México es tierra de jóvenes, el 32% de su población tiene entre 12 y 29 años, edad apropiada para estudiar, trabajar, crear riqueza y nuevos empleos. En la actualidad, son más los jóvenes en edad productiva que los adultos que viven de sus ahorros, pensiones, apoyos familiares o de programas financiados con recursos públicos.
Más que un bono, esta condición demográfica es una oportunidad que, de no aprovecharse, se convertirá en una carga para los niños de hoy y para nosotros mismos en el futuro. Para 2030, en México se habrán duplicado los adultos mayores y reducido el número de jóvenes económicamente activos. Convertirlos en capital humano capacitado y participativo es indispensable para lograr el desarrollo, del que depende nuestro futuro, y para ello no hay más que invertir en la juventud. Según el Banco Mundial, por cada dólar bien invertido el desarrollo de la juventud tanto en salud, educación, empleo, así como en cultura, ciencia y tecnología, implicará un ahorro de siete dólares en los próximos diez años en materia de seguridad, cárceles y servicios hospitalarios para atender embarazos adolescentes y enfermedades prevenibles. El 2015 fue el plazo de la ONU para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), acordados en el año 2000, los cuales no incluyeron los retos y necesidades de la población joven, justo cuando muchos países vivían el esplendor de su “bono demográfico” como México.
En la actualidad, las y los jóvenes tienen mayores niveles de escolaridad, pero a su vez, es el sector con más desempleo. Asimismo, poseen mayor acceso a servicios de salud, pero fallecen en accidentes de tránsito, suicidios, o por violencia. Es cierto que dominan las tecnologías de la información, sin embargo, son excluidos de los espacios de representación y poder político. Desean mayor autonomía y carecen de recursos para materializarla (muchos esperan subdividir la casa de sus padres para tener su primer vivienda). También cuentan con más opciones de productos y servicios, pero menos posibilidades de adquirirlos porque son pobres. Están más preparados para el cambio productivo, pero nacieron en épocas de “crisis” y estancamiento económico.
Están más informados que sus padres, pero son menos tomados en cuenta por los adultos. México tiene 37.9 millones de jóvenes, sin embargo ellos no están en las prioridades de nuestros gobiernos, al no estar incluidos en sus presupuestos, ni presentes en los espacios de representación política (sólo el 2.2% del Congreso Federal lo integran jóvenes). Por esta razón, pese –o a causa de– su marginación institucional, hoy en día la juventud se manifiesta en calles y plazas de todo el país exigiendo justicia, transparencia, rendición de cuentas, oportunidades educativas, laborales y democracia. Debemos escuchar a la juventud y alentar su inclusión en los nuevos Objetivos de Desarrollo Sustentable de la ONU a definirse este 2015, pero sobre todo en las políticas y presupuestos de los gobiernos de nuestro país, estados y municipios. De no hacerlo, las y los jóvenes seguirán expresándose en movilizaciones cada vez más amplias y encabezando las cifras de desempleo, deserción escolar, migración, violencia, embarazos adolescentes, VIH y desapariciones.