Algunos lo consideran un libertador al mismo nivel de Simón Bolívar y José Martí; otros lo comparan con los dictadores de su época.
Fidel Castro es una de las figuras políticas más grandes del siglo XX. Algunas palabras e ideologías sólo tienen sentido por las acciones y los personajes. Fidel materializó y dio sentido a la palabra “revolución”.
Fidel mostró el camino de la dignidad a las naciones latinoamericanas. Cuando existía total sumisión de los gobiernos continentales a la política panamericana impulsada por Estados Unidos, Cuba hizo lo que en su momento parecía imposible: mostrar autonomía e independencia frente a la principal potencia mundial. Soportó el injusto bloqueo económico comercial impuesto por Estados Unidos y desde entonces ha desafiado al capitalismo salvaje de las trasnacionales y las grandes empresas. Muchas naciones sucumbieron a las fuerzas de la liberalización comercial, pero la Cuba de Fidel siempre se mantuvo firme y digna.
La caída del muro de Berlín heredó al gobierno cubano una Guerra Fría local. Fidel fue un hombre que transcendió las épocas y las ideologías, presenció el final de la Segunda Guerra Mundial y la consolidación y caída del socialismo real. La Unión Soviética desapareció y perdió el juego bipolar, pero la Cuba de Castro no se derrumbó.
Fue, sin duda, el último sobreviviente de la Guerra Fría. El recuerdo colectivo destaca cómo Fidel se opuso a once presidentes estadounidenses, pero pocos hablan de cómo mantuvo una política interna congruente, sin sumisión alguna, frente a los secretarios generales del Partido Comunista de la Unión Soviética. Fue un político extraordinario, tan hábil, que durante el conflicto bipolar supo contener la intervención estadounidense en la isla y mantener su autonomía frente al poder soviético. La URSS nunca vio a Cuba como un satélite sino como un aliado estratégico. La política exterior de Castro siempre fue consecuente con sus ideas y mostró liderazgo frente a sus enemigos y sus aliados.
Castro sí fue un revolucionario porque, como otros hombres de su tiempo, buscó transformar el mundo frente a la injusticia. Tiene su lugar en la historia con personajes tan trascendentales como Mao en China y Ho Chi Minh en Vietnam, hombres que conocían a su gente, sentían su tierra y sufrían los problemas de su pueblo. Hombres combativos que no soportaron vivir de rodillas y decidieron cambiar el destino de sus naciones por la vía de la lucha armada.
Castro fue un idealista y siempre luchó por la construcción de un mundo mejor en todos sus frentes. En su momento fue uno de los mayores impulsores de la utopía marxista y referente de la lucha armada revolucionaria en todo el mundo. Pero Fidel también fue un pragmático: hombre de guerrilla y estadista a la vez, llevó a cabo su propia orientación y aplicación del socialismo en Cuba. Fue un hombre de principios y valores más que de dogmas.
El Comandante, como lo conocían popularmente, fue un personaje controvertido y carismático, pero sobre todo, valiente. En su juventud siempre estuvo del lado de las minorías y avanzó con el viento en contra. Hizo lo imposible: con organización y estrategia enfrentó con pocos hombres y recursos a la dictadura de Fulgencio Batista. No se conformó con el triunfo de la revolución y convirtió a Cuba en un referente de la política latinoamericana. Fidel Castro hizo de una isla en el Caribe una potencia mundial política, diplomática y hasta deportiva.
Para sus críticos y todos aquellos que consideran que el hilo de la justicia social y la lucha no pasa por sus bolsillos, la Cuba de Fidel experimentó en los últimos treinta años un mayor crecimiento del Producto Interno per cápita de sus ciudadanos que el PIB per cápita de México desde 1990. Ahí quedarán para el análisis las altas tasas educativas, de alfabetización, salud, acceso a la cultura y las medallas de oro conseguidas por Cuba en competencias deportivas internacionales, éxitos que pocas naciones latinoamericanas han logrado en las últimas décadas.
Dentro y fuera de la Cuba de Fidel siempre existió la disidencia. Hace varios decenios algunos sectores consideraron que los principios de la revolución habían sido traicionados y que la dictadura se había impuesto. Los opositores del régimen criticaron que el sistema de partido único violentaba las libertades y el poder recaía en una sola persona. Muchos académicos, historiadores, periodistas y escritores describieron al sistema político cubano. Por sus obras, Reinaldo Arenas, novelista y dramaturgo cubano, fue reconocido como un férreo opositor al gobierno de Fidel. La fiesta vigilada de Antonio José Ponte representa un ataque frontal al castrismo: narra la vida de los cubanos a través de la política, la música y el arte, que contrasta con el espionaje y el control estatal. El autor parece mostrar que el socialismo en Cuba sobrevive gracias al buen clima y al permanente ambiente de fiesta que caracterizan a La Habana y al centro turístico de Varadero. En casi todos los sistemas socialistas, vigilar la “continuidad de la revolución” fue un principio rector de la economía, la política y lo social. Así ocurrió en la Cuba revolucionaria y ello provocó que millones de cubanos abandonaran la isla para ir en busca de algo que el régimen no podía ofrecerles.
Pensar y hablar del legado de Fidel polariza. Algunos lo consideran un libertador al mismo nivel de Simón Bolívar y José Martí, mientras que otros lo comparan con dictadores de su época. El presidente estadounidense Obama declaró que “la historia recordará y juzgará el impacto que tuvo esta singular figura para la gente”, mientras que el presidente electo Donald Trump lo calificó como tirano. El día de su muerte, millones lloraron en Cuba y en el mundo, mientras que en Miami, “la pequeña Habana”, capital informal de los cubanos en el exilio, se festejó su fallecimiento. Paradojas de una época, de un hombre que fue y será controvertido.
La leyenda de Fidel se forjó desde antes de que dejara la administración del gobierno a su hermano Raúl. Dependerá de las futuras generaciones que su símbolo y legado prevalezca en el tiempo por venir. Desde la madrugada del sábado 26 de noviembre, Cuba tiene un enorme reto por delante: seguir sin El Comandante. El camino sin Fidel no será fácil porque existirán muchas fuerzas y tentaciones externas, así como presiones de actores internacionales que buscarán influir sobre la política interna de Cuba.
El proceso de transición de una Cuba más abierta al mundo comenzó mucho antes de la partida de Fidel. Tendrán que ser los mismos cubanos los que orienten el rumbo de su nación y decidan mantener el régimen o generar un cambio. La muerte del líder moral de la Revolución cubana abre la puerta a la oposición interna y exiliada que buscará impulsar un proceso de democratización e incluso de liberalización económica para la isla.
Raúl Castro tendrá que gobernar bajo la sombra de un gigante. El régimen debe buscar la renovación de sus cuadros políticos antes de que se consolide un gobierno gerontocrático que se aferre al pasado y mantenga una visión anacrónica y centralista. Cuba tiene que encontrar el camino a la modernización así como China encontró el suyo después de la muerte de Mao, con Deng Xiaoping. Sin renovación y replanteamiento del socialismo en una era globalizada, existe el peligro de que Cuba se parezca a Corea del Norte, país en el que la dictadura del proletariado se ha afirmado como una dictadura familiar hereditaria.
Ojalá que las generaciones del siglo XXI analicen y reflexionen sobre el legado de Fidel Castro. Ojalá existan muchos Fideles en muchas partes del mundo, que sean sensibles a las necesidades de sus sociedades y problemas actuales; que sean innovadores, idealistas y valientes; que siempre caminen con dignidad y congruencia como lo hizo El Comandante.