“Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en el negocio futbolístico.”
Los recientes escándalos de corrupción a nivel mundial y nacional que rodean al fútbol muestran la grave descomposición generalizada en relación a este deporte. El fútbol ha experimentado una vertiginosa transformación desde su etapa amateur en el Siglo XIX hasta su profesionalización e institucionalización en el Siglo XX, cuya difusión global encontró amplios espacios en los medios de comunicación, en los patrocinadores y los gobiernos. Históricamente el deporte se ha utilizado para fines políticos y económicos.
En el caso específico del fútbol soccer se convirtió en una auténtica mina de oro para todos los involucrados. Su globalización es un hecho: 209 asociaciones están afiliadas a su principal organismo regulador, la FIFA, en tanto que la Organización de las Naciones Unidas, el más importante organismo internacional, tiene incorporados a 193 países. Esta mina de oro inagotable llamada FIFA generó 5,700 millones de dólares en ingresos en los cuatro años previos a la Copa Mundial de Fútbol Brasil 2014.
A pesar de los problemas logísticos previos, la organización del campeonato mundial dejó una ganancia económica de al menos 2,600 millones. Aclamado por multitudes, este deporte provocó la venta de 11 millones de boletos, lo cual representó una ganancia adicional de 527 millones de dólares. (CNN en http://bit.ly/1FOKDAf )
Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en el negocio futbolístico. Principales difusores de eventos deportivos por televisión de paga asumen un rol multifuncional como cronistas, animadores, patrocinadores, encuestadores, críticos, verdugos y en algunos casos hasta dueños de equipos y “jefes” de entrenadores, cuerpo técnico, directivos y jugadores. En Brasil 2014 la venta de derechos televisivos generó una ganancia para FIFA de 2,400 millones de dólares, que combinada con los derechos de mercadotecnia significaron 4 mil millones de dólares más. Empresas como Coca Cola, Hyundai, Emirates, Sony y Visa, fueron los principales patrocinadores y beneficiados. Para júbilo de los grandes magnates, el fútbol es cada vez menos deporte y más negocio. La Copa Mundial de 2014 fue la más vista y difundida en la historia; entre el 12 de junio y el 13 de julio, el mundial provocó 3 mil millones de interacciones (comentarios, likes, publicaciones) que realizaron aproximadamente 350 millones de usuarios en todo el planeta.
La final Alemania-Argentina generó 32.1 millones de tweets y fue vista por más de mil millones de personas en algún dispositivo electrónico. Negocio completo. Es así como el espíritu deportivo se diluye entre millones de dólares, mientras que el “Fair Play” de FIFA queda subordinado por intereses comerciales trasnacionales que evidencian una profunda descomposición institucional y ética. Un negocio millonario que se ha convertido en una fuerte tentación para diversos gobiernos y gobernantes. La organización de eventos deportivos de relevancia internacional ha servido para justificar la existencia de sistemas políticos como símbolo de poder, buena organización, estabilidad, prosperidad o consolidación de una ideología. Sirvan de ejemplo los mundiales de Italia 1934 con desmedida propaganda del fascista Benito Mussolini o el de Argentina 78, auspiciado por la dictadura militar de Jorge Rafael Videla.
La elección de los mundiales de Rusia 2018 y Qatar 2022 ventiló la corrupción que se vive dentro de la FIFA, proceso que estuvo caracterizado por presiones económicas, intervenciones gubernamentales, lavado de dinero y sobornos. En mayo último la Procuraduría General Suiza inició un procedimiento penal por el lavado de dinero y enriquecimiento ilícito en la elección de estos mundiales venideros. A su vez, el Departamento de Justicia de Estados Unidos abrió una investigación contra 14 dirigentes del fútbol internacional, incluidos el entonces vicepresidente del organismo mundial Jeffrey Webb, por la aceptación de sobornos por 150 millones de dólares.
Desde el 2014,el periódico inglés The Sunday Times reveló que 25 dirigentes de la Confederación Africana de Fútbol recibieron pagos por casi 5 millones de dólares por parte de Mohammed bin Hammam (ex miembro del Comité Ejecutivo de la FIFA, inhabilitado de por vida) para que dirigentes mundiales apoyaran el proyecto de Qatar. Ante el escándalo, la defensa del presidente de la FIFA Joseph Blatter, se advirtió precipitada. Aseguró que los presidentes Sarkozy y Wulff presionaron al Comité Ejecutivo del organismo para que Qatar organizara la copa del mundo de 2022, por el interés en que empresas francesas y alemanas tuvieran contratos de exclusividad en la organización del mundial.
Vale la pena plantear que la asignación de estas sedes trasciende el plano futbolístico comercial que se acerca a una lucha geopolítica de bloques de poder. Reino Unido llamó a un boicot a la FIFA por el escándalo, si bien los ingleses y Estados Unidos se muestran dispuestos a convertirse en organizadores sustitutos. Por su lado, Rusia considera que el mundial 2018 es un proyecto “intocable”; Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, aseguró que Estados Unidos interfiere en los asuntos de la FIFA y calificó de “raro” que las primeras investigaciones hayan surgido de este país. En este escenario de acusaciones, declaraciones, intrigas y lucha de poder actúa la organización del balompié mundial, en donde el común denominador de todas las confederaciones es la corrupción.
Sirva de ejemplo el reciente torneo Copa Oro celebrado de Estados Unidos, de bajo nivel futbolístico y pobre competitividad, inflado por una millonaria publicidad, organizado por una CONCACAF que perdió su poca credibilidad con arbitrajes que decididamente apoyaron a una selección mexicana que perdió ganando un torneo irrelevante. El triunfo de México en estas condiciones me llenó de vergüenza. Eso sí, con estadios repletos y ratings abultados, el business salió muy bien.