Es evidente que los tratados y acuerdos resultantes de la globalización neoliberal, firmados entre países ricos y países en vías de desarrollo, hacen más ricos a los primeros y más pobres a los segundos. Se convalida el dicho de que el pez grande se come al chico.
En este contexto, una parte de México (la de los grandes exportadores, comerciantes e industriales), se cimbra ante la amenaza de Donald Trump, agresivo empresario convertido en presidente de los Estados Unidos, de revisar (en beneficio de su país) el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), vigente desde el 1° de enero de 1994 entre EU, Canadá y México. Con ello, Trump nos pone ante una perturbadora realidad: los huevos de oro que durante décadas nos dio una gallina milagrosa, fueron colocados por nuestros administradores-gobernantes en una sola canasta: la de los poderosos vecinos del norte. Y hoy nos tronamos los dedos en búsqueda urgente de mercados para productos mexicanos, aunque nos informan que la prodigiosa gallina ya se murió.
El proyectado muro fronterizo es una peregrina obsesión que no resolverá los problemas migratorios, el flujo de armas de allá para acá, ni el cuantioso tráfico de estupefacientes de aquí para allá, a menos que Trump clausure los 78 mil expendios de armas que hay en EU (nunca lo hará), y expulse a todos sus compatriotas adictos a mariguana, cocaína, metanfetaminas y heroína. Allá Trump y las consecuencias de su obsesión, ante lo cual México debe estar prevenido. Lo que carece de sensatez es perder el tiempo en alegar que México no pagará un centavo por la construcción de ese muro. No tiene por qué hacerlo.
Hay un grave problema vinculado a este escenario, que es el que debe ocupar la mayor atención del gobierno y de la ciudadanía: la profunda y creciente desigualdad social que padece México. Como bien lo señalan los diputados federales de Movimiento Ciudadano (#DosCarasdeMéxico) al mismo tiempo que posee enorme riqueza natural y que tiene a algunos de los hombres más ricos de Latinoamérica, su población es mayoritariamente pobre.
Los problemas siguen vigentes: marginación, falta de oportunidades y desempleo. Se nos presume que en lo que va de esta administración federal (poco más de cuatro años) se han creado más de dos millones y medio de empleos, cuando fuentes como el INEGI o el Consejo Coordinador Empresarial señalan que México necesita crear más de un millón de empleos cada año. ¿Por qué ocultar la realidad?
El modelo lo alimenta la élite gobernante para mantener el poder. Las reformas hechas durante décadas a la Constitución General de la República, hoy centenaria, apuntan al mismo objetivo.
Por eso no deja de ser paradójico que mientras la economía crece, crece también el número de pobres y desempleados. No hay reparto equitativo de la riqueza y la expresión “justicia social” es retórica. La inequidad, la desigualdad social, la opulencia de los menos y la miseria de los más, son los que hoy tienen arrinconada a la ciudadanía.
De #DosCarasdeMéxico: “El problema no es que algunos ganen mucho, sino que hay muchos que ganan muy poco: a uno de cada dos trabajadores mexicanos no les alcanza para comer; el precio de la canasta básica ha aumentado tres veces más que el salario mínimo en los últimos tres años; México es el segundo país en América Latina con más multimillonarios y con más desigualdad”.
“Esto no es producto de la casualidad: la fortuna de los cuatro hombres más ricos de México es consecuencia directa de la privatización, concesión y falta de regulación del sector público: la desigualdad es el resultado de decisiones políticas, no sólo del comportamiento del mercado”.
“Ante la falta de un estado que garantice la igualdad de oportunidades, la brecha de la desigualdad sigue creciendo y la posibilidad de que a un mexicano le toque la otra cara de la moneda, la que garantiza una vida digna, se vuelve cada vez más difícil”.
¿Con cuál de las dos caras vamos a “negociar” con Trump?