Las elecciones presidenciales del 2 de julio del año 2000 fueron sin duda un hito histórico: terminaron con 71 años de hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI), concebido, diseñado y creado desde 1929 por el gobierno emanado de la Revolución para imponer el orden, depurar al equipo y mantener el poder.
Pero no hubo “transición democrática”. Fue tan sólo una transición de poder. Millones de mexicanos le retiraron su confianza al PRI en busca de otra opción. La estructura política, el amañado andamiaje jurídico, el manoseo de los programas sociales, la rapiña de funcionarios públicos adheridos como lapas al sistema, permanecieron intactos.
La situación se prolongó seis años más: Vicente Fox entregó la banda presidencial a su correligionario panista Felipe Calderón Hinojosa. De modo que el país esperó inútilmente, durante 12 años, que se diera el cambio estructural anhelado.
Quedó de manifiesto entonces, con la experiencia hereditaria de esos dos sexenios, que no hay transición que sirva, que rinda frutos, si no está acompañada de un proyecto de Nación. Ni Fox ni Calderón lo tuvieron.
Durante esa docena de años, las fuerzas progresistas del país se aglutinaron en torno a un proyecto personal confiadas en que, de la unidad alrededor de un núcleo, surgiera el proyecto nacional esperado. Pero la experiencia habría de probar que el proyecto de Nación para México debe ser lisa y llanamente eso: un proyecto de y para la Nación. No caben en él los apetitos personales ni los intereses partidistas.
El proyecto de Nación que México exige ha de abrevar en la raíz ciudadana, nutrido en las esperanzas, los sueños, las necesidades y los deseos de bienestar colectivos; construido sobre principios inamovibles de ética, equidad e igualdad, justicia y libertad, seguridad, legalidad, honradez, oportunidades para todos y compromiso de servicio.
Todo ello soportado por las sólidas columnas de la ley, porque no puede haber proyecto nacional si no se apoya en un genuino Estado de Derecho. Es el ingrediente insustituible para la reconstrucción y para darle un nuevo rumbo a México.
Este es hoy el desafío, y este el orden: primero el proyecto, luego el candidato.
En eso trabaja intensamente Movimiento Ciudadano.