En una casa de estilo rústico al sur de la Ciudad de México (muy al sur, en la delegación Tlalpan), me espera la dramaturga Estela Leñero Franco, quien amablemente accedió a darme una entrevista para que hablemos sobre Vicente Leñero; escritor, periodista, dramaturgo, guionista y –no menos importante–, padre de Estela, Isabel, Eugenia y Mariana.
En la casa me reciben la empleada doméstica de Estela y un perro (Cocker, me parece), que si hago un esfuerzo por describirlo diría que es el perro más serio que he visto; no brinca, no ladra, no mueve la cola, sólo me mira de reojo como una esfinge.
En la sala de la casa, pulcra y con muchos adornos, coloco mi grabadora en una mesa de cristal cuyo centro es una pecera llena de peces de colores. Ante este espectáculo me siento tentado a sacar el celular y tomar una fotografía furtiva, pero justo en ese momento Estela Leñero aparece sonriente, amable, con el pelo pintado de rojo, un suéter gris y un medallón negro colgado del cuello.
Quiero preguntarle sobre los peces de colores pero no lo hago, quiero preguntarle sobre una artesanía de madera donde varios voladores de Papantla en miniatura descienden colgados de hilos rojos, pero tampoco lo hago; entiendo que Estela, por más amable que sea, tiene una agenda apretada. Así que ante la mirada vigilante de su perro comenzamos la entrevista, que se publicará en dos partes dentro de El Ciudadano.
Pues principalmente porque su papá quería que fuera ingeniero, que tuviera una carrera “de provecho”, como se decía en esos tiempos y entonces él empezó la carrera de ingeniería civil. Aunque mi abuelo también les fomentó mucho la lectura, porque les ofrecía muchos libros y como eran varios hermanos hacían sus pequeñas obras de teatro, sus periodiquitos, es decir, que a pesar de que tenía esta inquietud de que sus hijos estudiaran (mi abuelo era comerciante pero muy inquieto culturalmente), siempre les inculcó el gusto por las artes.
Mi padre empezó a estudiar ingeniería aunque al mismo tiempo, como quería escribir pero no había los caminos para estudiar literatura o algo así, se metió a la escuela Carlos Septién a estudiar periodismo y ahí fue su primer acercamiento al periodismo, luego se fue un año a España antes de casarse, y cuando regresó fue cuando tomó la decisión de dejar la ingeniería.
En su libro biográfico La gota de agua, cuenta toda la parte sobre poner tuberías y sanitarios, y muchas otras cosas a las que se tuvo que enfrentar. Padeció muchísimo para hacer su servicio social, vivió un vía crucis con toda esta parte de la ingeniería que era… hidráulica, me parece. Esa fue su mínima práctica dentro de la ingeniería, pero sí le quedó un poco esta inquietud por las estructuras, por los edificios. Yo creo que la obra Los albañiles, tiene muchísimo que ver con todo esto, lo que también influyó en la forma estructural que tenía para narrar.
Así es. Él hizo una práctica de ingeniería en Salvatierra, entonces se iba con todos los trabajadores y estaban ahí en una casa de huéspedes que era un relajo, me parece que desde ese momento estuvo muy en contacto con el lenguaje coloquial, con el lenguaje propio de cada personaje según la obra o según la novela que escribiera: periodistas, albañiles, deportistas, etcétera.
Su verdadera pasión era la escritura como tal
Yo creo que su verdadera pasión era la escritura como tal. Cuando le hacían este tipo de preguntas sobre los géneros, él decía que más bien el tema o la problemática que quería tratar era lo que le invitaba a usar determinado género. El periodismo fue un género que practicó como su forma de vida durante muchos años, pero comenzó con radio teatros y con telenovelas. Hay una anécdota muy curiosa: cuando mi papá regresó de España, mi mamá le dijo: “¿ahora que llegas de viaje, de verdad te vas a dedicar a la ingeniería?”, y mí papá le contestó que sí, que de algo tenían que vivir. Entonces ella le dijo que no, que iba a ser muy infeliz como ingeniero, que se dedicara a escribir que era lo que él quería y que ya verían como se las arreglaban. Escribió su tesis de ingeniería nada más para poder llevarle el título a mi abuelo.
Con las circunstancias como estaban, ideó hacer un curso de periodismo por correspondencia, comenzó entonces a escribir todas sus lecciones durante mucho tiempo, hasta que llegó el momento en el que no le redituaba nada (comenta Estela entre risas), la gente no se inscribía, el correo era malo, etcétera. Guardó todas esas notas y con ellas, más adelante, comenzó con la “talacha” periodística, lo hizo con esos mismos apuntes que iban a ser a domicilio (aunque Carlos Marín diga otra cosa), pero realmente esa fue la base de sus inicios en el periodismo.
Él se veía como escritor pero también se quejaba de que no tenía mucha imaginación, decía: “es que a mí no se me ocurren las cosas ¿de dónde agarro las historias?”. Justo para eso le ayudó muchísimo el periodismo, porque entonces su materia prima también era los acontecimientos, el ojo periodístico para observar y a partir de eso crear literatura.
Tenía su máquina de escribir y al lado un tablero de ajedrez
Su padre le enseñó. Mi abuelo era un jugador de ajedrez de «La Casa del Lago» e iba muchísimo a jugar a ese lugar, de ahí le vinieron a mi papá las bases para aprender y practicar el ajedrez, le apasionaba todo el diseño de formas inteligentes para poder ganar una partida.
Nunca jugó profesionalmente pero sí era un gusto que tenía muy arraigado, además, en su última etapa, era su complemento para escribir. Estaba su máquina de escribir y al lado de su mueble tenía un tablero. Desde Proceso, le pusieron un juego de ajedrez en la computadora, (mi papá nunca usó computadora, siempre escribió a máquina), y la tenía ahí, entonces le ganaba y se aburría, pero luego le ponían un programa más difícil y se tardaba años, un relajo. Finalmente, consiguió uno de esos tableros electrónicos, que ya no existen creo y ese era su tiempo de pensar, escribía y cuando se cansaba se levantaba movía algunas piezas, luego regresaba a escribir. Yo le decía: “¡Pero qué lento es este ajedrez, se tarda años!”, y él me respondía: “qué bueno que se tarda tanto, porque yo juego y en el tiempo que el aparato se tarda en contestar la jugada puedo seguir escribiendo”.
Escribir era su manera de comunicarse con el mundo
Sí, no era muy sociable; pero, por ejemplo, aunque no era mucho de salir, hablaba bastante por teléfono. También tenía un grupo que nosotros les decíamos “los borrachos” (dice riendo de nuevo), con Álvaro Uribe y otros más, se juntaban cada mes en un restaurante a tomar vino y a comer. También recuerdo que salía con otros amigos, un grupo de católicos donde estaba Paco Prieto y otros escritores más… se aventaban unas discusiones al infinito.
La contraparte de esa personalidad de mi papá es mi mamá; ella es muy sociable, entonces ahí estuvo buscando y buscando cómo hacer actividades. Ella fue la que impulsó a este grupo de católicos y luego otro de psicólogos aunque ese no duró tanto, pero sí varios años y eran los psicólogos con los que había trabajado mi mamá. En realidad, mi papá hizo su vida social en la revista Proceso. Ahí trabajaba, recibía a la gente, ahora que lo pienso bien, puedo decir que en la redacción sí socializaba muchísimo.
Al principio él trabajaba mucho en casa, cuando mis hermanas y yo estábamos chicas. Luego empezó a trabajar en las revistas y toda la historia que ya se conoce sobre él. Lo que sí sucedió fue que se estableció nuestra casa como lugar de reunión para las comidas. Ahora, después de la muerte de mi papá, mis amigas siempre se acuerdan de las comidas en mi casa, porque se armaba la discusión y hablábamos de política, de religión, hablábamos cada quién de su vida y casi alzábamos la mano para tomar la palabra. Siempre hubo espacio para que desde las hijas hasta las amigas de las hijas pudieran platicar.
Yo no me acordaba mucho de todo esto, pero una amiga me decía hace poco: “yo en las comidas con tu papá sentí que podía expresarme y que podía tener una vivencia diferente, relacionarme de manera distinta de como lo hacía con ‘los papás’, o ‘los señores’”. Me parece que esas comidas eran un espacio muy libre.
Eso era todo, las comidas y los domingos, cuando hacíamos días de campo y salíamos mucho, porque después no lo veíamos. Él era muy nocturno y era un salvaje para trabajar, tenía una pasión desbordada por escribir. Mi papá decía: “mi manera de expresarme es escribiendo, es mi forma de comunicarme con el mundo”.