Entrevista con Agustín Jiménez
En la colonia Condesa, famosa en la Ciudad de México por la gran cantidad de restaurantes, bares, cafés y algunos centros culturales que se concentran en ella, el narrador y poeta Agustín Jiménez me recibe sonriente, sentado tras el escritorio de su librería “La Torre de Lulio”, desde donde hace 20 años se dedica a un oficio que la mayoría de las personas desconoce o considera extinto: el de librero.
En el local ubicado en la calle Ozuluama 24 lo que sobra, evidentemente, son libros, 20 mil en la librería y 250 mil en su bodega. Los hay de todo tipo y de casi todos los precios: desde primeras ediciones y libros raros, que son verdaderas joyas para coleccionistas y amantes de la literatura, hasta libros “comunes” (por llamarlos de alguna manera) que en La Torre de Lulio pueden conseguirse mucho más baratos que en las librerías comerciales.
Con lentes grandes y el pelo enmarañado, Agustín es amable y paciente, me trae un banco, me ofrece café y platicamos un poco sobre libros para ir calentando motores. Me cuenta que para el aniversario número 20 de la librería, él y el escritor Luigi Amara escribieron a cuatro manos el libro Sólo los libros sobreviven, del cual se hará un tiraje de 300 ejemplares para regalar a los clientes asiduos de La Torre de Lulio. Después de pedirle que me considere como candidato para recibir uno de esos libros, comenzamos la entrevista.
La Torre de Lulio
La seducción de la lectura me llevó al deseo de la escritura y el deseo de la escritura, a su vez, me llevó a la búsqueda de libros, pero era bastante desalentador llegar a las librerías y encontrarme con que quienes las atienden no saben nada de libros; entonces si, uno les pregunta sobre algún autor lo desconocen por completo. Cuando comencé a visitar las librerías no había Internet, gracias a Dios, porque ahora, amparados en la tecnología, se han vuelto todavía más incultos y dependientes, voltean a su computadora, escriben mal el nombre del autor y después te aseguran que no existe. Sin embargo, el libro es tan generoso que aun a los que no saben les da para vivir.
Ese es el fenómeno de las librerías o de los simulacros de algunas librerías actuales, y aunque antes era parecido, había libreros de alcurnia como “Polo” Duarte, el “güero” Otelo, Enrique Fuentes, etcétera. Cuando decidí poner una librería, hacía un suplemento y trabajaba en el periódico Ovaciones, al que había comprado Televisa. Estaban despidiendo a mucha gente, yo aproveché esa coyuntura para decirle a mi director que si podíamos fraguar la idea de que me dieran una liquidación, esto ocurrió en 1995 y en ese mismo año nació La Torre de Lulio, con los libros de mi tercera o cuarta biblioteca personal, porque ya había perdido algunas bibliotecas en el camino de la vida. Dice un buen amigo que dos separaciones son como un incendio en la casa de un escritor.
Yo aspiro a tener una buena librería, más allá de si es de viejo, de nuevo, de saldos, de ocasión, de remate, de primeras ediciones, de raros, de exquisitos o todos los adjetivos que le quieras agregar. Se infiere entonces que debo tener buenos libros, no importa si son nuevos o usados, eso no le interesa a un lector, él busca un libro y nada más. Por ejemplo, Historia mágica de la literatura, de Emiliano González es un libro reciente que se puede conseguir todavía nuevo y ahí lo tengo, pero Los sueños de la bella durmiente, del mismo autor, es un libro que se publicó en la serie “El Volador” de “Joaquín Mortiz” y es un ejemplar de culto que evidentemente no se consigue nuevo y que muchos buscadores, rastreadores y bibliómanos compulsivos, buscan. Yo trato entonces de tener el libro nuevo y el libro de uso.
La Torre de Lulio va más allá de ser una librería sólo de saldos, como son muchas del centro o únicamente de coleccionistas. No es una librería de culto como “Shakespeare and Company”, aunque aspiraría a ser algo cercano a eso, que la gente la ubique. Muchos lectores vienen de diferentes partes del mundo a darse una vuelta por aquí: “Chus” Visor, por ejemplo, el famoso editor de la empresa que lleva su apellido, o coleccionistas como el poeta español Luis García Montero, acaban de venir y llevarse algunos libros.
“También por el libro se llega al cielo”
Estoy convencido de que el libro impreso nunca va a desaparecer. La Torre de Lulio cumple en este mes 20 años y una de sus modestas celebraciones, como ya te comentaba, es que se va a regalar un libro que hicimos “a la limón” el escritor Lugi Amara y yo y que lleva por título Sólo los libros sobreviven. En esta obra hablamos del placer de los libros, de las primeras ediciones, de la búsqueda, de la seducción, tentación y emoción que te puede causar encontrar una primera edición.
Me gustaría aquí ponerles un ejemplo a los lectores de medios electrónicos en diferencia al objeto textual llamado libro. Decía Gilberto Owen, un gran poeta mexicano: “también por la piel se llega al cielo”, si hacemos la metáfora y el símil, el libro es la piel, también por el libro se llega al cielo. Por el Kindle, por la pantalla líquida, por todos estos nuevos posibles caminos tecnológicos y electrónicos no se llega a ningún lado, salvo a la pérdida de la memoria, si no se toca la piel ni siquiera se tiene ese sentido de cultura integral sino de información.
Marshall Mcluhan decía que no hay que confundir conocimiento con información. Tener información es espléndido pero ésta siempre ha existido, quienes la procesan, la digieren y la utilizan se llaman escritores, políticos, filósofos, lectores, poetas, santos y seres afines.
Por eso subsiste La Torre de Lulio, porque la gente que conoce o quiere conocer viene a buscar un libro y yo lo consigo. Por fortuna, encuentro el 90 por ciento de los libros que me piden, eso sí, pido un adelanto de 100 pesos para saber que van a regresar, antes no lo hacía pero se me quedaron muchos ejemplares, así que ahora lo hago como un pastel de 15 años: “¿quieres pastel? pues deja un adelanto o no hay baile”.
El negocio del libro es algo muy sutil, por ejemplo, el 95 por ciento de mis libros no están rayados y cuando lo están les pongo la leyenda “subrayados”, y en lugar de que cueste 500 pesos lo ofrezco en 70, pero si está subrayado por Octavio Paz, con notas suyas, en lugar de 500 vale 50 mil, eso sólo lo entienden quienes están realmente enamorados de los libros.
La profesión de librero
La primera cualidad que tiene que tener un librero es ser un lector voraz y curioso en varios ámbitos de la cultura libresca y después, tratar de dedicarse con mayor precisión a uno de ellos: poesía, filosofía, historia. Que se especialice en un tema. Tiene que ser alguien que sepa, que esté informado, que conozca, un hombre culto. Juan José Arreola fue librero, por ejemplo, el poeta José Juan Tablada también lo fue.
Para mí, lo ideal sería que los escritores fueran libreros, pero no es una profesión o un oficio que te deje mucho dinero, te permite vivir bien, sin sobresaltos y disfrutar de dedicarte a lo que te gusta. Otro aspecto muy importante para ser un librero es que tiene que saber encontrar libros y ahí comienza una de las grandes dificultades en este negocio, porque se puede ser un hombre muy culto y no tener ni idea de dónde buscar libros.
El librero debe tener intuición para dar con lo que está buscando, Enrique Fuentes hablaba de las redes secretas o los pasajes subterráneos para iniciar la búsqueda, saber en qué momento y en qué librería vas a encontrarte con el libro que estás buscando, y también tienes que saber su valor. Yo he comprado primeras ediciones a colegas que, como no conocen, las ponen a la venta en 30 o en 50 pesos y son libros que valen mucho económicamente hablando, pero todavía más en el flujo de la cultura editorial de un país.
A mí me parece que aquí, a la Torre de Lulio, viene gente que sabe y yo trato de poner libros de la media hacia arriba, intento vender y complacer las curiosidades de ese tipo de lectores, no lo hago de la media para abajo porque ni se pasean por esta zona y porque además mi propuesta no va dirigida a ellos.
Hay público para todos, qué bueno que existan “Sanborns”, “Gandhi” y “El Fondo de Cultura Económica”, librerías masivas para públicos masivos, y qué bueno también que exista toda la calle de Donceles en el Centro, me gustaría que hubiera 50 calles como esa en nuestro país, eso sería mucho más seductor, no en el sentido de la competencia sino del conocimiento, porque habríamos más libreros que trataríamos de cumplir y de hacer mejor nuestro oficio.
Camino del Haikú
Como escritor, ya no como librero, el haikú me encanta y un día quise conocer los ensayos que se habían escrito sobre este género en México, entonces me di cuenta de que era imposible porque no había una biblioteca especializada en ello. Como tengo la suerte de ser librero, me dediqué a conseguir los ensayos, encontré muchos libros y ensayos sobre haikús, entonces fue como un puente natural y me vino la idea de hacer una antología para que otros lectores tuvieran acceso a este material.
Así publiqué 11 ensayos de haikús y ya que estaban listos hice una selección de haikús hispanoamericanos: 30 mexicanos, diez españoles y diez latinoamericanos. Luego me enteré que la Fundación Japón daba premios para la difusión de la cultura japonesa, “¡qué suerte!”, pensé. Mandé mi texto y me dieron el premio, así nació el libro Camino del Haikú. Supe más tarde que ese mismo galardón lo había ganado también Octavio Paz por el libro Las Sendas de Oku.
“Vender libros es más difícil que vender tacos o cobartas”
El libro que vamos a publicar por el aniversario lo voy a regalar en La Torre de Lulio porque es una complicidad, como en su momento lo hizo la “Librería Madero”: cuando cumplía años regalaban un libro y les pedían a amigos importantes que hicieran un pequeño texto.
Participaron en ese tiempo José Emilio Pacheco, Sergio Pitol, Octavio Paz, José Ortega y Gasset, entre muchos otros. La Torre de Lulio, al cumplir veinte años, aspira a insertarse en esta modesta tradición y dar un pequeño obsequio de agradecimiento a los lectores que me han acompañado en esta travesía.
Este aniversario resulta muy importante porque se trata de un negocio muy difícil. Creo que el 99 por ciento de las librerías cuyos dueños no conocen el medio están destinadas a fracasar. Es un oficio muy duro, vender libros es más difícil que vender tacos o corbatas, o autos, o medicamentos como el doctor Simi: “lo mismo pero más barato”. Los libros a veces tienes que haberlos leído y a veces tienes que saber un poco del tema que estás manejando.
A la gente que llegue a la librería y que yo considere que son lectores les voy a obsequiar un libro. Yo quiero que este regalo, Sólo los libros sobreviven, llegue no a sobrevivientes, sino a lectores que puedan valorarlo.