Palabras del presidente de la fundación lázaro cárdenas del río en la conferencia internacional “movimientos progresistas y ciudadanos en américa latina y europa”
El desapego, el desinterés y la indiferencia de los jóvenes frente a la política, frente a sus gobernantes y frente a quien ejerce el poder, es producto de los malos resultados de los gobiernos.
Aquí y en el resto del mundo, donde Europa y América Latina no son ajenos, nos preguntamos: ¿Por qué se indignan los jóvenes? ¿Por qué les importa poco o nada la forma de hacer política o la identidad de los partidos? Y, por supuesto, ¿por qué les importa poco quién gana las elecciones?
Sencillamente porque no ven resultados concretos de quienes forman parte de la élite en el poder, no se les ha cumplido y ya están hartos de los abusos. Por eso es importante llevar a cabo una Conferencia como esta para repensar, reinventar y darle sentido a la palabra cambio; que la idea de transformación no sea palabra hueca o sólo una forma de retórica.
En América Latina y Europa las sociedades exigen que se rompan los monopolios del poder y la concentración de la riqueza; por eso es momento de reflexionar, de plantear propuestas, de elaborar diagnósticos y de pensar cómo vamos actuar; de revalorar, a la luz del fracaso de las formas tradicionales de hacer política, porque si no lo hacemos los espacios serán ocupados por el conservadurismo, la intolerancia y el radicalismo.
La forma de hacer política en América Latina viene de tradiciones europeas. Pero no culpemos a ese legado de las formas en que hemos reproducido más mal que bien esas herencias y tradiciones; somos responsables de nuestros yerros y aciertos, de nuestras formas de autodeterminación y de nuestros errores.
Tenemos una gran deuda intergeneracional, debemos atender asuntos impostergables como la equidad social, la creación de oportunidades para los jóvenes, un genuino compromiso con la igualdad, el respeto absoluto a las libertades y a los derechos.
Frente a poderes como el de los Estados Unidos, ahora que arriban al gobierno de ese país tesis nacionalistas, aislacionistas y antiinmigrantes, es momento de valorar las amenazas a nuestras democracias. En este marco de crisis tenemos una oportunidad y una gran responsabilidad, es momento de impulsar el debate de las ideas y acercar nuestras propuestas a la ciudadanía. Hagamos un ejercicio de profunda reflexión para valorar dónde estamos parados e imaginemos juntos hacia dónde vamos.
Sostenibilidad y Transformación Social-ecológica
Hablar del tema de transformación social-ecológica tiene que ver con la capacidad de reinventarnos y la ruptura de paradigmas. Si no hay ruptura, desafío a lo que nos imponen, vamos a seguir queriendo transformar con las mismas viejas fórmulas del estado actual de la economía y de la política mundiales.
Queremos transformarnos, pero no tocamos ni siquiera un pelo a los modelos económicos y políticos con los que conducimos al mundo.
Hoy todo el mundo se dice comprometido con la protección del medio ambiente y con la lucha contra el cambio climático; es políticamente correcto y nadie niega la importancia de estos temas.
Pero pensemos por un momento en las brechas entre los discursos y la realidad, en las distancias entre los compromisos y su implementación. No basta con decir: soy ecologista, soy verde, cuido el medio ambiente. Tenemos que pensar en cómo vamos actuar, y hacerlo ahora.
¿Qué tenemos que cambiar? El primer tema es cambiar nuestra forma de pensar. Si no lo hacemos no habrá transformación social y ecológica.
Si no luchamos por el cambio para que la sociedad se transforme ecológicamente, no habrá futuro. Si no entendemos que esto es una responsabilidad, continuaremos el camino hacia una crisis sin precedente. No subestimemos el tema de cambio climático y del calentamiento global.
Llevamos más de 20 años hablando de desarrollo sostenible, de la seguridad humana y del desarrollo humano. Sin embargo, este periodo también ha sido el de la gran especulación financiera, que una y otra vez hemos citado aquí.
Es el periodo donde las crisis económicas han sido recurrentes y es el periodo de la historia de nuestras sociedades en los que alcanzamos el más alto nivel de la concentración de la riqueza.
Ha anidado un modelo económico en el que se privilegien los intereses corporativos por encima de los intereses y derechos de las y los ciudadanos.
La desigualdad se suma hoy a las crisis climáticas que amenazan no sólo a la seguridad nacional de países enteros sino la seguridad de miles de millones de seres humanos.
Todos nosotros somos responsables de la sobreexplotación de los recursos naturales, de la pérdida de la biodiversidad y de los cambios que han tenido los ecosistemas. Los científicos afirman que estamos en una nueva era geológica, la del antropoceno, que comenzó en 1950 a partir de los residuos radioactivos del nacimiento de la era nuclear.
Todo mundo dice: vamos a defender el desarrollo sostenible, a defender la protección del medio ambiente y a generar crecimiento económico y bienestar social, que son los tres componentes del desarrollo sostenible.
La pregunta es: ¿La sociedad internacional ha actuado de manera suficiente?, ¿Hemos sido capaces de abordar integralmente los tres pilares, calidad medioambiental, desarrollo económico y equidad social? La respuesta es rotunda: No lo hemos logrado, no lo estamos haciendo.
Y en ese sentido, hay un esquema que me parece muy importante, no me detengo mucho, pero lo pueden ver ahí muy graficado. Estamos moviéndonos en lo que puede ser un círculo perverso entre los límites de la seguridad humana y el desarrollo humano, la seguridad climática y la seguridad energética. Nos venden un falso dilema: que crecemos o dejamos de contaminar. De crecer para crear empleos o mitigar y adaptarnos al cambio climático.
Hoy en día a las grandes naciones emergentes, como China y la India, les importa un bledo el tema medioambiental, porque sus prioridades y objetivos son los de crecimiento económico.
¿Cómo promover un cambio y entrar de lleno al fondo del problema? A partir del reconocimiento de que los modelos de desarrollo se basan en un modelo económico, social y cultural que no reconcilia las necesidades de crecimiento económico y bienestar, con la protección del medio ambiente y el combate al cambio climático.
Insisto, queremos cambiar con el mismo modelo económico, político y social y nos planteamos como dilema una falsa pregunta: ¿O crezco o cuido el medio ambiente? ¿O genero empleo o combato el medio ambiente? Para mí es un problema resuelto en la creatividad y la innovación que tienen que hacer los movimientos progresistas.
En suma, se nos vende el actual desarrollo económico como prioridad por encima de la protección del medio ambiente. ¿Cuántas veces se nos ha dicho que primero el crecimiento económico y luego la distribución de la riqueza? ¿Cuántas veces hemos escuchado, en nombre del desarrollo económico, que inclusive tenemos derecho a contaminar? La estructura internacional vende el derecho a contaminar. ¿Y quién la paga? La pagan los países en desarrollo.
Pensemos por un momento en las contradicciones en el caso de América Latina. Por un lado nos comprometemos con agendas climáticas y con objetivos del desarrollo, pero por el otro lado mantenemos el modelo extractivista, particularmente en la minería y el petróleo.
Entonces, ¿cómo ha respondido la comunidad internacional? La comunidad internacional se propuso los nuevos objetivos de desarrollo. Se supone que en la Conferencia sobre Cambio Climático efectuada en París (COP-21), avanzamos en compromisos internacionales para ver si, a nivel local, logramos que cada quien asuma su responsabilidad para reducir las emisiones y para adaptarnos con mayor rapidez al cambio climático.
No es un problema tan regional como local. Creo que lo local tiene que empujar lo global, porque en lo local es donde se sienten los efectos de ese cambio. También en lo local hay grandes oportunidades para generar los cambios e implementar acciones, por eso cada caso deberá tener su propia estrategia, tenemos transversalidades, tenemos coincidencias. La agenda de esta Conferencia nos habla de una gran agenda progresista, pero tiene que partir de lo local.
En medio de todo esto, me pregunto: ¿cómo pensamos a México? Yo les diría que como punto de partida México tiene una oferta interna bruta de energéticos, de aquí a unos buenos años, basada fundamentalmente en combustibles fósiles: carbón, gas natural, crudo y petróleo; estamos arriba del 80%, depende el tipo de medición. Sin meterme en estas métricas o indicadores, lo cierto es que por lo menos el 80% de esa oferta sigue sustentada esencialmente en el consumo de combustibles fósiles. Les pregunto a todas y a todos: ¿cómo le vamos a hacer?
Si pensamos que la producción energética de México se centra en estos fósiles, ¿cómo nos movemos, cómo podemos hacerlo cuando la Reforma Energética impulsa el desarrollo de energías limpias desde una visión parcial, porque estaba basada en la ampliación de las capacidades productivas del país?
¿Cómo le hacemos cuando los recursos públicos dependen del petróleo, independientemente de la coyuntura de la baja de los precios internacionales del crudo?
¿Cómo apostarle a la minería, bajo un modelo que no promueve el desarrollo de las comunidades? ¿Cómo le hacemos si no hemos considerado o previsto los daños medioambientales, por ejemplo, de las bandas de la delincuencia organizada que ya es un factor de riesgo, pero también de amenaza? Roban el combustible, están metidos en la minería, en la tala de árboles, en el tráfico de especies… Son preguntas válidas para reflexionar.
Ante esto, creo que hay un tema fundamental, e insisto, hay que reiterarlo: tenemos que impulsar una primera actitud de cambio de mentalidad, con una nueva narrativa, pero también con un nuevo modelo de desarrollo. Y aquí es cuando todos hablamos en esta mesa en un sentido claro de transformación social-ecológica desde una visión transversal e integral.
Es decir, a partir de principios como el de no daño, el del consentimiento pleno e informado de las comunidades, se tiene que construir de abajo hacia arriba, no hay otra. El Estado es conservador y no veo la vocación de invertir en esta gran transición energética, a las élites instaladas en las cúpulas.
Hablamos de un modelo de desarrollo en el que optemos por desplegar las capacidades de las personas y darles oportunidades, sobre todo a las nuevas generaciones; no olvidemos que es impostergable romper el vínculo entre exclusión social, contaminación y vulnerabilidades. Y no es, insisto, que los pobres contaminen porque quieren, mucho tiene que ver con sus vulnerabilidades.
En esa lógica, debemos impulsar una transición que aproveche las potencialidades del país, pero que también promueva el desarrollo de industrias nacionales vinculadas a las nuevas tecnologías.
Hay algunas fuentes especializadas que ya plantean que la reducción del costo de los paneles solares empieza a ser relevante, y que pueden reemplazar favorablemente los precios, por ejemplo, del gas natural y del carbón.
Yo he visto a muchos políticos afirmar que el gas natural y el carbón no contaminan… ¡Por favor que se pongan a estudiar, que se informen! Que estudien el tema del gas natural, el del fracking, el de la fractura hidráulica. ¡Cuidado con eso!
Sin embargo, creo que hay mucha incertidumbre y no mucha información sobre el proceso. Debemos aprovechar el momento del cambio con visión estratégica. Impulsemos una auténtica revolución de conciencias, en donde las exigencias de los habitantes de las ciudades, del campo y del planeta se sumen para ejercer presión y veamos inversiones claras, porque hay que invertir en nuevas tecnologías limpias, en grandes infraestructuras que antepongan, esencialmente, el interés de los ciudadanos por encima de los intereses particulares.
En suma, los movimientos progresistas y ciudadanos tenemos una oportunidad. Debemos ser suficientemente valientes para desafiar los modelos y paradigmas que se nos han impuesto.
Más allá de la etiqueta que cada quien decida utilizar: sostenibilidad, economía verde, respeto por los derechos de la madre tierra; más allá de definir esa etiqueta, es el momento de transformar.
No hay vuelta atrás. Y ya no hay tiempo.