“Conoció la locura, el alcoholismo, la miseria y dio rienda suelta a su más grande e imparable creatividad literaria”
“S“Se ha dicho que Poe, en los periodos de depresión derivados de una evidente debilidad cardiaca, acudía al alcohol como estimulante imprescindible. Apenas bebía su cerebro pagaba las consecuencias […] eran días de elecciones, y los partidos en pugna hacían votar repetidas veces a pobres diablos, a quienes emborrachaban previamente para llevarlos de un comicio a otro. Sin que exista prueba concreta, lo más probable es que Poe fuera utilizado como votante y abandonado finalmente en la taberna […] El resto de sus fuerzas (vivió cinco días más en un hospital de Baltimore) se quemó en terribles alucinaciones, en luchar contra las enfermeras que lo sujetaban […] Murió a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. ‘Que Dios ayude a mi pobre alma’ fueron sus últimas palabras”.
Lo anterior lo narra el escritor argentino Julio Cortázar en la traducción que hizo al español de los cuentos completos de Edgar Allan Poe (1809-1849), quien es, sin duda, uno de los más grandes escritores norteamericanos de todos los tiempos. Poe no sólo fue el creador del género policiaco con el libro Los crímenes de la calle Morgue, donde el detective Auguste Dupin resolvía enigmas y homicidios, también es considerado uno de los maestros del cuento corto y ha influido a una gran cantidad de escritores (Dostoyevski, Kafka, Borges, entre muchos otros), quienes han reconocido la deuda que tienen con la pluma de Poe.
“Edgar se encontró huérfano antes de cumplir tres años […] el carácter del poeta no puede ser comprendido si se descuidan dos influencias capitales en su infancia: la importancia psicológica y afectiva que tiene para un niño saber que carece de padres y que vive de la caridad ajena […] y su residencia sureña […] elementos sureños habrían de influir en su imaginación: las nodrizas negras, los criados esclavos, un folklore donde los aparecidos, los relatos sobre cementerios y cadáveres que deambulaban en las selvas bastaron para organizarle un repertorio de lo sobrenatural”, apunta Julio Cortázar.
Después de quedar huérfano, el autor de El corazón delator fue adoptado por Frances Allan y John Allan, un matrimonio de clase alta y sin hijos del sur de Estados Unidos. Frances fue una madre cariñosa y comprensiva que “amó a Edgar desde la primera vez que lo vio”. En el caso de John las cosas fueron distintas: al parecer tenía otros hijos naturales a quienes costeaba en secreto su educación y aunque su cariño por Poe era sincero, sus diferencias de carácter hicieron que al pasar de los años la relación se volviera ríspida hasta el punto en el que cada uno tomó su camino y no volvieron a verse jamás.
Como era costumbre en las familias adineradas del sur, Edgar Allan Poe tuvo una niñera negra, tal como se lee en el prólogo de sus cuentos completos. “Los Allan cuidaban inteligentemente de su educación pero el mundo que lo rodeaba en Richmond le era tan útil como los libros. Su mammy, la nodriza negra de todo niño de casa rica en el sur, debió iniciarlo en los ritmos de la gente de color, lo que explicaría en parte su interés posterior, casi obsesivo, por la escansión de los versos y la magia rítmica de El cuervo”.
Marcado desde muy joven por el desafecto y los finales trágicos, a los 15 años Poe sucumbió ante su primer amor imposible: “Helen”, una mujer mayor que él, madre de uno de sus compañeros, quien aunque no hizo mucho caso a las intenciones románicas del autor de El gato negro, sí entabló con él una amistad entrañable y le hirió profundamente cuando murió de manera repentina a los 31 años. Este tipo de eventos habrían de repetirse continuamente en la vida de Poe. Se dice que fue después de su segunda decepción amorosa con Elmira Royster (a quien sus padres obligaron a casarse con otro para olvidar a Edgar), que Allan Poe comenzó a hacerse aficionado del alcohol.
Esto es lo que cuenta Cortázar al respecto: “Uno piensa en Pushkin, ese Poe ruso. Pero a Pushkin el alcohol no le hacía daño, mientras que desde el principio provocó en Poe un efecto misterioso y terrible del que no hay una explicación satisfactoria como no sea su hipersensibilidad, sus taras hereditarias, esa ‘maraña de nervios’ al descubierto. Le bastaba beber un vaso de ron […] para intoxicarse. Está probado que un sólo vaso lo hacía entrar en ese estado de hiperlucidez mental que convierte a su víctima en un ‘genio’ momentáneo. El segundo trago lo hundía en la borrachera más absoluta, y el despertar era lento, torturante, y Poe se arrastraba días y días hasta recobrar la normalidad”.
Edgar Allan Poe se había comportado siempre como un alumno ejemplar, sin embargo, la universidad a la que asistía (fundada por Thomas Jefferson), estaba plagada de estudiantes millonarios que se dedicaban a apostar y a beber. Poe sucumbió a ambos vicios y tuvo que abandonar la escuela después de que su padre se negó a pagar sus deudas de juego. Este hecho desató entre ambos una discusión irreconciliable y finalmente el escritor se fue definitivamente de su casa para enlistarse en el ejército con el nombre de Edgar A. Perry. Poco después, Poe sufriría el segundo gran dolor de su vida.
“‘Mamá’ Frances Allan, murió mientras él estaba en el cuartel; un mensaje de Allan llegó demasiado tarde para cumplir la voluntad de la moribunda, que había reclamado hasta el final la presencia de Edgar. Ni siquiera le fue dado a éste ver su cadáver. Frente a su tumba (tan cerca de la de ‘Helen’, tan cerca ambas en su corazón), no pudo resistir y cayó inanimado; los criados negros debieron llevarlo en brazos hasta el carruaje”, escribe Julio Cortázar.
A partir de este punto, Edgar Allan Poe conoció la locura, el alcoholismo, la miseria y dio rienda suelta a su más grande e imparable creatividad literaria. En 1827, con ayuda de un amigo impresor, publicó su primer libro de poesía: Tamerlán y otros poemas, aunque después abandonaría este género para dedicarse al cuento (que resultaba más rentable).
Poe comenzó a ganar premios y prestigio literario, pero la tragedia siguió persiguiéndolo y en 1847 murió otra de sus mujeres amadas, su esposa Virginia; y aunque el autor de Berenice dijo alguna vez que: “La muerte de una mujer hermosa es, sin duda, el tema más poético del mundo”, resulta claro que el sufrimiento y la muerte marcaron para siempre la vida de este poeta, una vida que por momentos parece ser copia de uno de sus cuentos macabros.
El escritor argentino Jorge Luis Borges dice en un ensayo dedicado a Edgar Allan Poe: “Detrás de Poe, […] hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo […] Shakespeare ha escrito que son dulces los empleos de la adversidad; sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño”.