Es innegable que en los últimos años México ha podido avanzar en la construcción de su democracia: leyes, instituciones, pluralidad política, comicios más competidos y, recientemente, triunfos electorales de genuinas candidaturas ciudadanas, así lo demuestran.
Pero el avance ha sido penoso y difícil, porque la élite gobernante sigue empeñada en conservar poder y privilegios, mientras la mayoría de la población continúa lejos de las oportunidades de desarrollo, de la justicia, de la igualdad y del ejercicio de sus derechos políticos plenos. Los resultados están a la vista: pobreza, marginación, delincuencia, inseguridad, rencor social y una profunda desconfianza en el gobierno y en las instituciones, incluidos los partidos políticos.
Otro importante factor incide en nuestro arduo avance democrático. En diversos términos y tonos, instituciones y organismos nacionales e internacionales han señalado el bajo nivel de la calidad ciudadana en nuestro país. Esta deficiencia no es fortuita; es producto de políticas públicas deliberadas encaminadas, por un lado, a preservar los intereses políticos y económicos de la élite que gobierna al país, y por el otro a desalentar y aun desactivar todo intento de recuperación del poder ciudadano.
De este modo, el autoritarismo maquilla de democracia sus acciones y una élite perpetúa sus privilegios. Este mal no es menor: dentro y fuera del país esa élite presume que gobierna a una república democrática, en la que los ciudadanos votan en libertad y eligen presidente, gobernadores, alcaldes, senadores y diputados federales y locales. Pero en realidad estamos ante una democracia frágil, vulnerada y corrompida por el poder.
El cambio debe ser a fondo. Es necesario extirpar de raíz los males de un sistema que simula y se dice democrático, pero que al mismo tiempo permite la impunidad y la corrupción. Para lograrlo, es indispensable que México tenga una ciudadanía a la que se garantice realmente una educación de calidad, con valores cívicos y éticos. Una ciudadanía que vote por convicción, no por costumbre.