo el mundo), hemos presenciado hechos como el de Tlatlaya en el Estado de México, o el que ha abonado de manera latente a la indignación, de por sí ya existente: lo ocurrido el pasado mes de septiembre en Iguala, Guerrero, que desde entonces, bajo un reclamo de justicia, seguimos esperando el regreso con vida de los 43 estudiantes normalistas.
Cabe destacar que así como en estos casos, en la mayoría de las situaciones de violencia, las juventudes somos las más afectadas y, en especial, los hombres jóvenes, siendo ésta la causa número uno de muerte en el sector; así mismo, las jóvenes somos el sector más golpeado por la violencia feminicida; razones por las que el Estado mexicano debe reorientar sus políticas públicas hacia nosotros, en el entendido de que en el país somos más de 36 millones que no tenemos garantizados nuestros derechos humanos.
Por último, como jóvenes debemos hacer nuestras las exigencias de paz y justicia, por lo que sumarnos a estás causas resulta de vital importancia para lograr que la voz ciudadana se escuche y se haga valer.
El gobierno teme a las juventudes, se incomoda ante nuestra revolución de ideas; porque sabe que en cada uno de nosotros vive un motor de conciencias que despierta las ganas de construir el México que merecemos y que tanto deseamos desde hace mucho tiempo. Porque hoy, si tocan a uno, nos tocan a todos; porque tu causa es mi causa y la causa de todos, se llama justicia.
La situación actual del país está colmada de malas decisiones por parte del gobierno en turno; éstas no velan por las necesidades de la mayoría, sino de la minoría. No es de sorprendernos que, por ende, la mala administración se refleje en aspectos básicos del bienestar social, como una educación insuficiente para todos, una creciente crisis de seguridad, la inestabilidad económica que nos sitúa en un porvenir temeroso e incierto, y la violación constante a nuestros derechos humanos… como bien dijo Pepe Mujica: “México parece un Estado fallido”, no cuenta con la capacidad de cubrir las necesidades básicas que la nación requiere.
Por si fuera poco, los problemas continúan creciendo generando un efecto de bola de nieve que va alimentándose de la corrupción, la injusticia y la ilegitimidad. Como jóvenes debemos hacer nuestra parte y también exigirle al gobierno que ponga manos a la obra, porque la transformación de México sólo se va a generar hasta que cada uno de nosotros se preocupe por aquellos que nos rodean.
En las calles el grito al unísono retumba en los escombros de un país que cada día alza más la voz y se replica en oleadas de ecos: ¡Justicia!, ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Ya van más de dos meses y aún no se tienen noticias de los normalistas desaparecidos, la clase política sólo “se avienta la bolita” sin comprender que no se trata sólo de 43 estudiantes, sino del hartazgo que ha despertado a un país entero, que se encontraba ante un sueño inducido por el arrullo cínico de los políticos y el conformismo social.
Mucho se habla de la lucha de clases, pero tal parece que nos olvidamos de la más sanguinaria: la de “los de arriba”, la lucha de poder, esa donde los ciudadanos salimos más afectados, y peor aún, donde estamos desarmados, orillados a convertirnos en guerreros cibernéticos que claman por la justicia social.
La crisis política por la que atraviesa nuestro país se debe contrarrestar desde una construcción de ciudadanía. La solución no está en una persona, está en la suma de cada buena persona que no calla, que propone y actúa, los hombres hemos viciado a las instituciones así como ellos han viciado nuestro sistema, se debe arrancar de raíz. Hay que construir la ciudadanía que se colapsa y así exigir un nuevo rumbo, partiendo de lo particular a lo general, con estrategias y ejercicios de buenos gobiernos, empezando por el municipio que es la célula principal y más cercana a los gobernados: hoy por hoy, son escasos los planes de desarrollo municipales que cubran las necesidades inmediatas de la gente. México necesita que ejerzamos política y trabajo cercano a la población, comenzando desde la educación y preparación para el desarrollo de la población.
Nuestro país está viviendo un parto doloroso porque no todo el cuerpo naciente está decidido a salir a la luz, pero no por eso es menos alentador. Esto no es una coyuntura, no es circunstancia: es una historia, una que lleva tiempo escribiéndose.
La historia comienza con un joven fuerte, moreno, inteligente y bien conectado con la naturaleza. Es un joven confiado, no sólo en sí mismo sino en los demás, pero conforme ha pasado el tiempo este mismo joven ha perdido algo, o mejor dicho, le han robado algo. Un día un viejo hábil para convencer y aprovechado de la confianza con la que el joven vivía, empezó a engañarlo una y otra vez. El joven no dejaba de confiar, lo golpeaban, le quitaban todo y se levantaba, volvía a construirlo, pero el abuso fue cada vez más evidente y junto con él creció la indignación.
Todo tiene un fin; el joven un día despertó: “Si todo esto lo he construido yo, si lo hermoso de este lugar me pertenece, ¿por qué seguir soportando los engaños que tanto daño me causan?”, se dijo. Así que tomó su hartazgo, lo transformó en energía y salió a exigir lo suyo. Y aquí estamos: el joven está recuperando lo que le pertenece. El viejo, la clase política inconsciente de nuestro país, está replegada, asustada, a punto de irse. Los trabajos de parto están dando frutos. El joven, cada vez más consciente de su propia fuerza, ya no está dispuesto a soportar un engaño más, su momento llegó. Un nuevo país está naciendo.