«Era un día calurosísimo en que soplaba el hamnsin, vocablo en árabe utilizado para hacer referencia a la cantidad de días en que más duramente golpea un viento abrasador desde el desierto. El Mercedes Benz de la embajada no tenía aire acondicionado, Rosario descendió de prisa, descalza por el intenso calor, empapada de sudor […] había un hueco esquinado entre dos sofás, el cable de una lámpara lo cruzaba en diagonal desde el enchufe hasta la mesa de centro de la sala […] la lámpara metálica estorbaba, estaba mal aislada y es un país con corriente de 220 voltios; al moverla Rosario quedó pegada agónicamente”.
En un homenaje a Rosario Castellanos, narró con voz entrecortada el académico Samuel Gordon Listokin, reconocido catedrático en literatura, alumno de Castellanos en Israel y una de las últimas personas con las que habló la escritora antes de su trágico accidente. Gracias a ella, Gordon dedicó su vida a la literatura mexicana y se volvió ciudadano de este país. La narradora y poeta Rosario Castellanos deslumbró a miles de lectores y a muchos de sus estudiantes en las aulas.
“Matamos lo que amamos. Lo demás/no ha estado vivo nunca./Ninguno está tan cerca./A ninguno otro hiere/un olvido, una ausencia. A veces menos./ Matamos lo que amamos./ ¡Que cese esta asfixia/ de respirar con un pulmón ajeno!”. Escribió Castellanos en su poema “Destino”. Tal vez tenía razón y al tocar esa lámpara y morir electrocutada en Tel Aviv el 7 de agosto de 1974, mató lo que amaba, dejó huérfano a su hijo y también a la literatura.
Considerada una de la más grandes escritoras y poetas mexicanas del siglo XX, la vida de Rosario Castellanos estuvo constantemente marcada por la tragedia. Nacida en Comitán, Chiapas, en 1925, sufrió primero la pérdida de su hermano menor y después quedó huérfana a los 23 años. Esta marca trágica hizo que su prosa y su poesía tocaran constantemente el tema del desamor y de la muerte.
Conmocionado ante el intempestivo fallecimiento de la autora de Oficio de tinieblas, su amigo y paisano Jaime Sabines escribió el famoso “Recado a Rosario Castellanos”.
“Sólo una tonta podía dedicar su vida a la/ soledad y al amor./ Sólo una tonta podía morirse al tocar una lámpara,/sí lámpara encendida,/ desperdiciada lámpara de día eras tú […] ¡Cómo te quiero, Chayo, cómo duele/ pensar que traen tu cuerpo!/ —así se dice—/ (¿Dónde dejaron tu alma? ¿No es posible rasparla de la lámpara, recogerla del piso/ con una escoba? ¿Qué no tiene escobas la embajada?) […](¡No me vayan a hacer a mí esa cosa/ de los Hombres Ilustres, con una/ chingada!)”.
Y es que la muerte de Rosario Castellanos, a sus 49 años de edad sorprendió al mundo. Castellanos es reconocida como una de las precursoras en la lucha por los derechos de la mujer en América Latina; se divorció del escritor Ricardo Guerra, después de varias infidelidades de él y numerosas depresiones en las que cayó la poeta.
La escritora y periodista Guadalupe Loaeza, quien el 7 de agosto recibió la medalla Rosario Castellanos, parafrasea en su artículo “Femenina o feminista”, publicado por el periódico Reforma, unas poderosas líneas que sintetizan el conflicto y la lucha de la narradora chiapaneca, cuyos restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres.
“En su artículo Feminismo a la mexicana, Excélsior, 7 de noviembre de 1963, la autora de Balún Canán escribió que aquella mujer que intenta ejercitar su voluntad, hacer uso de su inteligencia, realizar una vocación, sabe que corre un riesgo: la soledad. Los hombres huirán de ella, debido a sus complejos. En este mismo texto, la escritora chiapaneca se pregunta cuál es el principal enemigo de las mujeres. El de tu oficio, se responde. Y el oficio de la mujer en México, que quizá es uno de los más duros, cuando ha pretendido un equilibrio mayor de las relaciones entre los sexos, ha encontrado la resistencia más enconada, no entre los hombres, sino paradójicamente, entre las mismas mujeres”.
Rosario Castellanos fue muchas cosas: narradora, poeta, ensayista, diplomática, embajadora de Israel, luchadora social y otros etcéteras no menos importantes; pero tal vez, lo más significativo que realizó en su vida, fue dejar una profunda huella en aquellos que la conocieron y en quienes siguen deslumbrándose hoy en día con su obra.
“Damos la vida sólo a lo que odiamos”, remata en el mismo poema “Destino”. Sin embargo, en su caso no ocurrió así, Rosario Castellanos dio su vida a la literatura y a la lucha constante por la igualdad, es por ello que su temprana muerte resulta una tragedia que pareció estar marcada por ese destino del que tanto trató de escapar.
“En la sección militar del aeropuerto, cuatro jóvenes soldadas entregaron el féretro, envuelto en la bandera nacional, a un avión de laFuerza Aérea Mexicana que lo trasladaría de regreso a la patria. Hube de aceptarlo por fin, Rosario Castellanos sí había muerto”. Recuerda Samuel Gordon con un hilo delgado de voz.