Participación del profesor, investigador y analista en la conferencia internacional “movimientos progresistas y ciudadanos en américa latina y europa”, y en las mesas de diálogo “proyecto ciudadano para méxico”
El profesor, investigador y analista Mauricio Merino Huerta dictó sendas conferencias magistrales el 30 de noviembre de 2016 en la Conferencia Internacional “Movimientos Progresistas en América Latina y Europa”, y el 25 de enero de 2017 en las Mesas de Diálogo “Proyecto Ciudadano para México”. Presentamos aquí una síntesis de ambas intervenciones.
30 de noviembre de 2016:
La corrupción se ha convertido probablemente en el fenómeno que más ofende a México y el que con mayor vehemencia ha separado a la clase política del resto de la sociedad; la corrupción ha dañado no solamente la economía porque, según distintas mediciones, cuesta 150 mil millones de dólares al país. Y para quien calcula el costo de la corrupción, equivale a más de cuatro puntos del Producto Interno Bruto.
La corrupción no solamente lastima la economía del país, también propicia la desviación de recursos públicos. Sabemos que los programas públicos no necesariamente se utilizan para los propósitos para los que fueron diseñados, sino que con muchísima frecuencia se extravían en los bolsillos de los corruptos, van a dar a las campañas política. Se crea así un ciclo vicioso: en vez proporcionar buenos servicios públicos o buenos programas sociales, se le entregan al pueblo programas deficientes, servicios públicos de baja calidad que la sociedad percibe, con razón, como un agravio. Las bolsas así obtenidas se trasladan a la acción política electoral, lo que no hace sino refrendar la idea de que llegar al poder no es llegar a servir a la sociedad, sino llegar al “botín”, a repartirse el “botín político”.
El resultado de ese ciclo vicioso ha socavado la confianza de las y los mexicanos en el sistema democrático del país, en el régimen democrático.
La Auditoría Superior de la Federación, el CONEVAL y la Secretaría de Hacienda concluyen: solamente el 30 por ciento de los programas presupuestarios en México sale bien evaluado porque ha llegado a los destinatarios a los que está orientado y porque no se robaron el dinero.
Estudios recientes hechos sobre cinco años de programas presupuestarios, en el Centro de Investigación y Docencia Económica (CIDE), nos revelaron que hasta 93 por ciento de los grupos indígenas del país, los más desfavorecidos, los más marginados y aislados de México, están fuera de los programas presupuestarios. No les llega el beneficio que, según los mismos programas, deben llegar a ellos.
Además, la corrupción está detrás, cada vez con mayor fuerza, con mayor crueldad, de los fenómenos de violencia que ha vivido México en los últimos años. La corrupción mata. Los niveles de impunidad, hermana gemela de la corrupción son superiores al 90 por ciento; hay quienes llevan este índice hasta 98 por ciento, según las fuentes y los métodos que se utilicen.
La corrupción mata porque ha permitido que el crimen organizado no solamente actúe al margen de la ley, sino que avance en la captura de puestos públicos que, a su vez, no responden a un Servicio Profesional de Carrera, a un servicio de mérito.
Por eso la asignación de los puestos públicos en México, se conoce como el “sistema del botín”: quien llega a un puesto de elección popular con recursos acrecentados, desviados por la corrupción hacia sus campañas, después de ganar el puesto, lo asigna a sus amigos, a sus cercanos, a sus leales. Por lo tanto, el crimen organizado se ha metido a las entrañas del Estado Mexicano.
La desconfianza que sentimos hacia nuestra clase política y hacia nuestro régimen, tan duramente construido durante el último tramo del Siglo XX, se reproduce ya en las relaciones humanas, porque nos tenemos miedo. Ya éramos una sociedad muy dividida, ahora la violencia y la impunidad nos dividen más. Nos tenemos miedo unos a otros y en la raíz de estos efectos está la corrupción.
Hay quienes frente a estos fenómenos, y aun con dignidad, piden que el fenómeno se corrija quitando a los corruptos.
Daniel Kaufmann, economista chileno experto en estas materias, dice: “La corrupción no se combate solo combatiendo a la corrupción”. Porque la corrupción es el efecto de otros males: la corrupción no se resuelve solamente quitando corruptos, porque quitando a los corruptos sin modificar las causas que generan la corrupción, viene el corrupto de atrás y el que sigue y el que sigue. Y eso empeora las cosas.
No es cierto que combatir la corrupción consista solo en quitar corruptos. No es cierto que quitar a los corruptos sea la única salida, mientras las causas no sean modificadas. Hay tres ejes importantes:
Primero, la captura del sistema político a través del flujo de dinero. Mientras los procesos electorales no sean separados de la captura de los puestos y de los presupuestos púbicos, el ciclo vicioso de la corrupción se va a seguir alimentando.
Segundo, la implementación de la gestión pública no se corresponde con las normas que se exigen para el ejercicio de los recursos públicos. Hay actos discrecionales en la entrega de contratos de obras públicas, en las compras, en las concesiones, en las licencias de construcción…
Tercero, la representación política. Hay evidencia suficiente de que nuestros representantes populares no dicen cuánto gastan sus fracciones parlamentarias, porque usan el dinero público para reiterar el ciclo vicioso de la corrupción.
En los últimos años, venturosamente, se han venido construyendo reformas constitucionales y nuevas leyes para tratar de atajar esta lógica sistémica con nuevos instrumentos que también son sistémicos, particularmente el Sistema Nacional de Transparencia y el Sistema Nacional Anticorrupción. Son reformas constitucionales que producen expectativas, esperanzas. Se ha creado una Fiscalía Anticorrupción, cuyo titular está por designarse. Se ha creado un Comité de Participación Ciudadana, cuyo objetivo es acompañar, vigilar, velar para que el Sistema Nacional Anticorrupción funcione.
Se han creado instituciones. Qué bueno que así haya sido y qué bueno que estén empezando a dar algunos resultados.
¿Cuál es el problema? Que dependen de la calidad de los “intermediarios políticos” que las representan. Es indispensable que esas instituciones tengan buenos titulares, personas dignas, respetables, decentes que estén al frente de esas instituciones para que las cosas puedan funcionar. Pero además, y sobre todo: hace falta que el ciudadano participe, se organice políticamente y vigile que esas instituciones intermediarias cumplan con su deber.