Termina febrero y el amor se enfría; algo parecido a la cruda del 16 de septiembre que sepulta, en algunos casos, la sobredosis de nacionalismo. La resaca romántica, después del día del amor y del mes que lo celebra, deja a su paso (además de miles de osos de peluche, globos rojos en forma de corazón y los kilos de más que supone comer enormes cantidades de chocolate) una especie de desencanto para muchas parejas. Es la era de la globalización sentimental que el sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman (1925-2017) llamó “el amor líquido”, algo que, como todo lo demás en esta era de consumo, se usa y se desecha rápidamente.
“Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra, son sólo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”. Apunta Bauman, quien con gran ingenio y una fuerte dosis de humor negro, realizó todo un estudio sobre el amor en el libro que lleva el mismo nombre que su teoría: El amor líquido.
¿Por qué las relaciones amorosas son cada vez más efímeras?, ¿cuáles son los ingredientes que permitirían a una pareja tener éxito en esta sociedad y estos tiempos?, ¿cuánto se arriesga y cuánto se puede llegar a ganar al escoger una pareja?, ¿vale la pena? Este es el tipo de preguntas que se hace el pensador polaco, quien acusó no sólo al amor, sino también a la sociedad, de estar detenidos en una era líquida en la cual la globalización, el capitalismo, las redes sociales y las ataduras que produce el consumismo han hecho que los seres humanos se conviertan en autómatas cuya noción de “arreglar” cualquier cosa es casi nula porque las personas y los objetos son prescindibles. El amor queda entonces reducido a un mero cálculo de bienes raíces y de tipos de interés.
“Primera condición: debe embarcarse en la relación con total conciencia y claridad. Recuerde, nada de ‘amor a primera vista’. Nada de enamorarse… Nada de esas súbitas mareas de emoción que lo dejan sin aliento […] usted no debe permitir que ninguna emoción lo embargue ni conmueva, y sobre todo, no debe permitir que nadie le arrebate la calculadora de la mano […] Cuanto más pequeño sea su préstamo hipotecario, tanto menos inseguro se sentirá cuando se vea expuesto a las fluctuaciones del futuro mercado inmobiliario; cuanto menos invierta en la relación, tanto menos inseguro se sentirá cuando se vea expuesto a las fluctuaciones de sus propias emociones futuras”, escribe Zygmunt Bauman.
Si las reglas del amor se vuelven (o ya lo son) las mismas que la ecuación simple de apostar con el menor riesgo para asegurarse de que, en caso de pérdida, la consecuencia sea mínima, ¿por qué la gente se sigue planteando relaciones de más de una noche? Para Bauman la respuesta es sencilla: la epidemia de la sociedad líquida es la soledad, y la esperanza de darle la vuelta para conseguir “la pareja perfecta”, “la media naranja”, es inagotable. Entre tanta oferta y demanda, el azar puede ponerse cualquier día del lado de quien busca desesperadamente encontrar a su alma gemela, vivir el sueño que durante años nos han vendido las películas de Hollywood y las telenovelas, pero existe un problema: detrás de la conquista se esconde el miedo a la pérdida y por lo tanto hay que proteger, a toda costa, lo que uno ha ganado.
“Todos los amantes quieren dominar, extirpar y limpiar la irritante alteridad que los separa del amado; la separación es el miedo más intenso del amante, y muchos amantes llegan a cualquier extremo por exterminar, de una vez por todas, al espectro de la despedida. ¿Y qué mejor medio de alcanzar este objetivo que convertir al amado en parte inseparable del amante? A donde vayas, yo voy; lo que hagas, lo hago; lo que yo acepte, tú lo aceptas; lo que yo aborrezca, lo aborrecerás tú. Si no puedes ser mi gemelo siamés… ¡sé mi clon!”, señala Bauman con ironía.
Ante este panorama, no resulta extraño que los habitantes de la sociedad líquida no suelten la calculadora para “invertir” al momento de buscar una pareja. Si las opciones sólo son la soledad o el miedo, más vale hacer los cálculos correctos y tratar de salir lo mejor librado posible ante esta disyuntiva; sin embargo, el sociólogo polaco plantea una salida “cómoda” para el amante líquido: las “relaciones de bolsillo”.
“Se denominan así porque uno se las guarda en el bolsillo para poder sacarlas cuando haga falta. Una relación de bolsillo exitosa es agradable y breve […] es la encarnación de lo instantáneo y lo descartable”. No obstante, este tipo de relaciones tienen que estar bajo el completo control y la vigilancia de quien las practica. “Usted no debe permitir que ninguna emoción lo embargue ni lo conmueva”, asegura Bauman, “no se deje confundir con respecto a la relación en la que está por embarcarse, en cuanto a lo que es y lo que nunca será”.
El problema es que las relaciones de bolsillo tampoco curan la enfermedad de la soledad, somos los seres más sociales del planeta y en muchos estudios se ha demostrado que la convivencia con otras personas es una de las cosas que nos proporciona mayor satisfacción, pero en esta era líquida, los celulares y las redes sociales han minado nuestra capacidad de interacción. Parece cada vez más complicado mantener una relación porque el amor (ese que no es líquido), requiere paciencia, trabajo, empatía y tiempo, cualidades difíciles de encontrar, pero no imposibles. El mismo Bauman abre una ventana:
“Amar significa abrirle la puerta a ese destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el otro, el compañero en el amor”.
Zygmunt Bauman es considerado uno de los más grandes y críticos pensadores de la época moderna; sus obras han sido objeto de muchos estudios y tratados. Hay quienes lo consideran poseedor de una verdad incómoda pero necesaria, mientras otros lo acusan de ser un pesimista desencantado. Lo cierto es que el rigor con el que abordó las problemáticas sociales es innegable. En el caso de un tema tan profundo y subjetivo como lo es el amor (líquido o no), queda claro que no existe ninguna receta ni método científico que logre encasillarlo; esa es una de las cosas que se agradecen de Bauman: él no persiguió la moraleja ni el consejo fácil; no jugó al doctor corazón y escribió un libro agudo, inteligente y hasta divertido que valdría la pena leer si uno quiere responderse algunas preguntas sobre sí mismo y sus relaciones cuando el calendario nos anuncia que, inevitablemente, hemos llegado al mes de marzo.