Ante la decadencia de la industria petrolera existe un enorme riesgo de que los países industrializados dependan de su capacidad nuclear para garantizar su sustentabilidad energética
El 26 de abril de 1986 aconteció una de las mayores tragedias en la historia. El operador Leonid Toptunov intentó presionar el botón de emergencia segundos antes de que aconteciera la catástrofe. El botón no funcionó y el desastre de Chernóbil fue inevitable. En la madrugada del fatídico día se escuchó una cadena de explosiones en el reactor de la Central Eléctrica Atómica situada en la ciudad ucraniana de Prypiat, cerca de la frontera con Bielorrusia.
Los restos del cuerpo de Toptunov que quedó irreconocible, fueron enterrados en el cementerio de Mitinski. Las versiones no oficiales coinciden en que su ataúd fue envuelto con papel estaño y sepultado bajo gruesas capas de hormigón y plomo que aislaban la radiación. Una dosis de radiación letal para el cuerpo humano oscila entre los 80 y los 100 röntgen. Los trabajadores de la central, así como la policía, bomberos y voluntarios que llegaron al lugar recibieron más de 20 mil röntgens cada hora.
Para la Unión Soviética el desastre fue políticamente devastador. La noticia internacional afectó severamente la credibilidad del poder soviético e hizo vibrar la estructura de un anquilosado politburó. La derrota de Afganistán fue un duro golpe para el socialismo real, pero la crisis posterior a Chernóbil generó las condiciones que antecedieron a la crisis social y la desaparición de la URSS años después. Paradójicamente el nombre oficial de la central era Vladimir Ilich Lenin.
¿Cómo es la vida en una tierra posapocalíptica? La premio nobel de literatura Svetlana Alexiévich en su libro Voces desde Chernóbil reunió una serie de testimonios ciudadanos. La periodista entrevistó a viudas, ancianos, inmigrantes, soldados y científicos que narran su propia tragedia. Los mensajes de los sobrevivientes recopilados en este libro constituyen una fuente invaluable para la historia moderna.
Particularmente, la escritora dedica su texto al drama de sus compatriotas bielorrusos. En el presente texto recuperamos algunos de los datos más significativos de la autora que explican la dimensión del problema.
Bielorrusia no tiene ninguna central atómica que opere dentro de su territorio, pero la cercanía de la central de Chernóbil tuvo consecuencias catastróficas para el país. Según describe Alexiévich, el accidente nuclear provocó la pérdida de 485 pueblos y la contaminación de 264 mil hectáreas. Desde entonces, el 23% del territorio de Bielorrusia está contaminado por la radiación.
Antes de Chernóbil, por cada 100 mil habitantes bielorrusos se reportaban 82 casos de enfermedades oncológicas. Hoy uno de cada siete está enfermo, y hay aproximadamente seis mil casos de cáncer al año en una población total de diez millones de habitantes.
Según la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (AIMPGN) se calcula un total de tres mil personas con defectos congénitos y casos de leucemia en Europa. El ministro de salud de Ucrania afirmó que en su país 2.5 millones de personas padecen enfermedades cancerígenas. El informe de Greenpeace en 2006 mostró que tan sólo en Rusia, Bielorrusia y Ucrania se atribuyen 200 mil muertes a los altos niveles de radiación.
El fatídico 26 de abril de 1986 quedará en la memoria colectiva por el altísimo impacto ambiental que tuvo. Según la Escuela Superior Internacional de Radioecología, la nube tóxica se esparció rápidamente y en cuestión de horas se detectó contaminación en Polonia, Alemania, Rumania y Hungría. Para el 2 de mayo la radiación se había esparcido por toda Europa, particularmente en Francia, Bélgica y Gran Bretaña. El 6 de mayo se comprobó que la radiación había cubierto el globo terráqueo. Países como Estados Unidos, Canadá, Japón y China también reportaron niveles considerables de contaminación. La nube tóxica dio dos veces la vuelta al mundo.
El material tóxico que desprendió la explosión del reactor fue 500 veces superior a la bomba atómica de Hiroshima y aproximadamente cinco millones de personas estuvieron expuestas a altos niveles de radiación. El día después del accidente comenzó una migración masiva forzada. El gobierno tuvo que evacuar a 116 mil personas. La evacuación de las zonas cercanas a Chernóbil y de un radio de 30 km se completó seis días después de la explosión: 400 mil habitantes se encontraban en zonas altamente contaminadas y al menos otras mil tuvieron afectaciones radioactivas inmediatas.
¿Quiénes fueron los responsables de la catástrofe? Al principio la autoridad soviética optó por el silencio y la desinformación. La presión internacional obligó al gobierno a dar una mínima explicación. Los medios locales informaron dos días después de una “posible falla” en la central, mientras que el gobierno soviético anunció que la cifra oficial fue de 30 muertos.
Meses después, el Comité Central del Partido Comunista decidió realizar un juicio en la misma zona del desastre. Entre los acusados se encontraban el director de la central atómica y dos de los ingenieros en jefe, a quienes se les sentenció a sólo diez años de prisión. Según las investigaciones oficiales, ningún miembro del partido comunista fue responsable del “accidente”. Como otras historias de impunidad que acumula la Unión Soviética, hoy Rusia, fueron pocos los responsables y millones los afectados. Chernóbil es uno de los casos más graves de incompetencia del gobierno soviético que ocultó, desapareció y destruyó información y evidencia de forma deliberada.
La URSS dependía de la electricidad que generaba la planta nuclear, por lo que los reactores que no sufrieron daño siguieron operando con normalidad. En 1995 la Unión Europea y el G7 llevaron a cabo un acuerdo histórico con Ucrania para acordar el cierre de Chernóbil. La central fue apagada definitivamente en diciembre del 2000.
Increíblemente, en las aldeas cercanas a la central atómica aún quedan sobrevivientes, en su mayoría viudas, ancianos y militares. La gran mayoría son personas que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial y decidieron quedarse en sus hogares. La milicia y el ejército marcan las puertas de las casas señalando el nivel de curios (unidad de medición radioactiva) para precisar el nivel de contaminación en cada lugar.
El accidente provocó una enorme movilización militar. Se enviaron aproximadamente 600 mil personas (200 mil soldados y 400 mil civiles) que trabajaron como “liquidadores” (personas autorizadas que tenían la obligación de limpiar, vigilar y destruir evidencias del desastre). El gobierno advirtió a los militares que la crisis de Chernóbil se trató de un complot o un ataque terrorista. Muchos soldados fueron llamados como parte de su servicio militar y otros se inscribieron voluntariamente, movidos por el patriotismo.
Sin el equipo adecuado ni la necesaria información sobre el nivel de radiación existente, fue heroica la labor realizada por el ejército y la milicia. Algunos “liquidadores” que combatieron valientemente en Afganistán, fueron enviados a Chernóbil a participar en una batalla perdida, que les garantizaba una muerte segura. Durante su reconstrucción el reactor fue ensamblado por robots para reducir costos y fue limpiado y cubierto por soldados que luchaban contra un enemigo desconocido. Entre 1990 y 2003 el Ministerio de Sanidad de Bielorrusia reportó que fallecieron ocho mil 500 liquidadores en su territorio. Según el informe de la AIMPGN, cerca de 100 mil liquidadores quedaron inválidos.
Resulta inverosímil que pueblos cercanos a la ciudad de Prypiat se hayan estado repoblando progresivamente. La región posapocalíptica es refugio de muchos migrantes provenientes de Tayikistán y Turkmenistán, que escapan de la guerra civil. Los inmigrantes cruzan el territorio ruso y se instalan en las casas abandonadas de Ucrania y Bielorrusia. Los testimonios de los inmigrantes coinciden en que en Chernóbil la esperanza de vida es mayor y su nueva vida es cuestión de adaptación. “Para ellos la radiación es una cosa segura y la guerra es impredecible”. En el texto titulado “La era nuclear” (páginas 42 y 43 de esta edición), mencioné los riesgos que implicaba el uso de esta tecnología. Una falla técnica puede poner en riesgo la vida de nuestro planeta.
Chernóbil pudo ser evitado. En 1982 ocurrió una fusión parcial en el reactor uno de la central atómica. La Unión Soviética ocultó a la comunidad internacional la información sobre este accidente, que cuatro años después ya estaba convertido en una catástrofe nacional y mundial.
No existe protocolo de seguridad que garantice el funcionamiento correcto de las centrales atómicas. El 11 marzo de 2011, un terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter sacudió la costa noreste de Japón. El subsecuente tsunami afectó los sistemas de refrigeración de la planta nuclear de Fukushima y provocó numerosas afectaciones en sus reactores. El gobierno japonés declaró un estado de emergencia nuclear y fue necesario evacuar a 45 mil personas en un radio de 20 kilómetros. Este accidente fue calificado como el más grave después de Chernóbil. Ambos casos nos hacen reflexionar sobre el uso de esta tecnología como fuente de energía.
De acuerdo al reporte 2014 del Organismo Internacional de la Energía Atómica, actualmente están en funciones 438 plantas nucleares, 70 reactores se hayan en construcción y al menos 144 no están operando.
Como lo muestra la gráfica, Estados Unidos es el país con más reactores nucleares con 99 y cinco más en construcción. Esta industria aporta el 20% de la energía total que genera nuestro vecino del norte. Francia es el segundo país con 58 reactores nucleares y su producción energética depende en un 77% de su industria nuclear. Japón, con 48 reactores, relegó a Rusia, que después de su etapa socialista tiene solamente 34, al cuarto lugar.
Si sumamos a Rusia, en el continente europeo hay 19 países que cuentan con una industria nuclear, de los cuales 14 pertenecen a la Unión Europea. Además de Francia y Ucrania se destacan los casos de Gran Bretaña con 16 y Suecia con diez reactores nucleares.
Lamentablemente esta forma de energía altamente contaminante y peligrosa ha tenido un crecimiento sostenido en países asiáticos como China y Corea del Sur, que cuentan con 23 reactores cada uno, al igual que la India, Taiwán y recientemente Irán y Emiratos Árabes Unidos.
En el continente americano sólo cinco países han desarrollado esta industria. Además de Estados Unidos, Canadá posee 19 reactores, Argentina tres, Brasil y México dos reactores cada uno. En el continente africano sólo aparece Sudáfrica.
La estadística viene a confirmar que el mundo se “nucleariza”. Ante la decadencia de la industria petrolera existe un enorme riesgo de que los países industrializados dependan de su capacidad nuclear para garantizar su sustentabilidad energética. Basta ver los casos de Francia y Japón para afirmar que esta amenaza es real.
Se calcula que en el corto y mediando plazo más países en vías de desarrollo tengan acceso a la energía nuclear. Esto representa un riesgo para la comunidad internacional porque existe una permanente tentación de los gobiernos del tercer mundo por desarrollar programas nucleares que se reorienten con fines militares.
La “era nuclear” mostró su faceta más cruda en la ciudad de Prypiat. Una estructura de 35 metros de altura cubre hasta el día de hoy el cráter donde sucedió la explosión en el reactor cuatro. El “Sarcófago” fue construido apresuradamente en 200 días por los heroicos liquidadores. Su caducidad se suscitó en 2014 y actualmente presenta numerosas grietas por las que todavía emana material tóxico. La naturaleza contradice la versión oficial que presentó el gobierno soviético, ya que la zona afectada tardará al menos 24 mil años en descontaminarse. A 30 años, apenas conocemos la verdad de una tragedia que no debe ser olvidada. La radiación estará presente para recordárnoslo.