Entrevista con Mario Espinosa
El 2 de septiembre de este año, en el marco del mensaje que dirigió con motivo de su Tercer Informe de Gobierno, el presidente Enrique Peña Nieto anunció que presentaría una iniciativa ante el Congreso de la Unión para crear la Secretaría de Cultura. Según palabras del mandatario, con esta medida el gobierno federal confirma que la cultura es una prioridad nacional para impulsar el desarrollo integral de los mexicanos.
Esta Secretaría vendría a sustituir al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA), dependiente de la Secretaría de Educación Pública, creado en 1988 durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, y que hasta hoy es la máxima institución encargada del sector cultural en nuestro país.
La iniciativa, que llegó a la Cámara de Diputados el 8 de septiembre, ha provocado desde su anuncio polémica entre especialistas y miembros de la comunidad artística y cultural. Por un lado, hay quien ve el proyecto como un error histórico debido a la separación de educación y cultura; hay quien afirma que implica un gasto innecesario y que viene en un mal momento para México; hay quien incluso ve intenciones privatizadoras detrás de la iniciativa. Por otro lado, algunos ven con buenos ojos la medida, interpretándola como una conquista largamente buscada, y reconociendo que una autonomía del sector cultura le dará mayor capacidad de maniobra.
El Ciudadano platicó con Mario Espinosa, director del Centro Universitario de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien tiene un vasto currículum como director de escena y también como funcionario cultural, para que nos diera un panorama sobre los pros y contras de esta iniciativa que ya se discute en el Congreso.
La cuestión está en el fondo, no en la forma
Esta es una noticia que sola no dice suficiente. Ha habido un largo reclamo de alguna parte de la comunidad artística: yo recuerdo muy especialmente a Víctor Hugo Rascón, quien empujó desde hace más de 20 años para la creación de la Secretaría de Cultura. Él decía dos cosas muy importantes: primero, es un estatus que le reconoce la sociedad a la cultura, y tiene razón; y segundo, no es lo mismo, decía, tratar con el secretario de Educación, aunque te lleves bien con él, que con el presidente. Es una cosa diferente pertenecer al gabinete principal y no al ampliadísimo. Es decir, las puertas que te abre el estatus de secretaría, no es sólo ante la sociedad y poder decir que las artes y la cultura son importantes, sino también es una forma de ahorrarte vueltas y trámites burocráticos para llevar a cabo tus proyectos. En este sentido es una buena noticia, pero digo que eso no cubre todo el panorama, porque si no viene acompañada de una reflexión de qué cambios requiere la política cultural del Estado en México a partir de una realidad que se ha transformado y en la que quieres incidir, sería nada más un simple cambio de rótulos, de nombres.
Tenemos un antecedente que es interesante y del que deberíamos aprender: en el Gobierno del Distrito Federal, en algún momento se cambió de lo que se llamaba SOCICULTUR a Secretaría de Cultura, y fue bien visto porque justo le daba un estatus diferente a la política cultural. Sin embargo, fue un cambio sobre todo de nombre, de estatus aparente, porque se modificó muy poco la estructura de SOCICULTUR, que era más bien para apoyar toda clase de eventos tanto cívicos como otros organizados por las otras secretarías, y tenía un área donde efectivamente apoyaban otro tipo de actividades artísticas o culturales, pero no era su área prioritaria. El cambio a secretaría fue más formal que efectivo. En la actualidad, seguimos teniendo una Secretaría de Cultura que, independientemente de quién esté al mando, está limitada por su estructura y por el espacio y el ámbito de su trabajo. Al cambiar nada más la forma y no cambiar en la misma medida de acuerdo a un proyecto, en este caso, de ciudad, y de caminos para llegar a ese proyecto que le interesa desarrollar a un gobierno o a un grupo grande de la población, pues queda coja: es una secretaría que no está siendo dotada de las herramientas para que realice su trabajo. Ese es el peligro de un cambio como el que estamos viendo. Lo esencial sería replantearse si lo que tenemos funciona bien, preguntarse si hay tareas pendientes dentro de cómo están organizadas las instituciones públicas dedicadas a la cultura y las artes. Yo creo que hoy, a 27 años de que se inició el modelo actual, hay cosas que revisar, y si la reforma no viene acompañada de esa revisión, será una reforma que se va a quedar en la superficie.
Distintos modelos públicos para la cultura
Yo puedo reconocer cuatro modelos en el mundo. Dependiendo de los países, domina más uno que otro, pueden venir combinados. Los modelos son sencillos:
Uno es el modelo interventor, donde el Estado cumple no sólo un papel muy activo, sino que es el principal ordenador y generador de estructuras en las que se van a desarrollar de mejor manera la cultura y las artes. El mejor ejemplo mejor tal vez sean Alemania y Francia, que tienen una poderosa política cultural.
Un segundo modelo sería el estadunidense. Es un modelo donde los recursos públicos dedicados a la cultura se dejan en manos de los privados, tanto las corporaciones como los individuos, para que sean ellos los que deciden. Es un modelo muy distinto, pero también está alimentado de dinero público: no es que directamente el gobierno asigne, sino que el Estado renuncia a una serie de ingresos y deja que sean empleados para el desarrollo de la cultura y las artes, pero las decisiones no las toman los organismos públicos, sino las entidades privadas o los individuos.
El tercer esquema es uno donde los recursos públicos están presentes, incluso de manera abundante, pero no son instituciones las que operan estos recursos, sino que básicamente están sometidos a concurso, como los del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Hay países cuyo esquema es así, a través de concursos públicos, como es el caso de Canadá, y especialmente, de la zona de Quebec.
El cuarto modelo es que la cultura no es importante y que no hay que asignarle recursos.
México, de manera prioritaria, sigue perteneciendo al primer modelo. Desde los primeros tiempos de la nación, es un modelo francés; y digo francés porque no es como el alemán, que es un modelo absolutamente descentralizado, en cambio el francés era centralizado. Lo fueron modificando desde principios del siglo XX, así que llevan avanzado muchísimo el trabajo de desconcentración y descentralización. El primero que trae el modelo francés, y que fundó los museos, la primera Compañía Nacional de Teatro, y muchas otras instituciones, fue Maximiliano; pero en tiempos de Don Porfirio, también hubo inspiración de las políticas culturales francesas, e incluso los gobiernos posrevolucionarios, también tienen una mirada hacia Europa. Aunque los gobiernos son todos muy distintos y representan en lo político cosas muy diferentes, siguen una línea a partir de un modelo muy concreto, que es el francés, que se ha matizado con otras cosas: el FONCA en México es muy importante, sin el FONCA no podríamos entender cómo se han desarrollado el arte y muchos proyectos culturales en nuestro país. Sin embargo, no es mayoritario. También hay esquemas de financiamiento privado, que no funcionan como en Estados Unidos porque es una cultura diferente, pero, por ejemplo, EFITEATRO y EFICINE, son esos modelos de cómo se deja que las empresas sean las que dan, las que deciden a quién apoyan y a quién no.
A mí me parece bien que el modelo mexicano esté inspirado en aquello, pero vivimos en una época donde incluso estos países han sufrido ataques a sus modelos, los recortes a los presupuestos los han afectado mucho.
A pesar de las similitudes, es importante notar, por ejemplo, que los franceses tienen cinco “compañías nacionales de teatro” repartidas en toda Francia; los alemanes tienen ciento setenta y tantas compañías estables apoyadas en todo el país, no está todo concentrado como lo tenemos nosotros.
Actualmente, Bellas Artes tiene toda la responsabilidad nacional de distintas áreas, ¿seguirá siendo así?, ¿habrá en la nueva Secretaría un Instituto del Teatro, por ejemplo?, ¿o un área dedicada específicamente a la música? Hoy, todo eso está en Bellas Artes, sin los recursos y sin la infraestructura nacional para hacerlo, porque Bellas Artes está, sobre todo, concentrada en el DF.
Recursos e interés público
En teoría, la creación de la Secretaría de Cultura debería ayudar a allegar más recursos a la cultura, o al menos, a gestionarlos mejor, porque cuando dependes de un intermediario, siempre está el peligro de que prefiera cortarte a ti que a otros, pero a mí esto no me parece conceptualmente importante, aunque puede hacer la vida más fácil. Por ejemplo, en algún momento la SEP decidió que todos los recursos, todos los pagos, hasta el más pequeño, iban a salir por su ventanilla. Eso retrasó todo por meses y fue un perjuicio grande. Esto, suponemos, no tendría por qué pasar ahora y se agradecerá, qué bueno, pero no es suficiente.
Uno aspiraría a que si vas a hacer un cambio tan importante, tienes que revisar el modelo completo, las cosas que no funcionan, transformarlas, y las que sí funcionan, aumentarlas: yo sigo pensando que el FONCA tendría que ser una institución que debe fortalecerse y que debe estar más cerca no sólo de los artistas, sino de los propósitos de esos apoyos, porque el propósito de los apoyos del FONCA no es hacer felices a los artistas, sino que estos cumplan con una función que es socialmente importante, y eso cambia el enfoque, porque a veces se piensa que los apoyos, los del FONCA y otros, están dados para mantener a una comunidad artística más o menos en equilibrio y tranquila, pero ese no es el objetivo principal. El objetivo principal tiene que ver con algo más grande, con la nación completa, con por qué un país va a definir como fundamental que haya una política cultural y artística activa, y cómo es esa política, porque tampoco querría decir que tenemos que llenar de espectáculos gratuitos todo el país para que todo el mundo los vea, eso habría que preguntarse si es parte del interés público.
Educación y cultura
Yo no creo que educación y cultura deban ir necesariamente juntas, creo que es importante que estén separadas porque no son lo mismo. Hay un área común que tiene que ver con la educación artística, y eso es delicado. Educación artística en dos sentidos:
Por un lado, la preparación de los profesionales desde las artes, que hasta ahora está en Bellas Artes; por lo tanto, si se queda ahí, las escuelas dejan de estar en la SEP y tendrían que hacer los vínculos como hacen la UNAM o las otras universidades con la misma SEP.
Por otro lado, yo, y creo que mucha gente, pensamos que la educación artística en la educación básica, en la secundaria y en el bachillerato, es una meta también. Tendría que haber una carga importante de la presencia del arte y la cultura en la educación fundamental de los mexicanos, pero eso se puede hacer con ambas instituciones separadas, con acuerdos, con interés. ¡No se ha hecho y han estado juntos!
Ha habido algunos esfuerzos, pero no hemos visto que el arte y la cultura tengan una presencia importante en la educación de la población. Se requiere de voluntad política, de un proyecto grande, de muchos aliados, no solo entre las instituciones y los gobiernos federales y estatales, sino requiere que también a la población le parezca importante, que haya una parte de la población organizada que, sin ser necesariamente artistas o amantes de las artes, le parezca importante que la gente esté vinculada desde su formación inicial a la música, al teatro, a la danza, etcétera. Son problemas que pueden resolverse sin necesidad de que cultura y educación, a nivel institucional, estén juntas.
Replanteamiento institucional, replanteamiento del quehacer artístico
Si esta reforma viniera efectivamente acompañada de un replanteamiento profundo, necesariamente exigiría un replanteamiento por parte de los artistas con respecto a su propio hacer. Unos piensan que la obligación del Estado es hacerse cargo de toda la cultura y las artes, de los artistas, y yo no creo que eso sea así, también tenemos que redefinir eso. Ahora, es un campo muy amplio de discusión, yo creo que es un debate necesario, porque ¿qué es de interés público?, ¿espectáculos que gusten mucho a la gente?, ¿la innovación en el terreno de la creación artística? Hay muchas cosas que pueden ser de interés público y tendrían que discutirse, tendría que haber un debate de todos los interesados, que no sólo son los artistas y el gobierno, sino otras partes de la sociedad. Todo el mundo habla del interés público: ¿cuál es ese interés público? Esa es la pregunta fundamental, y en esa tenemos que participar todos. Pero esa es una discusión y un debate que no ha existido, o ha existido de manera muy precaria.
Yo digo que, más que imaginar conspiraciones detrás de la formación de la Secretaría de Cultura, hay que aprovechar para que no sea nada más el cambio de la sigla. El cambio de la sigla da igual. Hay que aprovechar para un debate nacional sobre el tema, para incidir con propuestas, hay que participar. No conozco exactamente los motivos, pero creo que podemos sacar algo provechoso como sector y como país de una iniciativa así.