El desarrollo de la consciencia social se convierte en una tarea para aquellos ciudadanos en verdadero movimiento
La política nace con el hombre y el hombre con la política. Desde los principios de la historia de la humanidad, la condena intrínseca de vivir en sociedad ha clamado la necesidad de una organización que persiga beneficios colectivos con los cuales los grupos humanos den una dirección, una lógica, un fin a su característica social: de ahí proviene la esencia y necesidad de la política misma.
Cuando se habla de política, es inevitable recurrir a los diseñadores del pensamiento occidental: Aristóteles se aventuró a darle un concepto a esa necesaria organización del “animal político” que representa el ser humano. De ahí surge el concepto “politeia”, como aquellas formas de organización social necesarias para conducir la vida de la polis, la ciudad, entendida como la delimitación geográfica en donde se organizan los humanos y se ejerce el poder para materializar las decisiones públicas.
La concepción aristotélica de la política desentraña la naturaleza holística de la misma: “la unión de elementos simples que subsisten como tales en el interior del compuesto. Siendo un todo, la polis se compone de elementos disparejos, de los cuales los unos mandan y los otros obedecen”.
Paradójicamente, hoy en día nuestra realidad se manifiesta con una clara negación, me atrevería a decir, una negación mundial de la política. Dentro de nuestro país se viven tiempos de crisis. Existe un denominador común en algunos mexicanos, producto de la inestabilidad: el sentimiento de “romper con todo”, proponiendo indirectamente el abandono de todas las instituciones y sistemas construidos (imperfectamente) a lo largo del tiempo.
Existe algo aún más grave que esa propuesta, y es no saber lo que queremos construir como sociedad, tanto en la localidad, como dentro de nuestro proyecto de nación. Si tuviéramos que enunciar las problemáticas centrales de la política mexicana que provocan su ineficiencia y, por ende, su negación por parte de los ciudadanos, podríamos hablar de la falta de continuidad estructural y de políticas públicas, la incompetencia dentro de los perfiles de aquellos que ocupan cargos en el sector público (debida, en parte, a las malas prácticas dentro del sistema político y electoral, que generan lealtades de grupo y no hacia la comunidad), y la falta de integración entre proyectos de los tres órdenes de gobierno, que debería guiar a un eficiente Plan Nacional de Desarrollo. Esto es lo que ha provocado la falta de credibilidad por parte del ciudadano en su capacidad para participar, incidir y transformar su realidad, que se refleja dentro del núcleo central del sistema electoral mexicano: la baja participación electoral y los vicios en esta práctica.
Lo anterior, aunado a la no existencia de una verticalidad ni un liderazgo en la propuesta, sino una “cosa desorganizada” que actualmente ha alcanzado una clara horizontalidad del malestar, y se ha traducido en “no quiero esto que estoy viviendo, pero tampoco sé lo que quiero”.
¿El resultado? Mexicanos que no han logrado del todo hacer una verdadera política. El reflejo del desempeño de la misma es la indignación, actitud en el ciudadano que no construye algo que viene después, si no que quiere romper todo aquello con lo que no está de acuerdo.
El antídoto para ello está contenido dentro de la política misma: en el diálogo. Este es el constructor por excelencia de disenso y consenso, para con ello pasar a la creación de la opinión pública, la cual debe estar guiada concibiendo a la política como el escenario de transformación de la realidad por excelencia, aquella que nos da la visión integrada de la realidad, la llave para saber la respuesta a qué es el cambio.
Los jóvenes socialdemócratas están llamados a hacer “política consciente”, que al involucrarse en los espacios de construcción de opinión, considere siempre aquellos elementos centrales de nuestra realidad política: el sector público y el sector privado, la participación ciudadana y el factor humano. Este último es imprescindible, pues es el denominador común en los tres primeros elementos, es decir, jóvenes haciendo política, siendo conscientes de que todos somos seres humanos y ciudadanos llamados a participar responsablemente dentro de alguno de los dos sectores existentes dentro del Estado mexicano y, paralelamente, buscar elevar la calidad del líder y ciudadano, ya que como menciona Manuel Briceño en su versión de La Política de Aristóteles: “el tipo de ‘politeia’ depende del número y calidad de los ciudadanos. La palabra ‘politeia’ refleja la unidad (no sólo la suma) de ellos, el cuerpo vivo compuesto de gobernantes y gobernados, y la vida política que es y debe ser la vida y naturaleza de los ciudadanos”.
Es por ello que el desarrollo de la consciencia social se convierte en una tarea para aquellos ciudadanos en verdadero movimiento que desean ver en la política no sólo aquella forma necesaria de organización social lógica, sino aquel propósito que está llamado el mexicano a mejorar.