Los males atávicos que desde hace tiempo sufre la mayor parte de los mexicanos, pobreza, ignorancia, desigualdad, inequidad, falta de oportunidades, corrupción, impunidad, inseguridad y mucho más, tienen sus raíces en el rezago educativo.
El rezago no es fortuito: numerosos estudios ubican el origen del proceso en los conquistadores españoles, a quienes no solamente les interesó la superioridad militar sino también un proceso de implantación, eliminación y/o sustitución de creencias, costumbres y formas de pensar que les permitiera conservar autoridad y poder sobre los gobernados.
Mexicanos conspicuos, sobre todo en el México independiente, en el de la Reforma y en el post revolucionario, intentaron romper esa atadura desde lo que primero fue Ministerio de Instrucción Pública e Industria y derivó, luego de varios nombres, en nuestra actual Secretaría de Educación Pública. Se avanzó a medias.
En el trabajo informativo sobre el tema, que ocupa las páginas centrales de esta edición de El Ciudadano, damos cuenta de cómo la delicada responsabilidad de la Educación Pública en México cedió espacios a los intereses del poder, a la componenda, al amiguismo y a la mediocridad sobre el beneficio colectivo de varias generaciones de mexicanos.
No sólo hemos perdido paulatinamente la oportunidad de estudiar, aprender y conocer. También dejamos irresponsablemente al garete las humanidades, el civismo, las virtudes éticas y morales tan necesarias hoy a las sociedades modernas.
Fascinados por el consumismo y el libre mercado, nuestros gobernantes le dieron la espalda al binomio vital enseñar-aprender, a la importancia de la familia y de los maestros en el proceso educativo.
El proyecto educativo parece tener dos vectores: uno, preparar a una clase social media o alta para perpetuar el dominio de la clase gobernante; otro, encaminado a desalentar, anular inclusive, el razonamiento, la crítica. Se trata de reemplazar el Estado de bienestar por un modelo que empobrece, desinforma, subordina… y permite ejercer libérrimamente el poder.
Mienten quienes, desde el poder, aseguran que la educación está en el eje de todas las políticas públicas del Estado. Acabar con la inequidad, la desigualdad, la miseria, el desempleo y el rezago educativo es combatir la raíz del mal: el modelo. Cambiar, sustituir un modelo anacrónico que ha privilegiado y enriquecido a los menos y perjudicado y empobrecido a los más.
En eso estamos.