Prospectivamente, el escenario del año que comienza parece estar dominado por los comicios concurrentes: los ciudadanos mexicanos deberán acudir a las urnas el 7 de junio próximo para elegir 300 diputados federales uninominales, nueve gobernadores, 903 presidencias municipales y 639 diputados locales. Además, de la elección federal de diputados se desprenderá la elección de 200 legisladores mediante el principio de representación proporcional.
Por primera vez en décadas, la paz y la estabilidad necesarias para celebrar elecciones democráticas, están amenazadas por la inseguridad en varios estados de la república, señaladamente Guerrero, Michoacán y Oaxaca. El hecho es muy grave porque pone en evidencia la incapacidad del Estado para garantizar lo que es una obligación constitucional. Inclusive el Instituto Nacional Electoral así lo ha advertido por conducto de su presidente, Lorenzo Córdova Vianello, quien ha señalado la necesidad de crear medidas especiales, así sean transitorias, para ofrecer garantías al sustento de la vida democrática e institucional de México: el voto.
Pero las expectativas ciudadanas van más allá del ámbito electoral. En tres años, la esperanza de los mexicanos por un mejor futuro inmediato, cayó del 72% al 57% a fines de 2014.
Las perspectivas para el 2015 siguen cayendo: en 2012 el 72% de los encuestados tenía esperanzas positivas a corto plazo; a fines de 2014, solamente el 57% veía un mejor futuro inmediato.
La pobreza afecta a cinco de cada diez mexicanos. El FMI ve estos datos con optimismo reservado, pues advierte que “la pobreza es aún elevada”, según Christine Lagarde, directora gerente de ese organismo. En sus palabras: “La inequidad no es sólo una cuestión moral. Los países con mayor desigualdad tienen un crecimiento económico más bajo y menos duradero…y la desigualdad asfixia las perspectivas para que se desarrolle el potencial de las personas y que contribuyan a la sociedad.”
Por separado, en esta edición reseñamos otro flagelo que azota a México, quizás el mayor, porque es fuente de muchos males: la corrupción, particularmente la que deviene del uso cínico, ilegal e impune de los dineros públicos.
Si agregamos los “levantones” forzados, los secuestros, los feminicidios, la creciente criminalidad, la opacidad e incompetencia del Estado en el asesinato colectivo de Tlatlaya, los enfrentamientos mortales como el de Apatzingán y la insólita desaparición de 43 jóvenes normalistas de Ayotzinapa, estamos ante una mezcla letal que necesariamente induce al escepticismo, cuando no a la decepción y a una profunda indignación.
Precisamente por eso renovemos nuestra esperanza, nuestro “fuego nuevo”. Movamos a México lejos del despeñadero.