Resumen del mensaje del presidente municipal de Guadalajara el 29 de noviembre de 2016, en el marco de la Conferencia Internacional “Movimientos Progresistas y Ciudadanos en América Latina y Europa”
El mundo está convulsionado. Las sacudidas provienen de todos los rincones del orbe, del fundamentalismo del Medio Oriente, del ánimo rupturista inglés, del rechazo a la paz sudamericana, de los visos de ingobernabilidad en España, del absurdo e irracional rumbo que ha tomado el imperio norteamericano.
Estamos viviendo una era confusa, particularmente en el terreno político; un momento en el que la discusión sobre la política está nublada; un momento en el que a quienes nos interesa lo público estamos sometiendo lo público a un diálogo de sordos, metidos literalmente en una Torre de Babel.
Y mientras eso ocurre, paradójicamente, el grueso de la población es refractaria a estas discusiones, simple y sencillamente porque no le encuentran un sentido: Guerra o paz, integración o nacionalismo, globalidad o soberanía, izquierda o derecha; a la fregada, dice la gente.
Es precisamente en este momento de indiferencia ciudadana, cuando es relevante volver a pensar en la política y sus conceptos; justo en los periodos de más oscurantismo es cuando vale la pena detenerse a reflexionar.
Es complejo abordar este tema. Lo primero que tendríamos que preguntarnos es qué significa la palabra progresismo, cuál es la diferencia entre ser progresista y no serlo, y si significa lo mismo en el activismo, en la política o en el gobierno.
Hoy me corresponde hablar de la responsabilidad de construir gobiernos progresistas.
Muchas son las interpretaciones que los estudiosos le dan a la palabra progresista: buscar cambios profundos y estructurales para combatir las limitantes de un modelo de crecimiento económico sostenido; excluir la inequidad entre las personas y construir sociedades más equitativas; reducir la desigualdad que mata expectativas, en particular las de los jóvenes; alentar una construcción social que provea ciudadanía.
Una definición más dice que el progresismo es poner a las personas en el centro del desarrollo; es la búsqueda de la prosperidad para un mayor bienestar, es entender la justicia social como la oferta de oportunidades a quienes tienen menos, es la construcción de una sociedad solidaria en la que las responsabilidades son compartidas y la ciudadanía participa responsablemente.
Una sociedad en la que se promueven las libertades individuales, los derechos civiles y el respeto del estado de derecho como fundamentos de la democracia representativa; una sociedad que basa la convivencia social en el diálogo y la tolerancia.
Hay lugares en los que ser progresista significa luchar por la libertad de expresión, y otros en donde el progreso radica en la implementación de sistemas de salud y combate al hambre.
Lo mismo que sucede con las naciones y con las regiones, ocurre con las personas. Hay quienes consideran que para ser progresista hay que ser anti sistema y hacer política al margen de las instituciones.
Otros piensan que hay que organizarse con independencia de los partidos, y quienes suponen que no hay que organizarse, que hay que enfrentar a los partidos de manera independiente.
Para algunos más ser progresista es combatir la corrupción, para otros la defensa de los derechos civiles de la comunidad, proteger el derecho de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo, el combate al terrorismo, la lucha contra la discriminación, acabar con la violencia que ha causado una cantidad incalculable de muertos y desaparecidos.
Al final progresar es avanzar, es construir victorias, es provocar cambios; progresar tiene que ver con la realidad que se vive, ser progresista significa algo en algún lugar y algo diferente en otro, incluso podríamos decir que ser progresista significa todas y cada una de las causas ciudadanas que existan.
La historia nos ha mostrado que la oportunidad y el ritmo de los cambios son más susceptibles de triunfar si van de la mano de la sociedad.
Para mí ser progresista es atreverse a plantear una agenda que siendo todavía minoritaria, puede competir contra un discurso y una agenda dominantes y que con paciencia se irá abriendo camino en la discusión pública.
Esto es lo que ha sucedido en Guadalajara y en todo Jalisco. El presupuesto participativo no estaba en la agenda pública, hoy ya lo está; en el estado ya se habla de la ratificación de mandato como un derecho ciudadano y esto fue posible porque la gente ha entendido nuestra agenda y la ha hecho suya, lo cual ha permitido que ganemos terreno en el debate público.
Para mí ser progresista es acelerar el ritmo de los procesos de cambio que se necesitan para combatir la desigualdad, fortalecer la democracia, ampliar las oportunidades, las libertades y los derechos de los ciudadanos, pero a partir de una agenda y de una visión de futuro, no a partir de la ocurrencia cotidiana.
Ser progresista es decir ya basta, reconocer que algo no funciona y que debe de cambiar. Para mí ser progresista es combatir una realidad que no me gusta y terminar con lo que no sirve, que es nocivo y daña a la sociedad.
Para mí ser progresista es combatir un régimen absurdo y obsoleto que sólo beneficia a los partidos políticos y a los grupos de poder, es combatir la corrupción, la impunidad y la violencia que vivimos en México.
Para mí ser progresista es impactar de forma positiva en la realidad en la que vivo, en mi ciudad, en mi estado, en mi país.
Para mí ser progresista es entender que se necesita un cambio y hacer algo para alcanzarlo; no me gusta sentirme progresista por dar gritos que nadie escucha y por patear puertas que nunca se abren, mucho menos me gustaría ser progresista para dedicarme a dar cátedras criticando todo y a todos a partir de una concepción de la realidad utópica; estoy convencido que las batallas no se dictan, se pelean.
En Jalisco logramos construir un movimiento de oposición en el que más allá de las diferencias de fondo o de enfoque, más allá de las causas particulares o nuestras diferentes maneras de entender el ser progresista, tuvimos la claridad de ver lo fundamental: Jalisco necesitaba un cambio de régimen. Y cuando hablo de cambio no se trata de nombres, colores o partidos, sino de construir un gobierno de ciudadanos. Nuestro movimiento en Jalisco ya es un referente importante a escala nacional.
En 2009 construimos en Tlajomulco, Jalisco, un proyecto distinto al PRI o al PAN, una nueva manera de hacer política y demostramos, con nuestro triunfo, que se podía ganar a los partidos tradicionales.
Nos asumíamos de izquierda, pero no estábamos conformes con esa etiqueta; hacía falta otra cosa, reflexionar y definir nuestra identidad; y lo primero que hicimos fue romper con los esquemas tradicionales de hacer política, entendimos que lo importante no tiene que ver con las discusiones ideológicas, sino con gobernar bien y trabajar de la mano de la gente, cuidar el dinero público, cumplir tus promesas y nunca perder la capacidad de escuchar a los ciudadanos. Eso nos permitió terminar la gestión como presidente municipal, siendo el gobierno mejor evaluado entre los municipios metropolitanos de México.
A partir del 2012, cuando contendimos por la gubernatura de Jalisco, comprendimos que el contexto social había cambiado desde 2009; la discusión electoral tenía un espacio de gran potencial para hacer un trabajo político: la ciudadanización de la política. Ese era el momento que se vivía en el 2012, ese era el tema en la agenda pública, ese era el tema que pudimos enarbolar como bandera de campaña.
Esa era una demanda social empujada por la ciudadanía, pero era una demanda también ignorada por la clase política. Fue así como rompimos con la forma tradicional de hacer política, nuestra campaña compartía el enojo de la sociedad jalisciense, porque nosotros también estábamos enojados.
Aunque no pudimos ganar la elección de gobernador, demostramos que se podía derrotar a los partidos tradicionales. Entonces entramos en una nueva etapa, nos convertimos en una fuerza política real, representábamos más de un millón 200 mil votos en nuestro estado, teníamos espacios de representación en el Congreso, en municipios en todo Jalisco y entonces perfilamos y definimos nuestro rumbo para el 2015.
¿Por qué los movimientos progresistas casi siempre pierden, cuando menos en México?
Quizá porque nunca estamos lo suficientemente organizados, quizá porque no somos capaces de leer correctamente las demandas y anhelos de la gente, quizá porque nuestras campañas de comunicación son obsoletas y anacrónicas, quizá porque no entendimos que debemos de contribuir a que el desencanto por la política disminuya en lugar de acrecentarlo, quizá porque minimizamos el hecho de que para ganar elecciones desde la oposición se necesita autoridad moral y una alta dosis de congruencia.
En el 2015 decidimos competir solos con Movimiento Ciudadano. Sabíamos que nuestra fortaleza era la cercanía con los ciudadanos y por eso hablamos directamente con ellos y no sólo a través de los medios tradicionales; rompimos la lógica de que no se pueden ganar elecciones sin medios tradicionales de comunicación; sí se pueden ganar elecciones a través de las redes sociales y comunicándose con la gente de manera directa.
Pudimos así lograr una victoria para nosotros histórica, una victoria que nos permitió llegar al gobierno de la segunda ciudad más grande de México, pero ganar era sólo el principio.
En ese momento dejamos de ser un movimiento de ciudadanos que exigían cambio y nos convertimos en un gobierno progresista que busca que esos cambios sucedan. Entendimos que lo menos que podíamos hacer era no hacer un gobierno que nadara de muertito, fácil, de decisiones simples, cómodo, de poses, de sonrisas, de decisiones tomadas solamente para los aplausos.
¿Cuáles fueron las bases del modelo progresista de gobierno que nosotros defendimos en Guadalajara? Las puedo resumir en cinco puntos:
Primero, el interés público está por encima de cualquier interés privado; segundo, hacer de la ley una norma para todos; tercero, recuperar el espíritu humanitario y solidario en la ciudad, porque la justicia es la única ruta para recuperar la paz y la tranquilidad; cuarto punto, poner al gobierno al servicio de la gente y transformar su vida cotidiana; y quinto punto, trabajar de la mano de los ciudadanos para hacerlos corresponsables, decirle a la gente que deje de exigirle al gobierno y que asuma la responsabilidad de exigirse también a sí misma.
Tenemos que enfrentar voces que se asumen progresistas, pero que ante las acciones de gobierno se comportan de manera conservadora y también a los conservadores que consideran que estamos yendo demasiado lejos. Queremos terminar con este círculo vicioso, queremos reconciliar a la sociedad con sus gobernantes, buscamos replantear la vida y la discusión pública, intentamos ser el tipo de políticos y gobernantes que México necesita.
Debemos centrar el debate en la urgente necesidad de articular un proyecto serio y viable de país; si con nuestro trabajo no conseguimos demostrarle a la gente que no se equivocaron, le haremos el trabajo al viejo y caduco sistema de partidos y habremos perdido una oportunidad histórica.
Debe quedar claro que los ciudadanos son el cambio, pero los ciudadanos que se informan, que se involucran, que participan, que defienden sus causas y están en el campo de batalla. Tenemos que seguir demostrando que la fuerza de los ciudadanos es más potente que la de los partidos.
Ser progresista significa avanzar, llenar de contenido a la política; un gobierno que sea producto de recoger las demandas de la gente, no de imponer; un gobierno que no parta de dogmas ni de imposiciones morales. Sería terrible para el país creer que el progresismo está compuesto de una verdad absoluta, de una visión de los problemas y que la solución a los conflictos depende de una sola persona.
Ser progresista significa estar comprometidos con la construcción de un nuevo pacto social para México, con un programa que ofrezca cambios posibles y no verdades absolutas o programas radicales e inviables.
Un nuevo pacto social para México basado en la solidaridad, en la colaboración, en la corresponsabilidad de todos los sectores de la sociedad, en el respeto a la ley, el combate a la corrupción y la búsqueda de la justicia social como principios fundamentales para la transformación del país.