Todos unidos contra Trump

Guillermo Rocha Lira

Guillermo Rocha Lira

En esta elección presidencial quedará demostrado que la existencia de un enemigo común puede unificar más que una causa o una idea.

Pocas personas tienen la capacidad y el liderazgo involuntario para generar movimientos sociales tan espontáneos y unificados como el que propició Donald Trump en su contra. Desde que el millonario magnate decidió contender por la candidatura a la presidencia de Estados Unidos por el Partido Republicano (PR), demostró su capacidad innata para generar acciones colectivas adversas y críticas de la sociedad estadounidense y la comunidad internacional.
En la edición de noviembre de 2015 del periódico El Ciudadano, advertimos que tanto Hillary Clinton como Donald Trump serían los candidatos a la presidencia por los partidos Demócrata (PD) y Republicano, respectivamente. En su momento afirmamos que las desinfladas campañas de Jeb Bush y Ted Cruz no podrían opacar la campaña mediática de Trump, cuyo discurso radical y agresivo exacerba principalmente los efectos negativos de la población inmigrante radicada en Estados Unidos (http://www.elciudadano.org.mx/2015/11/03/si-es-personal-mr-trump/).

¿Cómo fue posible que un hombre con poca o nula experiencia política arrasara en las primarias del PR? Trump aprovechó las demandas de un sector de la población estadounidense para desarrollar una campaña mediática radical que hasta el momento ha sido exitosa.
Donald Trump no es un hombre de ideas ni de doctrinas; debe ser calificado como un “pragmático” que actúa y toma decisiones de acuerdo a sus intereses. Este pragmatismo que supera la ideologización de la política, forma parte del pensamiento de la sociedad estadounidense. Como lo afirma el Dr. José Luis Orozco en su libro El pensamiento político y geopolítico norteamericano: “el pragmatismo se convierte en el sustento intelectual filosófico del pensamiento político estadounidense, cuyas consecuencias se proyectan en todos los planos del actuar humano. Es por eso que se debe de entender y analizar a los Estados Unidos, no precisamente como un sistema democrático o una república clásica, sino más bien como una república pragmática. Asimismo el liberalismo estadounidense incluye la mitología moral del capitalismo plasmada en la ética protestante de Max Weber, y el materialismo y el utilitarismo de los filósofos anglosajones le añade una dimensión religiosa que imprime un espíritu disciplinario y ascético al capitalismo como sistema productivo”.
El pragmatismo en el sentido estadounidense está vinculado directamente al concepto del business, asociado al derecho a la propiedad y a la libertad comercial concebido por los Padres Fundadores en la Constitución. La sociedad estadounidense aprueba que un empresario sin experiencia política sea candidato presidencial porque el imperativo Corporation permea en todos los aspectos del sistema político y económico estadounidense y ayuda a definir el interés nacional. Lejos de ser un buen gobernante, Donald Trump podría ser el mandatario ideal de la República Pragmática porque como exitoso hombre de negocios sería un buen gestor de los intereses económicos y comerciales de Estados Unidos.
Trump es la representación del american dream (sueño americano): hijo de madre escocesa, nació en el barrio neoyorquino de Queens y desde joven tuvo especial interés en el negocio de bienes raíces. En los primeros años fortaleció la empresa de su padre, dedicada al arrendamiento de viviendas principalmente en Queens y Brooklyn. En pocos años se convirtió en un reconocido empresario del sector inmobiliario, lo que le permitió fundar la Trump Organization, adquirir propiedades como el Taj Mahal Casino (en Atlantic City, New Jersey) y construir edificios como la Trump World Tower, en el corazón de Manhattan. Su equipo de campaña posiciona su imagen como un hombre exitoso que comenzó desde abajo y representa el “sueño” materializado de la clase media estadounidense.
Aunque Hillary Clinton aventaja en la carrera por la presidencia, existe una posibilidad de que Donald Trump triunfe. Su campaña puede ser comparada con otros procesos electorales en los que la población se orienta hacia posturas y propuestas radicales como las que encabeza el magnate de Nueva York. Si se hacen analogías con la campaña de Trump, se puede ver que ideologías extremas como el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania obtuvieron importantes victorias por la vía electoral con un discurso de odio y exclusión.
Este tipo de campañas funcionan en sociedades polarizadas. Como ejemplo de lo anterior, entre 1925 y 1927 el Partido Nazi pasó de ser una organización local a tener una presencia nacional; en 1929 pasó de 27 mil a 176 mil afiliados y en 1930 se convirtió en la segunda fuerza más votada. La estrategia del Partido Nazi exacerbó el nacionalismo de la sociedad, el revanchismo militar, la supremacía racial y responsabilizó a minorías sociales de la desgracia nacional. Estos elementos presentes en el pensamiento colectivo de la sociedad alemana fueron sintetizados y explotados por el Partido Nazi para aumentar su popularidad y conseguir avances electorales.
Pragmático y oportunista, Trump también es un convencido de que los fenómenos de masas pueden ser exitosos. Su discurso de odio busca polarizar a la sociedad con el tema de la inmigración proveniente de América Latina, especialmente de México. Responsabiliza a los inmigrantes de la decadencia de la sociedad americana y afirma que la llegada de la población latina significa un “montón de problemas”. Este planteamiento, desde luego, es apoyado por grupos extremos que apuntalan la supremacía blanca y que defienden los postulados de una sociedad americana “pura”, basada en los principios del WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant). Sin embargo, la postura radical de Trump también ha penetrado en un sector de la población estadounidense, incluso en hispanos de segunda generación, que consideran a la inmigración como un fenómeno creciente y descontrolado.
No es una casualidad que el candidato republicano y su equipo hayan decidido colocar a la inmigración como tema central de su campaña; de hecho, los argumentos expuestos por Trump tienen una explicación racional: según el informe del Centro de Investigaciones PEW, 72% de los ciudadanos estadounidenses está a favor de la legalización de los indocumentados, mientras que tres de cada diez considera que darles un estatus “legal” significa recompensar su ingreso ilícito (http://www.univision.com/noticias/el-72-de-los-estadounidenses-respalda-la-legalizacion-de-los-indocumentados).

La campaña de Trump seguirá siendo exitosa en la medida en que su discurso influya en la opinión pública y convenza a la clase media y a los votantes indecisos de optar por una alternativa política extrema. Su lema de campaña es “Vamos a hacer grande de nuevo a América”. Cuando el magnate inmobiliario promueve esta frase, resulta inevitable compararlo con otros líderes mesiánicos y megalómanos que también llamaban a recuperar la grandeza nacional, aunque al final fracasaron.

¿Qué nación imagina fortalecer Donald Trump cuando se calcula que existen 40 millones de inmigrantes, de los cuales casi 11 millones son indocumentados y conforman gran parte de la fuerza laboral de EU? No es posible consolidar un proyecto nacional cuando se busca excluir a más del 13% de la población, más aún cuando Estados Unidos es el principal país receptor de inmigrantes a nivel mundial. Por lo tanto, cualquier política que busque la exclusión sistemática de este grupo social es populista y está condenada al fracaso, particularmente en un país que ha basado su historia y crecimiento en la fuerza migrante.

La radicalización del discurso anti-inmigrante agravia a la cultura latina y a toda forma de expresión cultural que no coincide con los valores de la sociedad estadounidense que concibe Trump. Después del ataque armado en San Bernardino, California, el 2 de diciembre de 2015 (en el que murieron 16 personas, entre ellos los dos atacantes, y resultaron heridas 24 más), el ahora candidato presidencial republicano sugirió que debía prohibirse la entrada a musulmanes. Después de los atentados de París en marzo, Trump justificó su postura contra la población musulmana e incluso afirmó que la portación de armas era una medida necesaria para garantizar la seguridad de la población estadounidense. Sobre la masacre de Orlando, el candidato republicano aseguró que los hechos acontecidos en Florida demostraban una vez más la “peligrosidad” de la población de origen inmigrante que no coincide con los valores de Estados Unidos.

La visión radical de Trump y su rápido crecimiento en las preferencias del electorado generan temor en amplios sectores de la población estadounidense y la comunidad internacional. La posibilidad de que el magnate sea electo como presidente genera intranquilidad en muchos políticos, líderes de opinión y gobernantes en todo el mundo, que se han mostrado preocupados por su avance electoral. Incluso dentro del mismo PR hubo quienes querían evitar que Mr. Donald alcanzara la nominación como candidato a la presidencia.

Criticado, cuestionado y hasta odiado, Donald Trump representa para muchos un peligro nacional y mundial. En los últimos meses se han llevado a cabo manifestaciones en su contra que obligaron al candidato a cancelar eventos de campaña: en Chicago suspendió un mitin debido a las protestas de un gran número de manifestantes; en Arizona, ciudadanos bloquearon una autopista donde llevaría a cabo un acto partidista, mientras que en Nueva York se llevaron a cabo manifestaciones multitudinarias cerca de sus oficinas.

Algunos de los mensajes que los ciudadanos manifiestan en los actos de protesta y redes sociales son: “abajo Trump”, “tenemos que detener a Trump”, “Trump equivale a odio”, “expulsen a Trump”, “construyan un muro alrededor de Trump”, “no dejen que la intolerancia se imponga a nuestra constitución”, “cambio a Donald Trump por 25 mil refugiados”, “Donald Trump, vete, racista, sexista, anti-gay”… Violencia llama a violencia.

Artistas, luchadores sociales, activistas de derechos humanos, religiosos, académicos, periodistas y políticos se han sumado a las voces de muchos ciudadanos que ven en Mr. Trump un peligro. Estas numerosas manifestaciones espontáneas de rechazo y desacreditación se han aglutinado en un gran movimiento heterogéneo cuyo común denominador es un claro sentimiento anti-Trump.

El presidente Obama criticó la retórica del candidato republicano sobre la situación del país. Argumentó: “Las ideas de Trump no reflejan los Estados Unidos que queremos. No reflejan nuestros ideales democráticos”. El ministro británico David Cameron afirmó: “Creo que sus comentarios son divisorios, estúpidos e incorrectos. Creo que si viene a visitar nuestro país, nos uniría a todos contra él”. Incluso el Papa Francisco dijo: “Una persona que sólo piensa en construir muros, cualesquiera que sean, y no en construir puentes, no es cristiano”. Todos están unidos contra Trump.

Estas expresiones de rechazo de amplios sectores de la población estadounidense, así como la presión de la comunidad internacional y destacados liderazgos mundiales, nos permiten vaticinar que Donald Trump no será el próximo presidente de los Estados Unidos. Es posible que la propuesta de Hillary Clinton no aglutine a todas las expresiones democráticas que componen a la sociedad estadounidense, y que su probable victoria se consolide por el voto de castigo de la ciudadanía contra el magnate y el creciente sentimiento Anti-Trump.

Desde hace un año, cuando se anunciaron las nominaciones de cada partido, esperaba la confrontación Trump-Clinton. Personalmente deseaba que Mr. Trump fuera el candidato del Partido Republicano, porque esto podría representar el fracaso histórico para un hombre soberbio de poca autocrítica. Por otra parte, estoy contento por la candidatura de Hillary Clinton, porque por primera vez una mujer encabezará el gobierno de la nación más poderosa.

Latinos, afroamericanos, ambientalistas, feministas, luchadores de los derechos civiles, jóvenes y activistas dan forma a un movimiento heterogéneo que busca frenar a Trump en su camino a la presidencia. Estos grupos votarán contra Trump y todo lo que el millonario representa: un empresario excluyente, sin principios, ambicioso, intolerante, racista, misógino, homofóbico y xenofóbico. En esta elección presidencial quedará demostrado que en toda acción o movimiento colectivo, la existencia de un enemigo común, como Trump, puede unificar más que una causa o una idea.

El discurso de odio y miedo no será suficiente: la sociedad estadounidense no se encuentra tan polarizada y no existe un contexto nacional económico, político y social crítico que orille a los ciudadanos a decidirse por una posición extrema, como aconteció en Alemania hace un siglo.

La victoria de Clinton no garantiza un gobierno diferente al que encabezaron otros presidentes de los Estados Unidos, pero es seguro que su proyecto nacional tendría una visión más incluyente, progresista y democrática que cualquier administración o “gerencia presidencial” de Trump.

Espero acertar en el pronóstico y confío en que el pensamiento pragmático y progresista de la sociedad estadounidense se refleje en las urnas y materialice la derrota del magnate presidenciable por el bien de Estados Unidos, de México y toda la aldea global. Hillary Clinton tampoco representa un cambio significativo para la sociedad estadounidense y la comunidad internacional, pero sí hará historia como la primera presidenta de los Estados Unidos.