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a foto de Aylan Kurdi se difundió de forma masiva en las redes sociales. La imagen del niño sirio muerto en una playa de Turquía conmovió a millones de personas en las redes sociales y generó una enorme crítica por parte de los ciudadanos de la aldea global contra la opacidad de la sociedad internacional. Su caso ejemplifica el sufrimiento de millones de personas que diariamente se ven forzadas a abandonar sus casas por causas económicas, políticas, religiosas, étnicas e incluso climáticas, para encontrar un nuevo hogar.
Aylan y su familia, al igual que miles de sirios, buscaban huir de un país destruido por cuatro años de guerra civil. Las imágenes del World Press Photo de los últimos dos certámenes advierten una guerra sin cuartel entre el ejército y la insurgencia, en el que incluso es probable el uso de armas no convencionales contra la población civil por parte del gobierno de Bashar al-Assad (http://bit.ly/1PKr4LV).
La crisis siria abrió el debate hacia el tema de la “migración”, un fenómeno mundial cuya solución requiere la cooperación de las naciones y los pueblos.
Probablemente la “migración” sea una de las actividades más antiguas del ser humano. Vista desde un sentido biológico, las especies tienen la necesidad de realizar grandes desplazamientos temporales o permanentes por motivos de supervivencia y evolución. El ser humano como animal racional, cambia de ambiente constantemente de acuerdo a sus necesidades para mejorar su calidad de vida. Esto resulta evidente en las grandes migraciones del hombre primitivo que derivaron en la expansión de la humanidad durante la prehistoria con resultados genéticos comprobados. Lo anterior puede servir como argumento antropológico sólido para demostrar que los procesos migratorios no son una consecuencia de la modernidad y en cambio sí son acelerados por ciclos globalizadores.
Los factores que impulsan la inmigración pueden ser políticos, económicos e incluso culturales y religiosos. La guerra como factor de cambio incide directamente en los procesos de migración y cambio social en las naciones. Por ejemplo, en la Edad Media, la Europa feudal antigua sufrió una transformación radical producto de las invasiones eslavas, vikingas y árabes que terminaron por moldear las nacionalidades europeas modernas. Otros casos de migración sugieren la atomización de una nación en varias, como sucedió en el caso de la India y Pakistán, en el que millones de personas tuvieron que desplazarse como consecuencia del proceso de independencia.
Resulta natural entender los procesos migratorios desde el punto de vista económico. La abundancia de recursos naturales, mejores oportunidades laborales en la nación receptora, o bien las condiciones de poco o nulo desarrollo, condiciones de pobreza y marginación de la nación emisora, genera una particular combinación de factores que motivan a emigrar a grandes sectores de población.
La expansión del capitalismo provocó dos ciclos globalizadores significativos. En una primera etapa en el Siglo XVI, España y Portugal comenzaron con expediciones al continente americano que al final terminaron con el arribo masivo de población europea y la fusión de costumbres, tradiciones, religión y lengua. Se cree que en este periodo llegaron entre 650 y 700 mil portugueses y casi 750 mil españoles.
Posteriormente en el Siglo XIX Gran Bretaña y Francia fueron protagonistas del poblamiento mundial en todos los continentes. Se estima que entre 1815 y 1915, 40 millones de personas inmigraron a América como producto del desarrollo industrial. El colonialismo de potencias imperialistas provocó el poblamiento de todo el planeta, al grado que la mayoría de los habitantes de la aldea global podríamos afirmar que somos hijos o nietos de inmigrantes.
Valdría la pena mencionar la dinámica permanente que existe entre migración y crecimiento, en el que el éxito económico de un país motiva a que más “capital humano” se movilice hacia zonas más rentables. Claro ejemplo de este caso pudo observarse en las migraciones europeas que poblaron Estados Unidos, en las que millones de europeos se aventuraron hacia el nuevo continente con la esperanza de garantizar su derecho a la propiedad y la libre empresa. En 50 años entre 1870 y 1920, EUA recibió más de 30 millones de personas provenientes de Europa.
Tampoco puede soslayarse la relación de dependencia que tienen las naciones, en las que países desarrollados absorben masivamente a la población de países subdesarrollados que buscan mejores oportunidades de empleo. Ejemplos de este caso pueden ser muchos, desde los millones de latinoamericanos, en su mayoría mexicanos, que buscan llegar hacia Estados Unidos o Canadá; la movilización desde países africanos al sur de Europa; hasta los ciudadanos provenientes de países de Europa del Este que después de la Guerra Fría han buscado mejores condiciones en la Unión Europea.
Sobre el tema económico, no puede dejarse a un lado la migración forzada (o migración involuntaria) de grandes grupos de esclavos traídos de África desde el Siglo XV, utilizados como fuerza de trabajo explotada en Europa y el continente americano y cuyas tradiciones y costumbres también fueron asimiladas. La “ruta del esclavo”, proyecto interdisciplinario de la Unesco señala que en cuatro siglos llegaron aproximadamente 11 millones de africanos al continente americano
Los procesos de globalización e interdependencia de las naciones y/o de las zonas regionales productivas, han intensificado los procesos migratorios en todo el mundo. Las condiciones dinámicas de la sociedad internacional con medios de transporte y comunicación más eficientes y avanzados han intensificado el flujo de personas. Esto ocurre incluso dentro de los mismos países (migración interna) en donde las personas se desplazan a los centros urbanos o zonas industrializadas para encontrar trabajo. Según el informe de Desarrollo Humano de Naciones Unidas 2009 existen en el mundo más de 740 millones de migrantes internos (que se desplazan dentro de su país). El informe 2014 refiere que desde 1960 a 2010 el número de migrantes internacionales creció de 75.5 millones a 232 millones, de los cuales el 60% se produce entre países en desarrollo.
También existen aquellos procesos migratorios motivados por causas religiosas producto de la intolerancia y la discriminación en el país de origen que, en casos extremos, llevaron a la persecución de una minoría nacional o a la imposición de legislaciones que impedían el ejercicio de alguna determinada confesión.
Las guerras religiosas en Europa entre 1500 y 1700 como producto de las reformas protestante y anglicana, así como la contrarreforma, provocaron la salida de un gran número de europeos que al final encontraron refugio en América. Otros ejemplos son la Guerra de los 30 años en Europa y las Guerras confederadas de Irlanda que enfrentaron católicos con protestantes.
Especial atención merecen las migraciones producto de los conflictos, donde, como en el caso de Siria, un enfrentamiento es el causante de la dispersión de la población. A continuación mencionaremos algunos casos significativos en los que la coyuntura se origina como consecuencia de una guerra. Un caso particularmente singular, parecido al sirio, lo encontramos en la antigüedad con el pueblo judío. En la Guerra judeo-romana (entre 66 y 77 d.c), el Imperio Romano terminó con la insurrección civil destruyendo gran parte de Jerusalén y forzando la dispersión de los judíos por gran parte de Medio Oriente, África y Europa del este. Desde entonces y hasta el surgimiento del estado de Israel, la nación judía fue obligada a establecerse en otros países.
La Guerra Civil Española fue otro episodio particular en el que México estuvo directamente involucrado, durante este conflicto nuestro país recibió entre 20 y 25 mil españoles. Otra parte de la población se refugió en Francia, aproximadamente 450 mil personas. Otros miles fueron acogidos por la Unión Soviética, Estados Unidos, Cuba, Chile y Argentina.
Dos ejemplos significativos que derivaron en conflicto pueden también explicar la migración por causas raciales. El genocidio y la guerra en Ruanda, provocaron el desplazamiento de miles de personas, aproximadamente 150 mil huyeron del país. Por otra parte, la guerra de los Balcanes y la desintegración de Serbia en muchos países provocaron la dispersión de millones de personas debido al conflicto entre serbios, croatas y bosnios, principalmente. Durante este conflicto Human Rights Watch estimó que las fuerzas serbias expulsaron a 860 mil albaneses de Kosovo que encontraron refugio en Macedonia y Albania, mientras que 200 mil bosnios dejaron su hogar (http://bit.ly/1h4hwzu).
La migración forzada debido a conflictos conforma sólo una pequeña parte de la población mundial migrante (10,5 millones de personas en 2011, según el Informe de Desarrollo Humano 2014, PNUD). En el caso sirio, la guerra civil desplazó hasta 2014 cerca de cinco millones de personas de la zona (más de 255.000 sólo entre diciembre de 2012 y enero de 2013; http://bit.ly/1zTeWAy).
Los intensos flujos migratorios en las últimas décadas confirman la debilidad de los estados nacionales. La desigualdad, crisis económicas cíclicas, corrupción, debilitamiento de las instituciones e ingobernabilidad han acelerado los flujos migratorios. En algunos casos es posible observar movimientos de migración forzada producto del fortalecimiento del crimen organizado, como con los cárteles de la droga en México, grupos terroristas en Medio Oriente y el Norte de África, así como aquellos originados por la lucha entre movimientos revolucionarios, guerrillas y grupos insurgentes, que obligan a la población a huir a zonas más estables y seguras. Son precisamente aquellos estados considerados como “fallidos” los que más población exportan. En este sentido valdría la pena reflexionar, ¿Hasta dónde los países desarrollados podrán absorber a la población inmigrante de estados fallidos?
Previo al trágico caso de Aylan Kurdi y su familia, en 2013, 300 migrantes eritreos murieron cerca de costas italianas. El aumento de la población mundial, así como la inestabilidad de regiones enteras como África y Medio Oriente, son factores que nos ayudan a pronosticar que los flujos migratorios seguirán un crecimiento constante en las próximas décadas. ¿Qué pueden hacer entonces los países desarrollados para detener, controlar o regular las crecientes oleadas de inmigrantes que llegan a sus fronteras?
Este ciclo globalizador ha incrementado la integración de mercados y la interacción entre las naciones y los pueblos; sin embargo también ha aumentado significativamente el número de vulnerabilidades trasnacionales y riesgos globales que ponen en peligro a la humanidad. La debilidad de los estados nación no sólo ha quedado demostrada por la fragilidad de sus instituciones, sino también por su limitada capacidad para dar respuesta a fenómenos mundiales como el cambio climático. La movilización producto de desastres naturales es un ejemplo más de migración que en los próximos años será más evidente.
El tsunami de 2004 en el Océano Índico que golpeó a 15 países provocó la muerte de entre 150 mil y 200 mil personas y dejó un saldo de dos millones de personas desplazadas. Debido al aumento del nivel del mar, es probable que muchos estados insulares desaparezcan, tal es el caso de Tuvalu cuyos 12 mil habitantes estarán obligados a emigrar, sólo Nueva Zelanda se mostró solidaria con el archipiélago aceptando la incorporación de 75 personas por año (http://bit.ly/1MBHqpG). Sequías prolongadas, inundaciones, huracanes y nevadas extensas han obligado a la población a cambiar radicalmente su forma de vida, adaptándose a su medio o buscando mejores condiciones como mecanismo de supervivencia.
La comunidad internacional enfrenta amenazas no previstas que también pueden ser causantes de movimientos migratorios. La pandemia del ébola en África puso en alerta a la comunidad internacional ante el creciente desafío, los nulos sistemas de prevención de países africanos y la lenta respuesta de países desarrollados. Esto obligó a que parte de la población de las naciones afectadas se desplazara masivamente. Tan sólo en Liberia, país de cuatro millones de habitantes, viven 38 mil desplazados de Costa de Marfil; se estima que otros mil refugiados viven en Guinea, Burkina Faso y Malí. Los ejemplos anteriores muestran que el flujo migratorio, no necesariamente es motivado por condiciones internas, sino también por fuerzas exógenas que empujan a la población nacional a emigrar.
El tema migratorio también implica una referencia obligada a los países receptores de inmigrantes. La llegada de personas provenientes de otras naciones es una fuente inagotable de mano de obra para países desarrollados o en vías de desarrollo que requieren de esta fuerza laboral, en su mayoría joven, para continuar su proceso productivo. Sin embargo los costos sociales para el país receptor también pueden ser considerables, ya que la llegada de una población exógena implica la incorporación de nuevas culturas y tradiciones. Los gobiernos que consideran esto como un problema social pueden tomar medidas moderadas o radicales contra la población inmigrante entre las que podemos mencionar la Reforma de Inmigración ilegal y Ley de Responsabilidad Inmigratoria de 1996 en EUA, así como la Ley Arizona SB1070. Tan sólo en nuestro vecino del norte se aprobaron en 2013 más de 300 leyes locales en 43 estados que regulan la inmigración.
La asimilación de grupos extranjeros por parte de la sociedad del estado receptor nunca es sencilla, por lo que la mayoría de los inmigrantes sufren rechazo, discriminación generalizada y violaciones a sus derechos fundamentales. La población nativa puede tener una postura que va desde sentimientos nacionalistas hasta expresiones xenofóbicas que peligrosamente pueden derivar en la consolidación de políticas públicas y propuestas electorales anti-inmigrantes como las expresadas por Jean-Marie Le Pen en Francia en 2002 y recientemente Donald Trump en EUA, así como el surgimiento de grupos ultranacionalistas como los Minutemen, neonazis europeos, etc.
Una interesante encuesta del Instituto de Mercadotecnia y Opinión revela la percepción de la población nativa de distintos países sobre los inmigrantes en cuestiones laborales. A la pregunta “los inmigrantes quitan trabajo a las personas nacidas en mi país”, la población de países con mayor nivel de vida como son: Noruega, Suecia, Dinamarca, Suiza y Finlandia, se pronunciaron afirmativamente y ocuparon los primeros lugares. Paradójicamente sobre esta pregunta fue mayor el porcentaje de población mexicana que considera que los inmigrantes se quedan con sus empleos, por encima de la población de EUA encuestada. Ambos países están por encima de la media mundial del 33%.
Diversos analistas coinciden en que la constante llegada de inmigrantes podría afectar la estabilidad de los estados nacionales. Según datos de la Unión Europea, en 2010 existían dentro de los países miembros un total de tres millones 100 mil inmigrantes. Esta cifra no parece ser preocupante comparada con la población total de la Unión Europea(502 millones), el problema es la concentración de población inmigrante en cinco países. En este orden, Reino Unido, España, Italia, Alemania y Holanda mantienen el 66% de la población inmigrante. La relación de interdependencia es muy marcada no sólo por la afluencia de inmigrantes que llegan desde otros continentes, sino incluso por los mismos países miembros. Como revela el informe Eurostat en Irlanda, Grecia, República Checa, Eslovenia y los tres Países Bálticos (pertenecientes a la UE) los emigrantes fueron más numerosos que los inmigrantes (http://bit.ly/1PJMuJ1).
Aunque pareciera una obviedad, habría que hacer una revisión profunda para conocer si efectivamente la calidad de vida de los inmigrantes mejora en el país receptor, o si bien sólo se trata de la movilidad de la pobreza y reproducción de condiciones económicas precarias en otro país. La mayoría de la población se subemplea en los países receptores porque no cuenta con la capacitación ni la formación académica adecuada para ejercer una profesión u oficio competitivo.
La cooperación internacional puede ser una solución a los descontrolados movimientos migratorios. Particularmente la difícil situación de la población siria obligó a una solución colectiva de parte de países desarrollados, específicamente de la Unión Europea. La decisión de aceptar a un gran número de refugiados generó intensas negociaciones entre los miembros, porque se absorberían costos proporcionales a los recursos económicos de cada integrante de la unión. El pasado 22 de septiembre los miembros llegaron a un acuerdo mayoritario para la integración solidaria de los refugiados sirios, con el voto en contra de Hungría, Rumania, República Checa y Eslovaquia que han visto rebasadas sus fronteras. Los principales países, Alemania y Francia, albergarán al 46% de los inmigrantes, mientras que los otros 26 socios cubrirán el resto.
La respuesta de la Unión Europea ante la crisis siria es digna de admiración y generará un antecedente ejemplar como acción colectiva sobre un problema migratorio. Sin embargo, en general existe una enorme resistencia de los países y la comunidad internacional para encontrar soluciones comunes a problemas globales. El aumento en el número de actores internacionales (gubernamentales o no gubernamentales), la debilidad institucional (nacional, supranacional o intergubernamental), la inseguridad e ingobernabilidad de estructuras más cercanas a la dictadura que a las democracias liberales, provoca una enorme resistencia a la acción colectiva.
Como bien lo menciona el informe sobre Desarrollo Humano 2014 de la ONU el progreso de la humanidad dependerá de la creación de bienes mundiales que en este siglo reconsideren poner a los individuos como prioridad de un mundo globalizado. Particularmente el fenómeno migratorio involucra tanto a países desarrollados como en vías de desarrollo. La inacción u omisión de las naciones puede repercutir en la estabilidad regional o internacional en las próximas décadas.
Los intensos flujos migratorios en las últimas décadas confirman la debilidad de los estados nacionales. La desigualdad, crisis económicas cíclicas, corrupción, debilitamiento de las instituciones e ingobernabilidad han acelerado los flujos migratorios. En algunos casos es posible observar movimientos de migración forzada producto del fortalecimiento del crimen organizado, como con los cárteles de la droga en México, grupos terroristas en Medio Oriente y el Norte de África, así como aquellos originados por la lucha entre movimientos revolucionarios, guerrillas y grupos insurgentes, que obligan a la población a huir a zonas más estables y seguras. Son precisamente aquellos estados considerados como “fallidos” los que más población exportan. En este sentido valdría la pena reflexionar, ¿Hasta dónde los países desarrollados podrán absorber a la población inmigrante de estados fallidos?
Previo al trágico caso de Aylan Kurdi y su familia, en 2013, 300 migrantes eritreos murieron cerca de costas italianas. El aumento de la población mundial, así como la inestabilidad de regiones enteras como África y Medio Oriente, son factores que nos ayudan a pronosticar que los flujos migratorios seguirán un crecimiento constante en las próximas décadas. ¿Qué pueden hacer entonces los países desarrollados para detener, controlar o regular las crecientes oleadas de inmigrantes que llegan a sus fronteras?
Este ciclo globalizador ha incrementado la integración de mercados y la interacción entre las naciones y los pueblos; sin embargo también ha aumentado significativamente el número de vulnerabilidades trasnacionales y riesgos globales que ponen en peligro a la humanidad. La debilidad de los estados nación no sólo ha quedado demostrada por la fragilidad de sus instituciones, sino también por su limitada capacidad para dar respuesta a fenómenos mundiales como el cambio climático. La movilización producto de desastres naturales es un ejemplo más de migración que en los próximos años será más evidente.
El tsunami de 2004 en el Océano Índico que golpeó a 15 países provocó la muerte de entre 150 mil y 200 mil personas y dejó un saldo de dos millones de personas desplazadas. Debido al aumento del nivel del mar, es probable que muchos estados insulares desaparezcan, tal es el caso de Tuvalu cuyos 12 mil habitantes estarán obligados a emigrar, sólo Nueva Zelanda se mostró solidaria con el archipiélago aceptando la incorporación de 75 personas por año (http://bit.ly/1MBHqpG). Sequías prolongadas, inundaciones, huracanes y nevadas extensas han obligado a la población a cambiar radicalmente su forma de vida, adaptándose a su medio o buscando mejores condiciones como mecanismo de supervivencia.
La comunidad internacional enfrenta amenazas no previstas que también pueden ser causantes de movimientos migratorios. La pandemia del ébola en África puso en alerta a la comunidad internacional ante el creciente desafío, los nulos sistemas de prevención de países africanos y la lenta respuesta de países desarrollados. Esto obligó a que parte de la población de las naciones afectadas se desplazara masivamente. Tan sólo en Liberia, país de cuatro millones de habitantes, viven 38 mil desplazados de Costa de Marfil; se estima que otros mil refugiados viven en Guinea, Burkina Faso y Malí. Los ejemplos anteriores muestran que el flujo migratorio, no necesariamente es motivado por condiciones internas, sino también por fuerzas exógenas que empujan a la población nacional a emigrar.
El tema migratorio también implica una referencia obligada a los países receptores de inmigrantes. La llegada de personas provenientes de otras naciones es una fuente inagotable de mano de obra para países desarrollados o en vías de desarrollo que requieren de esta fuerza laboral, en su mayoría joven, para continuar su proceso productivo. Sin embargo los costos sociales para el país receptor también pueden ser considerables, ya que la llegada de una población exógena implica la incorporación de nuevas culturas y tradiciones. Los gobiernos que consideran esto como un problema social pueden tomar medidas moderadas o radicales contra la población inmigrante entre las que podemos mencionar la Reforma de Inmigración ilegal y Ley de Responsabilidad Inmigratoria de 1996 en EUA, así como la Ley Arizona SB1070. Tan sólo en nuestro vecino del norte se aprobaron en 2013 más de 300 leyes locales en 43 estados que regulan la inmigración.
La asimilación de grupos extranjeros por parte de la sociedad del estado receptor nunca es sencilla, por lo que la mayoría de los inmigrantes sufren rechazo, discriminación generalizada y violaciones a sus derechos fundamentales. La población nativa puede tener una postura que va desde sentimientos nacionalistas hasta expresiones xenofóbicas que peligrosamente pueden derivar en la consolidación de políticas públicas y propuestas electorales anti-inmigrantes como las expresadas por Jean-Marie Le Pen en Francia en 2002 y recientemente Donald Trump en EUA, así como el surgimiento de grupos ultranacionalistas como los Minutemen, neonazis europeos, etc.
Una interesante encuesta del Instituto de Mercadotecnia y Opinión revela la percepción de la población nativa de distintos países sobre los inmigrantes en cuestiones laborales. A la pregunta “los inmigrantes quitan trabajo a las personas nacidas en mi país”, la población de países con mayor nivel de vida como son: Noruega, Suecia, Dinamarca, Suiza y Finlandia, se pronunciaron afirmativamente y ocuparon los primeros lugares. Paradójicamente sobre esta pregunta fue mayor el porcentaje de población mexicana que considera que los inmigrantes se quedan con sus empleos, por encima de la población de EUA encuestada. Ambos países están por encima de la media mundial del 33%.
Diversos analistas coinciden en que la constante llegada de inmigrantes podría afectar la estabilidad de los estados nacionales. Según datos de la Unión Europea, en 2010 existían dentro de los países miembros un total de tres millones 100 mil inmigrantes. Esta cifra no parece ser preocupante comparada con la población total de la Unión Europea(502 millones), el problema es la concentración de población inmigrante en cinco países. En este orden, Reino Unido, España, Italia, Alemania y Holanda mantienen el 66% de la población inmigrante. La relación de interdependencia es muy marcada no sólo por la afluencia de inmigrantes que llegan desde otros continentes, sino incluso por los mismos países miembros. Como revela el informe Eurostat en Irlanda, Grecia, República Checa, Eslovenia y los tres Países Bálticos (pertenecientes a la UE) los emigrantes fueron más numerosos que los inmigrantes (http://bit.ly/1PJMuJ1).
Aunque pareciera una obviedad, habría que hacer una revisión profunda para conocer si efectivamente la calidad de vida de los inmigrantes mejora en el país receptor, o si bien sólo se trata de la movilidad de la pobreza y reproducción de condiciones económicas precarias en otro país. La mayoría de la población se subemplea en los países receptores porque no cuenta con la capacitación ni la formación académica adecuada para ejercer una profesión u oficio competitivo.
La cooperación internacional puede ser una solución a los descontrolados movimientos migratorios. Particularmente la difícil situación de la población siria obligó a una solución colectiva de parte de países desarrollados, específicamente de la Unión Europea. La decisión de aceptar a un gran número de refugiados generó intensas negociaciones entre los miembros, porque se absorberían costos proporcionales a los recursos económicos de cada integrante de la unión. El pasado 22 de septiembre los miembros llegaron a un acuerdo mayoritario para la integración solidaria de los refugiados sirios, con el voto en contra de Hungría, Rumania, República Checa y Eslovaquia que han visto rebasadas sus fronteras. Los principales países, Alemania y Francia, albergarán al 46% de los inmigrantes, mientras que los otros 26 socios cubrirán el resto.
La respuesta de la Unión Europea ante la crisis siria es digna de admiración y generará un antecedente ejemplar como acción colectiva sobre un problema migratorio. Sin embargo, en general existe una enorme resistencia de los países y la comunidad internacional para encontrar soluciones comunes a problemas globales. El aumento en el número de actores internacionales (gubernamentales o no gubernamentales), la debilidad institucional (nacional, supranacional o intergubernamental), la inseguridad e ingobernabilidad de estructuras más cercanas a la dictadura que a las democracias liberales, provoca una enorme resistencia a la acción colectiva.
Como bien lo menciona el informe sobre Desarrollo Humano 2014 de la ONU el progreso de la humanidad dependerá de la creación de bienes mundiales que en este siglo reconsideren poner a los individuos como prioridad de un mundo globalizado. Particularmente el fenómeno migratorio involucra tanto a países desarrollados como en vías de desarrollo. La inacción u omisión de las naciones puede repercutir en la estabilidad regional o internacional en las próximas décadas.