En la edición anterior de El Ciudadano (enero 2015), publicamos la primera parte de la entrevista que la dramaturga Estela Leñero Franco, le concedió a este medio informativo sobre su padre, el escritor, periodista y dramaturgo Vicente Leñero. En esta segunda entrega,continuamos con más detalles sobre la vida personal y profesional de una referencia esencial para la las letras mexicanas como lo es Vicente Leñero.
Él decía que como persona y como periodista se inclinaba siempre hacia la verdad. Pero claro, la verdad denunciaba al partido en el poder, entonces pues entre denuncia y denuncia, coincidía en muchos aspectos con la izquierda, que también hacía esta labor de crítica y de denuncia.
Sin embargo, nunca coincidió, ideológicamente, con ningún partido político.
Eso justamente es en lo que él insistía y luchaba mucho en la revista Proceso para que no se fuera hacia ningún partido político. Él decía precisamente lo que estamos hablando: “el principio de un periodista es comprometerse con la verdad, no con ningún partido político”.
Sí, sin ninguna duda, eso le trajo muchísimos problemas, pero periodísticamente era incorruptible. Ante las amenazas o las “indirectas” (porque a veces suelen ser muy elegantes para estas cosas), nunca recibió nada ni sucumbió.
No podían tentarlo tampoco con un puesto en el gobierno ni nada de esas cosas porque, como ya te he comentado antes, él era ante todo un escritor, entonces no le cabía ninguna otra opción. Tuvo oportunidad en algunos momentos en los que le decían: “¿Por qué no tomas un puesto en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) o algo así? Desde ahí podrías hacer mucho por los dramaturgos”, que es un gremio al que mi papá defendió mucho, pero él siempre se negó diciendo que era escritor y que no tenía nada que hacer en esos puestos, ni siquiera se lo planteó.
Sí, me gustaría hablar del tema porque ahora que mi padre murió y que Carlos Marín hizo sus declaraciones no estoy de acuerdo con lo que dijo. Mi papá ya no está aquí para defenderse, además de que a él nunca le importó colgarse medallas.
Cuando mi papá tenía todas sus fichas de las clases de periodismo por correspondencia; trabajando juntos, platicando sobre eso (no sé muy bien cómo salió el tema a colación en ese momento), Marín le propuso a mi padre publicar el libro, pero él decía: “¿cómo lo vamos a publicar si los ejemplos que aparecen en el libro son muy viejos?”. Yo creo que eran como de los setentas.
Entonces llegaron al acuerdo de que el libro se publicaría únicamente si Carlos Marín se comprometía a actualizar los ejemplos.
Llegaron a ese trato, Marín dice que sí actualizó los ejemplos aunque parece que no lo hizo, pero finalmente quedaron con la editorial en que las regalías del manual se repartirían en un 50 por ciento para cada uno. Luego, como era muy latoso ir a cobrar y a mi papá le chocaban esas cosas, le pidió a Marín que él cobrara y le diera su parte. Así se hizo el contrato. Los primeros años Carlos le dio su parte y después ya se le olvidó (dice Estela con una sonrisa sarcástica).
Después, cuando fue la sucesión en la revista Proceso, mi papá tuvo conflictos con Carlos Marín y con Froylan López Narváez, quienes aspiraban a ser los directores de la revista. Frente a este conflicto (ante el cual Marín miente en sus declaraciones), la Junta de Administración les pagó sus acciones, Carlos Marín dice que no, que los otros se volvieron ricos y a él no le dieron nada, pero esto no es cierto, ellos se fueron con sus acciones pagadas, liquidados, por llamarlo de alguna manera.
Después de esto mi papá fue a retirar sus notas periodísticas de circulación, pero cuando intentó hacerlo la editorial le dijo que no se podía hacer nada porque él había firmado los derechos compartidos de la obra. Ante esta situación, mi padre vio a Marín para decirle que quería romper el convenio que tenían, pero él le dijo que no. Mi papá se enojó mucho y le dijo que le pedía entonces que retiraran su nombre del manual, que lo firmara sólo Carlos Marín, porque además ni siquiera le había pagado (no era ninguna fortuna lo que le debía a mi padre, pero el gesto era lo que importaba).
Carlos Marín (muy ofendido), le dijo a mi papá que al día siguiente le mandaría un cheque con lo que le debía. Ese fue el punto de quiebre, ahí murió la relación entre ellos dos. Además de que el cheque nunca llegó, por cierto…
En la primera etapa de su matrimonio con mi mamá, los dos vivían muy apretados. A mí me tocó también toda mi infancia vivir “apenitas”, pero poco a poco, conforme fue viniendo su reconocimiento y las regalías, etcétera, fuimos teniendo mejores condiciones de vida.
Para ellos todo era: “Nos vamos juntos”, –comenta Estela Leñero soltando una carcajada–. “Nos vamos juntos de Excélsior, nos vamos juntos de Proceso, juntos formamos la revista, juntos vamos a las comidas”, era la consigna entre ellos como periodistas. No era una amistad fuera del periodismo, era una amistad entre periodistas, y fíjate, al final se fueron juntos. Yo le decía a alguien hace poco: “Seguro ya están planeando la próxima revista”.
Por lo que usted me cuenta, me imagino que Leñero tenía una personalidad un tanto introvertida, solitaria. Estas actividades de jugar ajedrez contra una máquina y de estar escribiendo todo el tiempo implican, necesariamente, permanecer ensimismado por mucho tiempo…
Sí, completamente distintos. Scherer tenía un carácter muy fuerte, era muy extrovertido, muy activo, dinámico. En cambio mi papá se tomaba las cosas con más calma, mucho más en lo que significa la intimidad de la escritura, que te confiere un carácter particular.
quería ir, porque él se quería dedicar a escribir, pero su compromiso con la revista y con Scherer eran muy grandes, así que nunca lo pudo hacer, además por esto que te cuento de que se tenían que ir juntos. Siempre tuvo la tentación de querer dedicarse únicamente a la escritura.
Yo creo que eso es una fortuna (por decirlo de alguna manera), porque yo estudiaba antropología y cuando estaba haciendo mi tesis mi papá tenía su taller en la casa, en ese momento yo tenía una beca de la Fundación Ford para hacer una tesis sobre costureras y como tenía tiempo, me subía al taller que estaba impartiendo mi papá sobre dramaturgia. Me interesó mucho y empecé a participar, hasta que la misma gente del taller me dijo: “Pues ahora tienes que escribir tú también porque no se vale que nos estés haciendo tus comentarios y nosotros no podamos decirte nada”.
Después de escribir mi primera obra descubrí que me gustaba mucho (mí papá nunca me guió por ese camino). Y la frase que decías sobre encontrar mi propia voz, yo creo que no solamente me ayudó a mí a encontrarla, sino a todos sus alumnos, porque él tenía esa capacidad de que cupieran todas las posibilidades creativas, de no querer imponer una línea o una forma, todo le parecía posible, de tal manera que cada quien podía escoger el camino que quisiera.
Cuando el taller se terminó, yo seguí compartiendo mis textos con él, los leía, los discutíamos, hablábamos sobre mis proyectos, las puestas en escena, etcétera. Eso era algo muy enriquecedor, algo que ahora que él ya no está tendré que encontrar dentro de mí.
Sí, claro que fue difícil, era muy pesado porque yo jalaba para buscar mi propio camino y los demás jalaban para vincularme siempre al camino de mi papá.
Pues creyendo en mí y también platicando con mi padre sobre esta dificultad. Él me daba ánimos para mantenerme y yo siempre procuré hacer mi camino sin utilizar el nombre de mi papá, obviamente me asociaban con él y eso no tenía remedio, pero lo que yo sí podía hacer era no usarlo, ahí estaba implícito mi compromiso de diferenciarme y crearme un camino.
El recuerdo que se me viene ahora a la cabeza fue el trabajo que hicimos para la obra Nadie sabe nada. Yo era asistente de dirección de Luis de Tavira, la obra era una propuesta de simultaneidad; era una historia lineal con diez espacios simultáneos y lo que fue muy divertido, me llevó a convivir más tiempo con mi padre y fue muy bonito, es que tuvimos que construir entre mi papá, Tavira y yo, los otros espacios simultáneos durante toda la obra. Nos juntábamos en la casa de Luis de Tavira (en la plaza de La Conchita, donde él tenía un departamento muy bonito) y ahí nos la pasábamos entre todos inventando cosas. De eso me acuerdo mucho porque fue un gran aprendizaje para mí.
Mi libro favorito es Asesinato; me parece increíble porque realmente es la historia contada desde diferentes puntos de vista, se unen el rigor periodístico con la literatura, me encanta. Y si hablamos de teatro, yo creo que me quedo con Los Albañiles, para su tiempo tiene una estructura muy ambiciosa.