Entrevista con la pintora Paulina Jaimes
Entre mayo y agosto pasado, la Galería de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, ubicada en la calle de Guatemala 18, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, estuvo exhibiendo Entre el Silencio y el Canto, exposición de la joven pintora mexicana Paulina Jaimes.
Unos días antes del cierre de la muestra, El Ciudadano platicó con Paulina, quien describe su estilo pictórico como “una búsqueda del conocimiento de la figura y la forma, de pasar el proceso de observación y de pensamiento a lo concreto. Existe una necesidad de volver a la representación de lo que estoy viendo dentro de la figuración y el realismo, pero también hay una necesidad de no proyectar sólo lo material, lo terrenal, sino también buscar la trascendencia, encontrar la esencia de eso que estoy pintando”.
Entre el Silencio y el Canto reunió 29 obras creadas por Jaimes para la exposición durante el último año y medio. Muchos de los cuadros, vistos a cierta distancia, parecen impresiones fotográficas más que pinturas: por un lado, escenas nocturnas presentan personajes sobre la hierba, en un entorno boscoso, con la piel cubierta de colores azulosos; por otro lado, retratos de mujeres y hombres cubiertos de sangre sobre un fondo blanco conforman la serie “De profundis”. De esa plasta roja que cubre los rostros, destacan las miradas: “lo que veo de cada personaje son las emociones; digamos que los ojos son la conexión con la emoción”, dice Paulina.
“‘De profundis’ viene como un síntoma de algo que estamos viviendo: me preocupa la situación del país, me preocupa la presentación de la sangre en la que estamos envueltos, así que empiezo a sentir la necesidad de confrontar esta realidad de la que no me puedo sentir ajena, que de alguna forma me hiere, me lastima, y quise verle el lado esperanzador. Quise ver esta sangre no como si proviniera de una herida, sino como de algo más, como regresar al origen, a la madre, y esta es la presentación: volver a salir del útero para ser otra cosa y seguir en esta vida”.
“Para mí eran importantes estos retratos porque son como voltear a ver al otro que hemos dejado. Vivimos tan en el individuo, tan en el “yo, yo, yo”, que nos hemos olvidado de poner atención a los demás, de sentir empatía por el otro en el sentido de aprender de él y ver qué tanto nos refleja a nosotros mismos. Ha habido algo muy bonito en esta serie de retratos, porque la gente se siente identificada con una emoción y encuentra un espejo con el otro para poder encontrar cosas de ellos mismos”.
Paulina vive y trabaja en pleno Centro Histórico. Ahí le ha tocado vivir las jornadas de reclamo e indignación por los normalistas desaparecidos en Ayotzinapa: “sentir la sensación, la energía, vivirlo desde dentro de una habitación, es imposible que no te llegue. A pesar de que no salieras, sentías nostalgia, enojo, enfado… era imposible no hablar de eso que estamos sintiendo como personas”.
Este entorno, estas sensaciones, se han trasladado a su obra: “por ejemplo, el cuadro más conceptual de la exposición, “Ofrenda a Xipe Totec”, viene de la noción de hacer presente quién soy y dónde estoy parada: en el Zócalo, en el centro, soy mexicana. Reflexioné sobre el mostrar la sangre y cómo lo veían anteriormente nuestras culturas prehispánicas, donde la sangre era una continuidad de la vida, una ofrenda para que todo el universo siguiera su movimiento. Este cuadro era mi forma de decir: las muertes que suceden hoy no se están viviendo con ningún propósito. Es mi metáfora de ofrenda a la renovación y a la vida”.
Paulina, quien para los retratos de esta exposición trabajó con personas dedicadas al teatro y la danza contemporánea, se dice a sí misma “pintora de fotografía”: “como artista contemporáneo, hay que saber aprovechar los recursos tecnológicos. No me quedo con la fotografía, trato de interpretarla porque creo que a fin de cuentas es la chamba del pintor”.
Cuando estudiaba en la “La Esmeralda”, Paulina Jaimes escuchó de alguno de sus maestros que la pintura había muerto, y que el arte contemporáneo se manifestaba en el performance, el arte-objeto, el video, lo digital. Sin embargo, para ella “la pintura va a estar siempre, porque es la necesidad de reconocernos, es la necesidad de manifestarnos, es dejar un testimonio”.
“La pintura, al trabajar con el ojo, es directa, es abordar las emociones y ¡PUM! Vivimos en un momento del arte donde todo tiene que ser justificable y todo tiene que ser teorizado. Creo que hemos dejado a un lado lo importante que es que algo te golpee, que te llegue, y creo que esas son las ventajas del pintor: no es un proceso sólo de embellecer, de tener una habilidad y saber decir y pintar bonito. Estás trabajando con color, física, luz. Cada vez siento más que hay que volver a eso que sólo se siente”.
La pintura, como todas las artes, además de su lado estético tiene su lado comercial. “Híjole –dice Paulina- ahí también tienes que meterte, es imposible no tener esa noción. Te lo digo yo que he estado en ese proceso en el que hay un punto en el que te vuelves una máquina, dejas de ser un humano, empiezan a hacerte demandas de aquí, de allá, en galerías, en museos, y tienes que dar el ancho, porque estamos en una sociedad donde todo es de consumo, donde tienes que dar la mano de obra cuando se te pide. Creo que hay que ver la manera inteligente de sobrellevarlo sin sacrificar la parte artística, que es lo que te va a diferenciar de todo lo que se está haciendo. El mercado es una cosa abismal”.
Paulina, proveniente de una familia de pintores, destaca a Sergio Garval, Daniel Lezama y Arturo Rivera como autores que la llevaron a pensar: “¡Cómo lo hizo!, ¡me emociona!, ¡quiero!”. Además, se dice privilegiada por el éxito que ha alcanzado en su carrera, en la que ha pintado, calcula, unos 200 cuadros.
Después de Entre el Silencio y el Canto la búsqueda continúa para Paulina Jaimes: “Con esta exposición quería hablar de lo etéreo, de lo divino, quería hacer gente fantasmal… no llegué. Siento que es un proceso que no voy a entender en un año, ni en dos, ni en tres, ni en diez, igual hasta me voy a llevar toda la vida, porque es un proceso que está pasando por mí, de entenderme a mí, y cómo manifestarlo teóricamente. Lo que sigue -sin salirme de mis personajes, porque es evidente que no quiero salirme de descifrar lo que está pasando en cada persona-, es empezar a darle peso a lo divino: quiero hacer gente flotando, traigo la idea de la mujer, la bruja no planteada de manera occidental, sino como el chamán, lo que eran las costumbres paganas, el conocimiento de la naturaleza”.
Paulina cree que el futuro debe encararse con la consciencia de que somos escalones para otras cosas: “Seguramente va a haber cosas abismales en cuestión de pintura dentro de unos 20 años, y lo voy a poder vivir, y seguramente rebasarán algo que yo estoy mostrando ahora. Creo que lo importante es no estarse midiendo ni compitiendo con los otros, sino estar compitiendo con uno mismo para dar el salto que es necesario, porque el tiempo te come y es el que decide quiénes son los que quedan, quiénes son los que pasan a la historia”.