Para entender qué nos espera, debemos revisar la historia de los últimos años
La llegada de Donald Trump al gobierno del país más poderoso del orbe ha despertado inquietudes y temores en una parte importante de la población inmigrante radicada en Estados Unidos.
Con un discurso estridente y provocador, Trump prometió limitar la inmigración de mexicanos a los Estados Unidos en el marco de una campaña que criminaliza al inmigrante para justificar cerrarle el paso en la frontera o deportarlo estando dentro. Una de las promesas de campaña es la construcción de un muro que, como dique, frene el cauce de un río humano de connacionales que tienen décadas fluyendo sin freno efectivo. Han sido mayores la necesidad de una mejora y el sentimiento de sobrevivencia que una patrulla fronteriza bien equipada o las inclemencias del medio ambiente.
La propaganda electoral surtió el efecto esperado: alentar posiciones discriminatorias que despiertan el rechazo a una fuerza laboral que constituye ya la primera fuente de recursos que ingresan a México, desplazando al petróleo.
Estamos en presencia de una posición de conveniencia político – electoral frente a una realidad que históricamente demuestra que el rechazo a los migrantes carece de fundamento. No olvidemos que Estados Unidos es un país que surge de un proceso de migración, y no podemos soslayar que el movimiento de personas desemboca necesariamente, en el lugar a donde llega y sin importar las causas por las que avanza, en una fuerza de tipo político y económico por la ubicación y distribución de esos flujos de población.
El resultado fue el surgimiento de una nación con una diversidad cultural que ha llegado a ser una fuerte potencia mundial. Pero en ese entonces, al igual que ahora y en cualquier parte, las marejadas de personas generan sentimientos contarios: llegan para beneficiar o para generar conflicto.
La realidad en la que nos encontramos es una en la que vemos cómo se rompen paradigmas de la diplomacia estadounidense que jamás habíamos considerado posibles: desde entablar pláticas con Taiwán (cosa que Estados Unidos no había realizado desde 1979), hasta hablar del uso de la fuerza para deshacerse de “ilegales violadores y asesinos”, pasando por el hecho de pensar en el Gabinete presidencial menos preparado y más elitista que la historia haya conocido. Por supuesto, todo es obra del ahora presidente electo Donald Trump.
En este momento, para entender qué nos espera a partir del 20 de enero cuando Trump tome posesión del cargo, debemos revisar de manera puntual qué situaciones o hechos afectaron a México desde hace un año y qué tipo de cosas nos podrían perturbar, a fin de comprender por qué no debería preocuparnos su triunfo y, por el contrario, verlo como un costo de oportunidad.
La campaña de Trump, así como su discurso y retórica recalcitrante con particular hostilidad hacia los mexicanos, empezó el 15 de septiembre del año 2015. Apenas se supo del mensaje, hubo comentarios que castigaban el uso de un discurso discriminatorio en nombre del Partido Republicano, cuyas políticas parecían materializarse en forma de su presidenciable Trump.
Lo que parecería en primera instancia un punto en común para la unificación del interés hispano-latino, se convirtió en un frente polarizador que permitió ver que la cultura mexicana puede ser dominante y digna de respeto. Datos al respecto señalan:
Según datos del Buró de Censos Americano 2015, la población hispano–latina tiene una densidad de aproximadamente 57 millones de personas.
De ellas, el 64%, ya sea connacional o de segunda generación, son mexicanos.
Dentro de esas tasas, se estima que cerca del 21% apoyó al entonces candidato Trump y a las políticas que proponía, a pesar de que pudieran afectar a miles de personas del mismo origen.
En el fondo pareciera que se esconde un miedo inherente que alimenta los actuales movimientos de ultra derecha. Sin embargo, ese aparente temor no pareciera fundado cuando se revisa el flujo de inmigrantes que llegan a Estados Unidos frente a los que regresan a México.
En efecto, de acuerdo con los últimos resultados publicados por el Centro de Investigación PEW-Hispanic, vinculados a la información de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID), ha sido mayor la cantidad de mexicanos que han regresado al país que la de personas que llegan al vecino del norte. Del año 2009 al 2014, aproximadamente un millón de personas regresaron al país, mientras que 870,000 entraron a Estados Unidos.
Esta situación no se había presentado desde 1990 por diversas razones, pero prevalecen: la crisis económica de 2008; el contenido de las leyes migratorias cada vez más restrictivas, y las dificultades laborales, educativas y de desarrollo.
Sin duda, los niveles de migración de nuestro país para cruzar el río Bravo van a continuar variando, y a pesar de que Trump persista en deportar a 3 millones de personas, lo cierto es que (de acuerdo a un artículo del Times de junio) “Obama ha ejercido más deportaciones que cualquier
presidente previo, llegando a la suma de 2.4 millones de deportaciones formales (2009-2014)”, cifra no muy lejana de la que anuncia Trump. Existe la percepción de que el nuevo presidente tampoco la rebasará de ser implementadas leyes más estrictas, y que sus deportaciones llegarán a no más de entre 2.4 y 2.8 millones.
En cuanto al muro, no es una novedad, de hecho, ya existe: Estados Unidos, desde 1994, ha instalado vallas que hoy alcanzan los 1,100 kilómetros de la frontera con México; tiene cerca de 21 mil agentes fronterizos (518% más que hace dos décadas). Cada día cruzan la frontera 33 mil vehículos y un millón de personas con un intercambio comercial de mil millones de dólares diarios.
La preocupación de México deberá centrase, entonces, en diversificar su comercio, disminuir su dependencia de la economía de Estados Unidos y buscar nuevos socios comerciales. China ya levantó la mano.
Estamos en presencia de la valiosa oportunidad de fortalecer un mercado local supeditado a las grandes empresa transnacionales, volver la mirada al campo mexicano, fortalecer la industria propia y, en general, regresar a lo nuestro.
La comunidad mexicana migrante que vive en Estados Unidos sostiene la economía. Abramos nuevas fronteras para el comercio internacional y, sobre todo, lo único que necesita México para salir adelante es no tener miedo a lo desconocido.