Roberto Velasco Álvarez
Thomas Piketty amplió el debate sobre la concepción del capitalismo moderno. Gran parte de su legado se sintetiza en “El capital en el Siglo XXI”, obra que se ha convertido en un Best Seller a nivel mundial y que requiere de un profundo análisis e interpretación.
El profesor de la Escuela de Economía de París se ha convertido en una celebridad. Periódicos como El País lo consideran el economista de la década y lo catalogan como un referente del pensamiento mundial, comparándolo con Christhopher Latch y Francis Fukuyama en décadas anteriores. A pesar de su reconocimiento internacional, Piketty mantiene un estilo modesto y desenfadado. Coherente con sus ideas, rechazó recientemente la Legión de Honor del gobierno francés por considerar que ninguna institución gubernamental puede decidir la honorabilidad de los individuos.
Piketty siempre mostró especial interés hacia la distribución de los ingresos y de la riqueza. Particularmente en su obra más conocida muestra paralelismos históricos entre el crecimiento de la desigualdad en el Siglo XXI y los años previos a la Primera Guerra Mundial. Aunque su tesis ha sido cuestionada por reconocidos académicos e intelectuales, su planteamiento histórico y económico invita a una extensa reflexión sobre la economía mundial en el marco de un sistema capitalista mundial voraz.
Su constante preocupación por la creciente desigualdad es digna de reconocimiento. El prestigiado autor critica severamente a los economistas que buscan resolver los problemas sociales con supuestos métodos matemáticos y científicos. “Humanizar la economía”, dice, significa reconsiderar el valor de la sociología, la antropología, la historia y la ética en cualquier postulado teórico que se aproxime a una economía moral. Para Piketty es indispensable tener un enfoque económico, político salarial y social, patrimonial y cultural. Inclusive en sus conclusiones retoma la frase utilizada por Bouvier, Furet y Gillet: “Mientras los ingresos de las clases de la sociedad contemporánea sigan fuera del alcance de la investigación científica, será en vano querer emprender una historia económica y social de utilidad”.
La propuesta de Piketty ante la creciente pobreza y desigualdad es clara: mayor control estatal. En su capítulo “Un estado social para el Siglo XXI”, el autor plantea la creación de un impuesto progresivo sobre el capital. En palabras del brillante economista: “semejante herramienta tendría, además, el mérito de generar transparencia democrática y financiera sobre las fortunas, lo que es una condición necesaria para una regulación eficaz del sistema bancario y de los flujos financieros internacionales. Esto permitiría que prevaleciera el interés general sobre los intereses privados, al mismo tiempo que preservaría la apertura económica y las fuerzas de la competencia. Una solución similar podría aplicarse a escala regional o continental”.
El planteamiento de Piketty hace un llamado oportuno de austeridad, redistribución y responsabilidad de los gobiernos frente a un escenario de derroche, corrupción, mal uso de recursos y crisis económica a nivel mundial. “El regreso del Estado” es una obligación y una necesidad frente a desequilibrios económicos. Esto, como menciona el autor, se traduce “en una acusación a los mercados y un planteamiento crítico del peso y el papel del poder público”.
“El capital en el Siglo XXI” abona a la reflexión sobre el devenir de la economía mundial. Es en este marco que nuestro compañero Roberto Velasco sintetiza el debate que sostuvo Thomas Piketty con reconocidos economistas en la Universidad de Chicago.
PIKETTY EN CHICAGO:
CONVERSACIONES SOBRE DESIGUALDAD
Thomas Piketty comenzó su intervención con una disculpa por su marcado acento francés y por la extensión de su libro, disculpa que provocó inmediatamente risas entre la audiencia. El profesor de la Escuela de Economía de París sorprende por su juventud y buen humor.
Los dos auditorios de la Universidad de Chicago a los que acudió se vieron abarrotados; las entradas se agotaron en tan sólo unos minutos después del anuncio del evento. La mera presencia de Piketty en uno de los bastiones del pensamiento económico neoclásico –que lo ha cuestionado duramente– generó altas expectativas; más aún, el autor francés compartió mesas con algunos de los economistas más destacados en el estudio de la desigualdad. En la primera participaron Kevin Murphy y Steven Durlauf, con James Heckman (Premio Nobel de Economía, año 2000) como moderador; y en la segunda,
Kerwin Charles, vicedecano de la Harris School of Public Policy de la Universidad de Chicago.
Piketty centró sus intervenciones en el impacto de su libro “El capital en el siglo XXI”. Con una base de datos de diversos países, el economista francés ha hecho un estudio de la dinámica de la desigualdad económica en el largo plazo. Ese análisis de tendencias en las décadas y siglos pasados lo ha llevado a preguntarse hasta dónde llegará la desigualdad de continuar las tasas actuales de rendimiento promedio al capital (r) muy por encima de la tasa de crecimiento de la economía (g), lo que constituye la tesis central de su obra. Si bien Piketty explicó que esta tendencia no se extenderá hasta el infinito –por la acción de las propias fuerzas del mercado–, vaticinó la llegada de niveles parecidos a los de la época dorada del capitalismo, previa a la Primera Guerra Mundial.
Además de las tendencias globales, Piketty ha analizado algunas de las propensiones regionales y nacionales. Según su visión, esas diferencias no pueden explicarse por la globalización; por ello, especuló que –entre otros factores– han sido decisivos la evolución del salario mínimo y la progresividad fiscal, que en el caso de Estados Unidos han aumentado en menor proporción que en Europa. Con este análisis cuestionó el discurso meritocrático en comparación con la realidad. “Hay mucha imaginación en las élites para justificar la desigualdad”, dijo con ironía.
Frente a ello, propone mayor regulación financiera y amplias medidas redistributivas. En su narrativa, esa es la manera de evitar que las instituciones democráticas degeneren en otras de naturaleza oligárquica.
Durlauf, profesor de la Universidad de Wisconsin-Madison, se centró en algunos puntos particulares de la desigualdad; en primer lugar, mencionó algunos de los factores que contribuyen a perpetuarla, haciendo especial énfasis en la interacción con determinados grupos y miembros de la sociedad, así como en la segregación.
Para Durlauf es además esencial poner atención a las inversiones en los primeros años de la infancia, que son fundamentales para el desarrollo de habilidades sociales y emocionales. Finalmente, cuestionó los argumentos tradicionales de la meritocracia y se refirió a la Curva del Gran Gatsby, basada en los estudios de Krueger y Corak, que sugiere que altos niveles de desigualdad están relacionados con bajos niveles de movilidad social.
Kevin Murphy habló de la desigualdad desde la perspectiva de la oferta y demanda de capital humano en los mercados laborales. Para el profesor de la Universidad de Chicago, el aumento en la desigualdad en las últimas décadas se explica por un rápido aumento en la demanda de trabajo altamente calificado, que no ha sido acompañado por un incremento en la oferta de trabajo de esas características. Así, los salarios de quienes han terminado un grado universitario se han duplicado o triplicado en comparación con los que no.
Murphy además señaló que la respuesta de los que se encuentran en la parte alta de ingreso a esos incentivos ha sido invertir más en desarrollar su capital humano –percibiendo aún mayores beneficios–, mientras que lo contrario ha ocurrido con los sectores de menores ingresos, cuyo rezago se ha acentuado.
En suma, tanto Durlauf como Murphy ofrecen una explicación de la desigualdad que está relacionada con la oferta de capital humano. Es decir, por la preferencia del mercado hacia los trabajadores más preparados, lo cual genera una brecha en los salarios que tiende a aumentar entre generaciones debido a la inversión que los más beneficiados hacen en una mejor y mayor preparación.
Piketty y Murphy tuvieron un primer desencuentro con respecto a la meritocracia. Mientras para Piketty en ocasiones es un discurso justificable, para Murphy la meritocracia lleva al aumento de la desigualdad económica. Sin embargo, su principal diferendo estuvo en las respuestas que deben darse a la desigualdad: mientras Piketty se refirió a la posibilidad de adaptar el sistema fiscal para la progresividad –recordó que ésta nació en los Estados Unidos–, Murphy rechazó que la estructura fiscal deba responder a cambios en precios y salarios; señaló además que los impuestos al capital detienen el crecimiento económico, por lo que en vez de medidas redistributivas destacó la importancia de pensar en factores del desarrollo humano, como señaló Durlauf.
La respuesta de Piketty fue que la inversión en educación y la progresividad fiscal no son sustitutos, sino complementos. También dijo que en los hechos no se justifica evitar medidas fiscales redistributivas con el argumento de que ello detenga el crecimiento o elimine incentivos a la productividad.
La segunda conversación de Piketty con Kerwin Charles tuvo un tono cordial, pero no con menos cuestionamientos. Con elegancia, Charles lanzó al inicio de su intervención un dardo:
–Llámame un poco escéptico… Me gustaría que describieras para el público cuál es la controversia entre economistas: ¿Por qué algunas personas creen que hay fuerzas naturales que van a actuar en la dirección de hacer r menor que g? En particular, que conforme el capital se acumule, el producto marginal del capital caerá, en una mano; y que conforme la gente se vuelva aún más rica parece razonable que consuma más y más, reduciendo ahorros y, de este modo, reduciendo r.
El francés reiteró que cree en las fuerzas del mercado y que no propone que r vaya debajo de g, “r más grande que g, es de hecho una condición para la eficiencia en la acumulación de capitales”, explicó. Para Piketty el problema está entonces en que existe una mucho mayor concentración del capital que del ingreso.
Si bien existe un consenso en el preocupante aumento de la desigualdad y sus consecuencias, el centro del debate entre Piketty y los economistas de Chicago yace en sus causas y, por ende, en las medidas que deben tomarse para aminorarla. Mientras Piketty observa una tendencia inevitable del capitalismo que requiere de una fuerte intervención estatal para redistribuir el ingreso, Murphy, Durlauf y Heckman ven una historia en la que debe intervenirse en el lado de la oferta de capital humano, con apoyo de recursos a los grupos menos favorecidos, para así generar un nuevo equilibrio en el mercado. Para Piketty las soluciones son complementarias; para los economistas de Chicago, las medidas propuestas por el primero son un error.
Al final de la conversación, Piketty respondió una pregunta del autor de este texto sobre el comportamiento de la desigualdad en los países en desarrollo, como México. Su respuesta fue que las economías emergentes no están tan presentes en su obra debido a una falta de acceso a datos, lo cual se agrava en los países más pobres. Piketty recomendó la lectura de “La riqueza oculta de las naciones”, de Gabriel Zucman. Su planteamiento fue sencillo: ¿cómo tener un debate razonable sobre desigualdad en lugares en los que existe gran opacidad financiera?
Piketty terminó la jornada sonriente: su análisis macroeconómico sobrevivió el contraste con un riguroso estudio microeconómico. Más allá del tan esperado debate, la visita del doctor francés a la Universidad de Chicago dejó tras de sí unas de las conversaciones más relevantes sobre retos de políticas públicas que deberán enfrentarse en el Siglo XXI.