La villa rica de la verdadera cruz

luis gutierrez

Luis Gutiérrez
@lugrodLuis

Del escenario bronco por naturaleza a la fosa más grande de México

Un caluroso mediodía de 1982 me hallaba en el corredor superior del palacio municipal de Veracruz, a la entrada del salón de cabildos donde minutos más tarde el alcalde Virgilio Cruz Parra declararía “Hijo predilecto” de la ciudad a un entrañable amigo mío, Enrique Loubet Jr., reportero de Excélsior.

A un lado de la puerta del salón me encontré al gobernador del estado, Agustín Acosta Lagunes, que saludaba de mano a algunos invitados. Al acercarme me sujetó de manera que entrecruzáramos brazos. Muy a su estilo, me dijo en voz baja:

-Quédate conmigo. Quiero que conozcas a un pariente importante.

Enseguida, con un “pst, pst” llamó la atención de un hombre robusto, moreno, de mirada aguda, que estaba a dos metros de nosotros apoyado en el barandal del corredor. El hombre se acercó y saludó con una sonrisa al “señor gobernador”. Agustín hizo las presentaciones:

-Luis, te presento a mi primo Felipe Lagunes. Seguro ya oíste hablar de él.

Apretón de manos, miradas cruzadas.

-Felipe, te presento a mi amigo, el periodista y paisano Luis Gutiérrez.

El gobernador hizo una pausa. Noté que deslizó intencionalmente sus palabras cuando agregó:

-Te lo encargo mucho Felipe.

Felipe Lagunes volvió a sonreír; sin dejar de mirarme a los ojos y contestó:

-Pierda cuidado, señor gobernador.

Yo sabía quién era Felipe Lagunes Castillo, alias “El indio”. Con el apoyo de su hombre de confianza, Ignacio Mora, dirigía un temible grupo criminal llamado por los veracruzanos “La Sonora Matancera”, sobra decir por qué.

En cuanto al gobernador, amplia era su fama de dicharachero y pariente de pistoleros. Solía contar, en broma, que los Lagunes descendían de dos miembros de la tripulación del sanguinario filibustero holandés Laurent de Graff “Lorencillo”, quien los abandonó en tierra “por malos” durante el saqueo pirata al puerto de Veracruz, en mayo de 1683.

Casi tres años después de aquel encuentro-presentación en la alcaldía porteña, Felipe Lagunes fue sacado a rastras de su rancho “El Cocal”, a 20 minutos por carretera de la ciudad de Veracruz. El cadáver apareció el lunes 13 de mayo de 1985 en la ranchería El Trópico del municipio de Ángel R. Cabada, salvajemente torturado: quemaron con cigarrillos todo el cuerpo, lo golpearon hasta fracturarle las costillas, lo hirieron en varias partes con un arma punzocortante, fue arrastrado de los órganos genitales y rematado con el tiro de gracia. Atribuyen el hecho a agentes de la Dirección de Seguridad Pública de Veracruz, entonces a cargo del general brigadier retirado Mario Arturo Acosta Chaparro Escápite, “héroe para el Ejército, asesino y torturador para sus víctimas”.

En el año 2000, Acosta Chaparro fue detenido y habría de pasar casi siete años en la cárcel, acusado (con el Gral. Francisco Quirós Hermosillo) de nexos con el narcotraficante Amado Carrillo Fuentes, jefe del cártel de Ciudad Juárez, aunque se le exoneró el 29 de junio de 2007. Fue asesinado el 20 de abril de 2012 en un taller mecánico de la colonia Anáhuac, en la Ciudad de México.

Cuando asesinaron a Felipe Lagunes, los veracruzanos llevaban años del Veracruz bronco: abigeato, contrabando de cocaína y mariguana, asesinatos y tiroteos entre policías, soldados y bandas de gatilleros dirigidas por jefes que se convirtieron en celebridades; entre los más importantes, Tomás Sánchez Ramos, alias “Tomasín”, Toribio Gargallo Peralta y Cirilo Vázquez Lagunes.

Caña amarga

En 1975, los hechos de violencia registrados en el campo cañero veracruzano llevaron al cura Carlos Bonilla Machorro, párroco de Carlos A. Carrillo y promotor activo de la Teología de la Liberación, a escribir el libro Caña Amarga, Ingenio San Cristóbal 1972-73. Al título le sobró razón.

Durante la zafra que abastece a los numerosos ingenios del estado, particularmente los que hay entre Córdoba y Cosamaloapan, llegan a Veracruz más de 100 mil cortadores de Oaxaca, Guerrero, Morelos, Hidalgo, Puebla y Tamaulipas. Los ingenios los alojan en barracas miserables levantadas en los cañaverales. Cuando se prende fuego al sembradío, la temperatura sube a más de 50°C y aquello se convierte en un infierno. El antídoto que los capataces tienen a mano es el aguardiente de caña: reparten tragos entre los peones para que, embriagados, puedan soportar el calor… pero después la siguen en los pueblos cercanos, como Tierra Blanca.

Tenía siete años de edad cuando amigos de juegos fueron a mi casa para avisarme que dos hombres peleaban a puñaladas, a menos de una cuadra de distancia, en la cantina que un apreciado inmigrante asturiano, don Manuel García Rodríguez, tenía en la calle Francisco I. Madero. Corrí hacia la cantina, bajo cuyas puertas batientes, sobre la banqueta, yacía uno de los rivales. Agonizaba. Me coloqué a sus pies. Del centro del pecho brotaban sangre y burbujas cada vez que intentaba respirar. Era un hombre de 35 a 40 años de edad, de ropa humilde y calzado con huaraches.

Atado a la cintura con un mecate tenía un machete moruno de hoja ancha, especial para cortar caña. El puñal con que se defendió quedó tirado a su lado, no llegó a usar el machete. El hombre clavó su mirada en mí, con los ojos muy abiertos, movió sus labios para decirme algo y dejó de respirar. Así supe lo que era un asesinato.

Unos 15 años atrás, a 50 metros de la cantina de don Manuel, también sobre Madero, otro peón cañero, borracho, mató a tiros a don Luciano Mejido, también inmigrante español, cuando tomaba el fresco en su mecedora, afuera de su tienda de abarrotes. Don Luciano era padre del periodista terrablanquense (único de sus hermanos nacido en el pueblo) Manuel Mejido Tejón.

Pero la muerte en los cañaverales veracruzanos iba mucho más allá de estos pasajes. Durante años, decenas de dirigentes fueron ejecutados con la intención de quebrar a un gremio de casi 200 mil trabajadores.

Una muerte violenta, paradigmática en el campo cañero veracruzano, ocurrió la madrugada del domingo 25 de noviembre de 1984, al ser emboscado y asesinado con 78 impactos de bala de distintos calibres, en las inmediaciones de su natal Vega de Alatorre, el diputado federal, defensor y líder nacional de los cañeros Roque Spinoso Foglia. Desde la capital del país legisladores del PRI señalaron el “vacío de poder” imperante en Veracruz, gobernado entonces por Agustín Acosta Lagunes.

Tomasín

Tomás Sánchez Ramos, “Tomasín”, fue un famoso pistolero nacido en San Rafael Chilchotla, del lado oaxaqueño del río Tonto, aunque zona cañera de Tezonapa, Veracruz. Cometió su primer asesinato en la cabecera municipal cuando tenía 15 años de edad. Su grupo de bandoleros perpetró crímenes y sembró terror en los años 70 en una región que llamaron el farwest (lejano oeste) veracruzano, no tanto por su ubicación geográfica, sino por las bandas criminales que asolaban la región, cuyo centro era Tezonapa, cerca de Córdoba. Su zona de influencia llegaba por igual a municipios veracruzanos y oaxaqueños, como Omealca, Acatlán de Pérez Figueroa, Cuichapa, Cosolapa, Temascal y Tuxtepec, ciudad incluida en la zona oaxaqueña-jarocha, a orillas del río Papaloapan. El miedo a Tomasín se hizo sentir en muchos pueblos de la Cuenca del Papaloapan, Tierra Blanca, entre ellos.

Tomasín fue acribillado la mañana del 11 de enero de 1978, al salir de un restaurante de la ciudad de Veracruz. Un año atrás, al frente de su banda, se había baleado con cerca de 200 hombres que asaltaron su rancho “El Mirador” (a orillas del río Tonto).

Toribio Gargallo Peralta

Originario de Ojo de Agua, en el municipio de Omealca, cerca de Córdoba, Toribio Gargallo Peralta, alias “El Toro”, asumió el mando de la banda que hasta su muerte dirigió Tomasín. Su principal fuente de ingresos fue el narcotráfico, pero también el secuestro y la extorsión.
Toribio Gargallo convirtió en costumbre lo que ahora es moda criminal: sepultar a sus víctimas, cerca de 300 según datos policiacos. De ellas, 90 correspondieron a desapariciones que fueron aclaradas con el hallazgo de las fosas.

El 24 de febrero de 1987, Gargallo Peralta sufrió un accidente automovilístico en la carretera Córdoba-Yanga que lo obligó a abandonar el país. Sus hombres lo llevaron a Houston, Texas, donde le atendieron fracturas en seis costillas, un brazo y una pierna.
Tres años más tarde, en 1990, Toribio reapareció en sus dominios, la región de Córdoba, Tezonapa y Omealca. El miedo, los excesos y el terror parecían estar de vuelta en Veracruz, pero…

En la madrugada del 10 de octubre de 1991 Toribio Gargallo Peralta fue detenido por un retén policiaco en el entronque de Omealca con la carretera federal Veracruz-Córdoba. Viajaba con cuatro pistoleros. Toribio recibió 42 disparos. También murieron los cuatro gatilleros que lo acompañaban: Fructuoso Adán Hernández “EI láminas”, Jacinto Nieto Gargallo “El Chinto”, Jorge Flores Viveros y Marcial Romero Arroyo.

Toribio Gargallo fue uno de los últimos caciques del Veracruz bronco. De temperamento impulsivo, fue temido e influyente mientras tuvo la anuencia del gobernador Agustín Acosta Lagunes. No ocurriría lo mismo en el gobierno de Fernando Gutiérrez Barrios (1986-1988), culminado por el gobernador Dante Delgado (1988-1992).

Cirilo Vázquez Lagunes

A la muerte de Felipe Lagunes Castillo y Toribio Gargallo Peralta, la fama de un hombre de 32 años de edad subió como la espuma en los medios criminales de Veracruz, particularmente en el sur del estado. Se llamaba Cirilo Vázquez Lagunes, alias “El cacique del sur”, y al igual que Felipe “El indio”, también era pariente de Agustín Acosta. Su poder no reconoció límites: se le temía y se hablaba en voz baja de él lo mismo en Poza Rica, Xalapa, el puerto de Veracruz y Tierra Blanca, que en el sur, en San Juan Evangelista, Texistepec, Acayucan y Playa Vicente, población esta última que ya cobraba notoriedad por sus sembradíos de mariguana y, poco después, de amapola.

Confrontado ya con Acosta Lagunes, en marzo de 1986 Cirilo salió ileso de un ataque de gatilleros en la carretera Acayucan–Jáltipan. Hubo cuatro muertos, uno de ellos, Fernando López Boussas, hijo del ex gobernador Fernando López Arias.

La Dirección Federal de Seguridad, de la que fue titular don Fernando Gutiérrez Barrios, seguía de cerca los pasos de los envalentonados caciques veracruzanos. Incluso en los años 80 había incluido a Cirilo en el “mapa del terror” en Veracruz.

Tres meses después de asumir el gobierno estatal, en marzo de 1987, Gutiérrez Barrios encarceló a Cirilo acusado de portación de armas reservadas al Ejército. En marzo de 1988, con un amparo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, dejó el penal Ignacio Allende de Veracruz. Luego salió del estado presionado por los gobernadores Gutiérrez Barrios y Dante Delgado.

Finalmente, a la edad de 51 años, Cirilo Vázquez Lagunes fue asesinado por sicarios en una emboscada en las inmediaciones de Acayucan, el domingo 19 de noviembre de 2006. Con él también fueron abatidos Juan Armando Valencia, padre de la alcaldesa de San Juan Evangelista, Daisy Valencia, pareja sentimental de Cirilo, y tres policías de San Juan Evangelista que lo acompañaban.

Apenas seis meses antes, en mayo de 2006, un hermano de Cirilo, llamado Ponciano, había sido asesinado en Huimanguillo, Tabasco.
La fosa más grande de México

Hasta aquí, esta apretadísima reseña no va más allá de los años 60 del siglo pasado, pero marca el origen de una peculiar transición de Veracruz y de los veracruzanos: del escenario bronco por naturaleza, al escenario violento propiciado por el auge de la cocaína y la heroína, el aumento de los consumidores en Estados Unidos y en muchas otras partes del planeta, y el surgimiento abrumador de las leyes del mercado en el negocio de la droga.

Aciaga señal de esta transición (que aún no concluye), fue la llegada a muchas partes del estado y a la ciudad de Veracruz, desde mediados de los años 70 y principios de los 90, de forasteros que usaban camionetas de lujo blindadas, que usaban escoltas armados, adictos al consumo, distribución y venta de cocaína, mariguana y heroína; proclives a desafiar pistola en mano a quien fijara la vista en ellos; inclinados a las fiestas ruidosas con bandas norteñas y a ocupar antros para su diversión personal. Aparecieron las extorsiones, los secuestros, las ejecuciones sumarias de quienes se les resistieran. Ejecuciones y venganzas que perduran en este 2017.

En el seno de los hogares brotaron la inseguridad, el miedo y la angustia. La mayor parte de la sociedad veracruzana se percató de lo que ocurría, excepto el poder público: gobernantes, legisladores, alcaldes, policías estatales y municipales (con sus jefes), que paulatinamente fueron inscritos en las nóminas del crimen. Pocos se arriesgaron a dar la espalda a las tentadoras ofertas de la delincuencia. Otros más, cínicos y desvergonzados, aprovecharon los oleajes del desastre para cometer sus propias fechorías. Un ejemplo abrumadoramente escandaloso es el del saqueador prófugo e impune, el ex gobernador Javier Duarte.

En esta transición, la violencia en el estado de Veracruz parece haber superado los sótanos sombríos de los cárteles de la droga en Sinaloa, Jalisco, Chihuahua, Guerrero, Quintana Roo, Tamaulipas y muchos otros estados de la república. A ello han contribuido las bandas criminales y los caciques; los cárteles de la droga, viejos y nuevos; pero sobre todo, el desbordamiento insólito, sin freno, de la corrupción y la impunidad en gobernantes, políticos, jueces y corporaciones policiacas.

Los abusos y crímenes son infinitos: robo descarado de recursos públicos, abusos del poder para fabricar culpables, infames tropelías de los cuerpos policiacos, secuestros, un promedio de 16 ejecuciones diarias, tiroteos a la luz pública, más de 20 periodistas asesinados…

Dice el fiscal general del Estado, Jorge Winckler Ortiz, que cuando terminen de abrir las tumbas clandestinas en el estado, “Veracruz será la fosa más grande de México y quizás del mundo”.