En 1980 México ocupó el sexto lugar en el mundo en cuanto a reservas petroleras se refiere y el quinto en producción. La exportación de combustible estaba por llegar a un millón y medio de barriles diarios, después de la Unión Soviética, Arabia Saudita y Estados Unidos.
El país vivía entonces (a unos meses del derrumbe) los años felices en los que, según López Portillo, México tendría que “aprender a manejar la abundancia” generada por sus ingresos petroleros.
Con este promisorio clima económico, en enero de 1981, a menos de dos años de entregar el poder, el entonces presidente José López Portillo fue invitado de honor al magno desfile con que se conmemora en Nueva Delhi, desde 1950, el Día de la República; fecha memorable también por la entrada en vigor, el 26 de ese mes, de la Constitución india.
La invitación oficial fue exclusivamente para asistir al desfile, una impresionante parada militar entre la Colina Raisina, cerca del palacio presidencial, y el Fuerte Rojo. Se incluyó un acto cívico protocolario: la visita al Cenotafio de Mahatma Gandhi, modestísimo mausoleo erigido en la capital del país.
En congruencia con el júbilo presidencial, fueron invitados a viajar con López Portillo, transportadas por los aviones presidenciales Quetzalcóatl I y Quetzalcóatl II, más de 200 personas, entre miembros del gabinete, empresarios, reporteros, fotógrafos y camarógrafos adscritos a la fuente presidencial y un reducido grupo de articulistas, cronistas y columnistas de los principales diarios de México. También viajó el equipo de prensa de la fuente presidencial (incluidos los estenógrafos). El autor de estas líneas recibió órdenes del director general de Unomásuno de hacer crónicas de este viaje, publicadas luego en el libro Crónicas, Cuentos Veras y otros textos.
El periplo duró una semana. Articulistas, cronistas y columnistas, viajamos siempre en primera clase. Era el “Pavo real flight” (vuelo de los pavorreales), bromeaban nuestros colegas reporteros.
Asistimos todos al desfile militar y a la guardia luctuosa en el Cenotafio de Gandhi, en Nueva Delhi. Pero antes y después, la comitiva se dividió en grupos. En el que yo participé, enviado por Unomásuno, éramos alrededor de 20 periodistas. Volamos directo a París y pernoctamos en el George V (en esa época uno de los mejores 20 hoteles del mundo), en la avenida Campos Elíseos, muy cerca del Arco del Triunfo; al día siguiente nos dirigimos a Egipto, donde pasamos tres días y tres noches. En El Cairo visitamos la Mezquita de alabastro construida en la primera mitad del siglo XIX por el gobernador otomano Mehmet Alí; al día siguiente, a una hora de vuelo, llegamos a Luxor, visitamos las ruinas de Karnak, los sepulcros de reinas y reyes legendarios en el Valle de Tebas y al día siguiente regresamos a El Cairo, para recorrer la ciudad y algunos bazares.
Veinticuatro horas después salimos en vuelo hacia Nueva Delhi, a donde llegamos después de una escala en Abu Dabhi, la capital de los Emiratos Árabes Unidos, en el Golfo Pérsico. Después de pernoctar en Nueva Delhi, volamos a Bombay, para acompañar a JLP en su visita al Centro de Investigaciones Atómicas de Bhabha y tomarle fotos al arco del Indian Gate. Proseguimos al siguiente día por tierra, para visitar los templos de Ellora, el Fuerte Negro de Aurangabad y el majestuoso Taj Mahal.
Luego, a presenciar el desfile. De las conversaciones privadas de López Portillo con el presidente Neelam Sanjiva Reddy y la primer ministra Indira Gandhi, se produjo un comunicado de ocho cuartillas, que anunció, para ese año que comenzaba, la firma de un acuerdo de asistencia nuclear y agrícola a México a cambio de ayuda petrolera.
De regreso a México, quienes formábamos el ”pavo real flight”, fuimos enviados a París: tres días con sus noches. En limosinas Mercedes Benz y con choferes españoles, recorrimos la Ciudad Luz: Louvre, Notre Dame, el Moulin Rouge, Versalles, Montmartre, la basílica del Sacre Coeur, la Torre Eiffel…
Así fue la borrachera presidencial de los años felices. Después, la espantosa resaca.